Difusión de la responsabilidad, cuando la culpa es de todos y de nadie a la vez
Responsabilidad, esa sensación que a veces nos hunde o nos bloquea, y otras veces supone la chispa oportuna para activarnos y hacernos sentir importantes y necesarios.
Pero ¿qué ocurre cuando se comparte algo tan potente? ¿Nos exonera por completo? ¿Nos ata más fuerte a lo que nos une?
“Ninguna gota de lluvia cree haber causado el diluvio”
-Refrán inglés-
Imaginemos por un momento que nos encontramos en una estación de metro. No es hora punta pero muchas personas esperan la llegada del tren. Al fondo se oyen unas voces.
Unos chicos están agrediendo a otro que pide socorro. Finalmente, con la llegada de los empleados de seguridad, los atacantes se huyen. Ninguna de las personas del andén ha socorrido al chico, y ninguna era responsable de ello.
Empezamos a tener una idea de lo que puede ser la “difusión de la responsabilidad”.
¿Qué fue del Buen Samaritano?
La parábola de la que habla la Biblia relata cómo un hombre de Samaria ayudó a un desconocido que había sido asaltado y herido. No tendría nada de particular si no fuera porque había sido ignorado por otros transeúntes que pasaron a su lado.
La idea que envuelve este pasaje es que lo correcto y lo “humano” es tratar a los demás como te gustaría que te trataran a ti. Recibimos este aprendizaje a través de nuestros padres y amigos.
Durante la infancia o adolescencia nos vemos involucrados en situaciones en las que experimentamos esta máxima de una forma u otra. Recibimos beneficios o castigos (personales y sociales) según como respondemos en base a esta máxima popular, y cambiamos nuestro comportamiento en función de los resultados.
Esto es lo que se supone debería integrarse en nuestra conducta, nuestros hábitos y nuestra forma de funcionar en sociedad. Pero… ¿realmente sucede así? ¿somos buenos samaritanos? Y si no es así ¿por qué?
“El verdadero buscador crece y aprende, y descubre que siempre es el principal responsable de lo que sucede”
-Jorge Bucay-
Cuando manda la “indiferencia expectante”
Un estudio realizado por Darley y Latané demostró que ante situaciones de emergencia las probabilidades de recibir ayuda serán menores cuantas más personas haya alrededor.
Es decir, si algo nos sucede en una calle muy transitada tenemos menos probabilidades de recibir ayuda que si en la calle estuvieran paseando una o dos personas.
Seguramente seremos vistos y habrá gente que dude si acercarse. Estamos bajo los efectos de la difusión de responsabilidad y el efecto espectador.
La buena noticia es que si alguien toma la decisión de hacerlo, generará un efecto contagio y animarán a las personas a tomar conciencia de la situación que dudaban a prestarnos ayuda.
Ayudar o no ayudar, esa es la cuestión
¿Qué nos sucede? ¿Qué nos bloquea? ¿Por qué cuando alguien se acerca nos decidimos a socorrer también a la persona en apuros?
Las explicaciones que podríamos dar suelen corresponderse a la peligrosidad de la situación, a la paralización o bloqueo, a que no somos los profesionales adecuados para atender ese hecho, a que había algo más importante que hacer y así, tantas excusas como individuos puedan ignorar evento estresante.
Lo cierto es que la psicología social ha estudiado este fenómeno, y ha llegado a la conclusión de que nos vemos confrontados a dos reglas sociales que se contradicen ese momento:
- Ayuda a alguien que lo necesita
- Haz lo que los demás hacen
Nos convertimos en espectadores apáticos y a la vez cómplices de la no asistencia a alguien que necesite ayuda. Lo que se conoce como “difusión de responsabilidad”. Todos somos culpables y ninguno a la vez.
Y…¿por qué hay alguien que ayuda?¿De qué depende?
Nuestras experiencias, nuestros aprendizajes vitales, nuestro temperamento y valores personales están relacionados con este fenómeno psicológico.
Existen una serie de factores que son definitivos, y la mayoría derivados del miedo. Depende en parte de lo que nos identifiquemos con la persona o con el suceso que esté padeciendo, pero es normal que antes de actuar valoremos determinadas cuestiones que nos afectan individualmente.
- La primera y fundamental es visceral, ¿pongo en juego mi vida?¿cómo me perjudica?
- La segunda será más analítica ¿puedo ayudar? ¿soy responsable de lo que ha pasado?, ¿sabré responder bien a la demanda que se me presenta?, y sobre ello ¿qué dirán los demás? ¿me relacionarán con el hecho?
Y finalmente, introducimos la figura del “empático egoísta” para reducir el malestar emocional que nos genera ser testigos del sufrimiento ajeno.
“Si las personas sólo fueran responsables de lo que hacen conscientemente, los idiotas estarían de antemano libres de cualquier culpa”
-Milan Kundera-
Enfoquemos a la responsabilidad prosocial
A partir de ahora, intentemos huir de la ignorancia plural. La interpretación incorrecta que hagamos de un suceso por la inercia que tenemos a favor del criterio de los demás, puede acarrear consecuencias muy negativas para otro ser humano.
Tomemos la iniciativa o practiquemos la ayuda social en contextos donde podemos socorrer a alguien.
Deja de lado si es hombre o mujer, la responsabilidad que ha tenido en los hechos, si “se lo ha buscado” o “no se lo ha buscado” o si pide o no pide ayuda…
Siempre que alguien que pueda necesitar una mano amiga, ya sea tras un mareo, para entenderse con un parquímetro en la calle o porque haya sido víctima de un robo, podemos participar en el alivio de un problema ajeno.
No es necesario ser el perfecto profesional y no es importante la opinión de los desconocidos cómplices de esta indiferencia social.
Sabemos que un gesto o una palabra de ayuda puede ser de gran utilidad en un momento estresante para el necesitado, ya sea para resolver o ya sea para reconfortar.