A cada decepción le llega su olvido
Cada vez cuesta más creer en en las personas y en esos sentimientos que son tan reales mientras duran y luego parecen transformarse. Cuesta la decepción y el desengaño, duele la desilusión. Sobre todo porque alguna vez pusiste ahí tu alma entera, pensando que era alguien y no tú quien la llenaba de vida.
Pero te encuentras una y otra vez con que aquello que creíste que no cambiaría, cambia. Entonces, esa persona en la que tenías fe ciega te demuestra que ni ella era infalible ni tú veías tan claro con los ojos abiertos. Es más, te das cuenta de que la decepción es producto de esa ceguera por esperar demasiado brillo de los demás y olvidar, en parte, el tuyo.
Primero el entusiasmo y la confianza
Con el tiempo uno se da cuenta de que las decepciones pueden ser plurales, con las mismas personas o con distintas. También que dependen de las relaciones y de la gravedad de la situación: por ejemplo, hay decepciones que escuecen pero no rompen y otras que duelen tanto como para que solo quede el espacio de una despedida o ni siquiera.
La vida es un eterno dejar ir
y solo cobra sentido cuando escuece.
Lo cierto es que somos humanos racionales, pero igualmente emocionales: la mente controla los pasos y sin embargo son la sensibilidad, la empatía, el amor quienes deciden la dirección. Por esta razón uno se entusiasma con la gente que conoce: descubre si le despierta confianza o no y, si es afirmativo, construye con ella la base de una relación llena de expectativas.
A medida que la confianza es mayor, la exigencia de que sea recíproco también lo es: así se crean los círculos sociales cercanos a uno mismo dentro de los cuales no hay huecos para pensar en que uno va a fallar al otro.
Una posible decepción
Sin embargo, no se podría escribir sobre ello si no existiera: llega un determinado momento en el que el entusiasmo y la confianza pueden flaquear por algún lado. Si se ha sufrido en más de una ocasión o el golpe ha sido muy duro, la posibilidad de una nueva decepción provoca miedo y falta de entusiasmo por intentarlo otra vez.
En el caso en el que una persona decepciona a otra se corta un lazo que parecía inalterable y ocurre que el decepcionado se siente cojo y desorientado. De hecho, si el error cometido no tiene solución, se entra en un proceso lento de reconstrucción de autoestima y valores que dependerá mucho de la personalidad de cada uno.
“La decepción debería estar catalogada como arma blanca;
puede fácilmente atravesar el corazón”
-Anónimo-
De las traiciones y de los desengaños uno es capaz de resurgir más valiente y menos ingenuo: la decepción es un punto de inflexión que obliga a tomar las riendas de la situación para salir con la cabeza alta y el corazón lleno de fuerza.
Perdonar para olvidar y seguir
Con todo tenemos que decir que a cada decepción le llega su olvido, aunque se tenga que pasar primero por el filtro del perdón: ocurre cuando se le da la tregua suficiente para sanar el dolor y para salir fortalecidos de la experiencia. Se trata de aceptar, dejar atrás y seguir con la moraleja de lo sufrido.
Ante los obstáculos complicados como una decepción, es beneficioso actuar para uno mismo: desahogarse si se necesita, salir con otros amigos para confirmarse que aún merece la pena creer, ocupar la mente en actividades que distraigan, aprovechar para conocerse más y ver de qué se es capaz, comprender que cada etapa tiene su momento.
“Lo más difícil
es conseguir
que se vaya del todo
todo aquello
que ya se fue.”
-Marwan-
Se necesita darse la oportunidad del perdón para pensar en el bienestar individual: las decepciones no son justas para nadie, pero tienen que servir para enseñar la cara más humana de las equivocaciones y para aprender de ellas.