¿Qué diferencia a las adicciones de hombres y mujeres?
El sexismo en el tratamiento de la mujer adicta no es un paradigma único en la tradición médica y psicológica. Numerosos estudios ponen de manifiesto una realidad con consecuencias abrumadoras para la población que la sufre.
No solo ciertos tratamientos médicos no son planteados desde una perspectiva de género, sino que en los que sí se diferencia al paciente hombre y a la paciente mujer, a esta última se la trata de manera estereotipada. Esto ocurre en el tratamiento de la mujer con problemas de abuso de sustancia.
¿Es relevante diferenciar por sexo los procedimientos médicos? Sí. El género y el sexo tienen un papel fundamental.
Por ejemplo, las mujeres tienen una tendencia mayor a donar órganos por el rol socialmente adquirido de cuidadora y del deseo -y la obligación- de ser una figura de ayuda. En contraposición, es menos probable que una mujer reciba un trasplante de riñón que un hombre. Esto se debe a la suposición de los médicos de que el cuerpo de la mujer es más “frágil” para este tipo de intervenciones de lo que realmente es (Daal et al., 2020).
Ruiz y Verdú (2004) encuentran que en una misma muestra de hombres y mujeres con diagnóstico parecido se realizan más ingresos masculinos, preguntándose si se llevan a cabo los mismos esfuerzos dependiendo del sexo del paciente.
Lee y Cols (2008) investigan cómo más mujeres fallecen por problemas coronarios y cardiovasculares. No obstante, más hombres evitaron la muerte gracias a la cateterización porque se aplicó más que a la población femenina. ¿Por qué? Porque los médicos valoraron de manera errónea el riesgo de ambas poblaciones.
Desde la histeria hasta la facilidad para diagnosticar a una mujer con un trastorno de salud mental frente a un hombre, los tratamientos psicológicos fueron creados por hombres con perspectivas masculinas.
The Representation Project habla sobre cómo de manera automática en el tratamiento psicológico, sin importar el paciente, se aplica la tradición masculina, cuando ambas experiencias, solo por el género, ya son experiencias diferentes.
La mujer adicta y el hombre adicto
El sexismo en la mujer adicta empieza en su diagnóstico. Así como al pensar en enfermería pensamos en una mujer o al pensar en un directivo pensamos en un hombre, ocurre lo mismo que cuando pensamos en una persona adicta, o alcohólica, por ejemplo. No pensamos en una mujer.
En los aspectos que alertan a un entorno de un posible problema de adicción, se enumeran comportamientos relacionados con la adicción en el hombre: conductas agresivas en público, comportamiento ilegal, etc.
La adicción se presenta de manera diferente y por ello hay un infradiagnóstico de la adicción en general y del alcoholismo en particular. Se añade además que usualmente se tratan a ambos pacientes de la misma manera; lo que vale para un hombre, vale para una mujer. No al revés, dado que los tratamientos de desintoxicaciones fueron diseñados para una población que parecía mayor, la masculina.
Babcock y Connor (1981) encuentran que los tratamientos en los que hombres y mujeres trabajan juntos no atienden a las diferencias individuales de la población. Además, son menos efectivos y las necesidades de ellas están supeditadas a las de ellos. No solo se infradiagnostica o el tratamiento no está construido para mujeres; además, suelen estar orientadas a un tipo de sustancia que no es la que la mujer adicta consume.
Nelson, Kauffman y Morrison (1995) encuentran que existe una mayoría significativa de mujeres adictas a drogas lícitas, legales: tranquilizantes, sedativos, drogas psicoactivas y estimulantes. Algo que no parece descabellado, ya que existe una mayor facilidad para diagnosticar una afección psicológica –que necesita de este tipo de medicación– en las mujeres que en los hombres.
¿Qué razones convierten a una mujer en adicta?
El sexismo en el tratamiento de la mujer adicta aparece también en los orígenes de la propia adicción. Si los tratamientos son construidos para hombres y suelen realizarse sin perspectiva de género y en grupos mixtos, es difícil indagar en el tema que suele llevar a las mujeres al abuso de sustancias.
Nelson et al. (1995) encuentran que al menos el 75 % de las mujeres adictas que incluyeron en su estudio reportaron un abuso sexual o físico. De hecho, la recaída de muchas de estas mujeres está relacionado con un trastorno de estrés postraumático (TEPT) no trabajado ni tratado. ¿Cómo hacerlo en un entorno en el que es tan difícil hablar de un abuso sexual, en el que la mujer se expone al victimismo, culpabilización y preguntas como: “qué ropa llevabas puesta”?
Gil Rivas, Fiorentine y Anglin (1995) encuentran además que la consecuencia del abuso sexual en mujeres no es “solamente” la adicción, sino también problemas de autoestima, depresión, ansiedad e ideación suicida; diagnósticos notablemente más presentes en mujeres que en hombres.
El estigma de la buena mujer
El estigma de la buena mujer podemos encontrarlo en mujeres que, aunque no son adictas, deciden alejarse de su figura prudente, cuidadora, consciente y que vela por el resto. Inimaginable es en qué puede convertirse este estigma en una mujer que no solo no se ajusta a estos parámetros, sino que también es adicta a una sustancia.
En muchos estratos de la sociedad se sigue valorando a la mujer por estas características y cuando se añade el adjetivo de “adicta”, uno no es capaz de sentir empatía por ella porque se aleja de lo que “debería” ser. Las personas adictas son concebidas como egoístas, pues solo se preocupan por su propia adicción -como si aquello fuera algo elegido de manera libre-.
En el caso de las mujeres, se suma la pérdida de la feminidad. Una mujer adicta no puede ser femenina (Gunn y Canada, 2015) y se juzga la pérdida de la feminidad como la peor consecuencia de la adicción de la mujer.
Por otro lado, “adicta” y “promiscua” son adjetivos que se fusionan en el estigma: el adicto haría cualquier cosa por acceder a la sustancia y las mujeres pueden cambiar su sexualidad por su droga necesitada. No se entiende a las mujeres como víctimas, pero sí como perpetuadoras conscientes de una conducta que se aleja del concepto de “buena mujer”. La victimización sexual aparece de nuevo, vieja conocida, sin que pueda ser tratada por los tratamientos centrados en la experiencia masculina.
El estigma de la buena madre
Así como una de las obligaciones de la mujer es ser “buena”, también lo es ser “madre”. La mujer ha de ser madre y la madre ha de ser un compás moral de sus familias. Todo lo que se interponga entre la madre -no el padre- y el cuidado y el bienestar de sus hijos convierte a la madre en egoísta. Es lógico, porque la madre elige la adicción, elige la depresión, elige el abuso sexual por encima de sus propios hijos.
La madre, no solo con problemas de adicción, tambiénla madre con afecciones psicológicas, que pide ayuda, es egoísta. La madre que identifica su propia adicción y la trata, la madre que tiene síntomas depresivos, la madre que toma medicación por su ansiedad es automáticamente una madre egoísta, porque es una madre imperfecta. La maternidad es inmaculada y las madres seres perfectos. Madres ya insertas en programas de desintoxicación eran vistas en un 60 % como deshonestas y el 40 % como malas madres (Gunn y Canada, 2015).
La perspectiva de género en los procedimientos y tratamientos
Finalmente, parece que se pone de manifiesto el planteamiento de procedimientos y tratamientos, médicos y psicológicos, con perspectiva de género. Las necesidades psicológicas, aquello que nos atañe, no son solo diferentes en las mujeres. La experiencia y relación emocional de hombres y mujeres es diferente, siendo los hombres estigmatizados de una manera diferente a las mujeres. En un tratamiento mixto, seguramente no se hablaría el mismo idioma.
La diferenciación de tratamientos no se expone como una proposición, pero sí como una necesidad. La mejoría y el mantenimiento de los cambios dependen en gran parte de ello, provocando que la mujer adicta pueda dejar atrás una compleja y dolorosa época, o vuelva a encontrarse con ella en cada escalón que suba.
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- Marguerite L. Babcock and Bernadette Connor (1981). Sexism and treatment of the female alcoholic: a review. Social Work, Vol. 26, No. 3 (May 1981), pp. 233-238
- Nelson-Zlupko L, Kauffman E, Dore MM. Gender differences in drug addiction and treatment: implications for social work intervention with substance-abusing women. Soc Work. 1995 Jan;40(1):45-54. PMID: 7863372.
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