Chicos en terapia: una visión caótica de la disfuncionalidad
En estos últimos tiempos se han incrementado los tratamientos a niños y adolescentes, y en el intento de buscar una explicación al fenómeno y a la disfuncionalidad, encontramos sus orígenes en factores sociales.
El contexto en el que tales factores se hallan inmersos viene a ser una especie de almacén de significaciones que dan sentido tanto a las pequeñas actitudes como a las situaciones de mayor relevancia.
Profundicemos más acerca de esto a continuación.
Del caos social al familiar
En el ámbito educativo, la escolaridad primaria y la secundaria experimentan un creciente desarrollo de códigos de agresión y violencia entre los alumnos. Aunque resultaría un reduccionismo circunscribir únicamente la violencia al territorio escolar.
Cabría preguntarse entonces ¿por qué no debería haber violencia en la escuela, si en los diferentes contextos sociales la agresión aparece como constante? Canchas de fútbol, accidentes de tránsito, corrupción a distintos niveles, robos callejeros en los que se es violentado, invadido y saqueado.
En el trabajo se vive un clima de inestabilidad que lleva al abuso de poder y maltrato, razón por la que la economía actual ha creado una población desocupada y marginal de pobres muy pobres; pero, además, pobres inundados de rabia y resentimiento. Por si esto fuera poco, la televisión muestra una proliferación de películas de programas estupidizantes en los que presentan guerras de vedettes o de personajes faranduleros.
Si una sociedad debe brindar parámetros identificatorios a un niño o un adolescente que le permitan entender qué es correcto o incorrecto, pero sus referentes son la estupidez, la corrupción y la violencia, ¿qué imágenes de salud puede ofrecer realmente?
La situación de crisis que amenaza, y se hace realidad día a día, deja descarnadamente al descubierto situaciones problemáticas y conflictivas que se potencian: familias en crisis que inyectan la cuota de neurosis en cada uno de sus miembros. La disfuncionalidad ya no acecha, sino que ataca.
La familia está inmersa en el contexto social y es un proceso inevitable que, en mayor o en menor medida, reproduzca en su interior las buenaventuras e incompatibilidades de la sociedad a la que pertenece.
En los tiempos actuales se vive un clima familiar homólogo al social. Las personas viven hiperexigidas en un contexto laboral que las somete a una permanente descalificación: todos somos prescindibles.
En casa, muchas parejas se comunican escasamente. Se atienen a lo anecdótico y cotidiano: pagos, pequeños recuentos del día y poca profundización y reflexiones acerca de su vida, no sea cuestión de que muevan demasiado la perentoria estabilidad y se encuentren enfrentando otro caos: la separación. Pero la impotencia que produce tal estilo de vida, amenaza expresándose mediante malas contestaciones que rápidamente se agigantan con el famoso “efecto bola de nieve”.
El clima de tensión permanente sumado a los raptos de agresión conforman una atmósfera que retroalimenta sentimientos de bronca, rabia, baja autoestima, impotencia en cada integrante.
Los hijos y los síntomas de la disfuncionalidad
Los hijos circulan bajo este patrón de conductas. Los padres se vuelven menos tolerantes frente a sus planteamientos. Y la exigencia con poco espacio para reclamos, crea una situación violenta. Pero el clima de tensión conyugal excede este perímetro. Ambos padres han comenzado a involucrar a los hijos en el circuito conflictivo de la pareja.
Cada hijo entra en la disputa, tentado a pertenecer a alguno de los bandos. Si se adhiere al padre, siente bronca por lo que la madre le hace al padre, pero a la vez se siente culpable por pensar así de su madre y viceversa. Culpa y bronca ayudan a sostener el clima de alteración familiar.
Rápidamente la complejidad de la comunicación se complica. Estos sentimientos de los hijos se transportan a otros contextos, es decir, comienzan a hacer su aparición conductas sintomáticas en el segundo hogar: la escuela.
Allí, el chico reproduce el estilo de comunicación que aprendió en su familia, pero a la vez drena la insoportable acumulación de angustia que lo invade. Basta que repita algunos actos violentos, para ser rotulado como el “agresivo” del grado. Y es factible que, tan pronto como esto suceda, comience a tener trastornos de aprendizaje. Entre una cosa y otra, se convierte en el blanco de cargadas y bromas de sus compañeros, esto le hace sentir segregado, y por ello, reacciona con violencia, confirmando así su rótulo de “agresivo”.
Los padres, mediante citaciones de la escuela que solicitan su presencia, malas notas y amonestaciones, centran la atención en este hijo, realizando un repertorio de premios y castigos, por lo general, ineficaces.
Ahora, el chico no solo es un problema en la escuela, sino también en la casa. No obstante, el síntoma es sabio: el chico ha podido descargar en algún lugar su estado de angustia, logró que sus padres de alguna manera se acercaran a él y distraerlos de las discusiones que amenazaban con una separación. Estas acciones se encadenan en un circuito sin fin, que de no frenarse a tiempo, llevarán al caos y a la desesperación, lo que puede ser uno de los recorridos de los trastornos mentales.
Ir a terapia para atajar la disfuncionalidad a tiempo
En parte, gracias a la desmitificación de la asociación de locura y psicoterapia, los padres que guardan un rastro de salud, apelan al recurso de un espacio terapéutico con las expectativas de revertir los síntomas de los hijos y resolver la disfuncionalidad.
Hay tera peutas que optan por realizar entrevistas a padres y realizar una serie de sesiones individuales con el niño. En esas sesiones, en los niños a partir por ejemplo de lo 4 o 5 años, se emplea lo que da en llamarse “la hora de juego”, en la que a través de lo lúdico se expresará y decodificarán las señales del conflicto.
Pero el síntoma que desencadena el hijo puede expresar (todo es cuestión de saber leer el mensaje que el síntoma manifiesta) los problemas en una pareja de padres en constante litigio, la no tolerancia a una separación, la vivencia de desunión o fragmentación familiar, entre otros ejemplos. De esta manera, se hace inevitable la terapia familiar, que mostrará el interjuego de esa familia y las consecuentes conductas sintomáticas de uno de los hijos que se ha convertido en el fusible del sistema.
Cualquiera de las formas de trabajo terapéutico que se efectúe con los niños o adolescentes, estas deben proporcionarles las herramientas y los recursos necesarios para lograr revertir el proceso enfermante y la disfuncionalidad.
Los padres deben estar informados de lo que sucede y hacerse responsables de la producción del problema que se centraliza en un hijo. De lo contrario, el hecho de no hacerse cargo y de pensar que el síntoma es del niño o del adolescente y que nada tiene que ver con ellos, no solucionará nada y producirá el “más de lo mismo” una y otra vez.
La psicoterapia se constituye en un espacio de reflexión y aprendizaje. Un todo ordenador y corrector de las desviaciones que desestabilizan el bienestar, como la disfuncionalidad. En un contexto de malestar generalizado, de angustias perseverantes, de incertidumbres y ansiedades, de estabilidad de la inestabilidad, ¡qué más que ver que los chicos recuperen su sonrisa!