Dime cómo educas y te diré que clase de hijo tendrás

Dime cómo educas y te diré que clase de hijo tendrás
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Última actualización: 22 agosto, 2019

“¡Tienes el mismo carácter que tu padre!”, “¡Gritas igual que tu madre!”, “Sus padres también eran muy tímidos”. Frases como éstas demuestran que los padres son los primeros modelos de referencia de sus hijos y tienen una gran influencia en el desarrollo de su personalidad.

Los hijos, desde que son pequeños, imitan los comportamientos de sus padres y estos tienen la valiosa labor de mostrarles y enseñarles conductas y hábitos que les favorezcan y beneficien en su futuro. Esta tarea no es fácil, pues muchos padres, con la mejor de sus intenciones, pueden inculcar patrones de conductas poco adaptativos o que traigan consecuencias negativas en el desarrollo socio-emocional del hijo.

En este artículo vamos a describirte algunos de los estilos educativos parentales existentes y su repercusión a nivel psicológico en los hijo.

 

El estilo autoritario

 

Los padres caracterizados por utilizar un patrón educativo autoritario, imponen las normas a sus hijos sin explicarles previamente por qué se las ponen o qué sentido tienen. Si los hijos se saltan las normas, les castigan de una manera muy exagerada, en la que no concuerda ni tiene sentido el hecho castigado con el castigo.

Cuando les castigan, tampoco les dan explicaciones para justificar del castigo, como si el hijo tuviera que adivinar mágicamente qué es lo que ha hecho mal y por qué eso está mal. Recordemos que los hijos tienen que ser educados y tienen que aprender y para aprender, primero hay que explicarles ciertas cosas. Por otro lado, refuerzan poco  o nada las conductas que son adecuadas alegando que “es su deber”. La consecuencia es que el hijo apenas valora lo que hace bien pues sus padres no se lo premian, lo que a su vez hace que el comportamiento se repita cada vez con menos frecuencia.

Tampoco dialogan mucho con los hijos ni se muestran demasiado afectuosos con ellos. Al no dialogar apenas, no conocen a sus hijos, lo que les interesa o les gusta y esto provoca que los hijos se sientan poco valorados e incluso rechazados.

En muchas ocasiones utilizan el castigo físico, algo que hace que el niño sepa que lo que ha hecho no es correcto, pero sin enseñarle qué es lo correcto, con lo cual no aprende absolutamente nada. Bueno, sí, aprende que pegando se solucionan los problemas, lo cual no es nada positivo para su aprendizaje ni para su desarrollo.

El niño crecerá y se convertirá en un adulto sumiso y preocupado por “el qué dirán”, por las apariencias y por el rechazo de los demás. La autoestima será baja pues no tendrá la capacidad de valorarse a sí mismo. También puede generar comportamientos agresivos pues sus padres le han enseñado “que con mano dura se arreglan las cosas”. Son personas tendentes a la tristeza, a la depresión con pocas habilidades sociales.

 

El estilo permisivo

 

Todo lo contrario al anterior. Estos padres dan mucho afecto a los hijos y mantienen una buena comunicación con ellos pero es el hijo el que maneja a los padres a su antojo. Las necesidades e intereses del hijo van por delante de las de los padres. Los hijos nunca reciben un “no” por respuesta y si lo reciben, son tan insistentes, que sus padres al final ceden, lo que hace que los hijos sepan el punto débil de sus padres y los manipulen para conseguir sus deseos. Carecen de normas y límites y si los hay, son difusos y no se cumplen bien. Sus creencias son del tipo “si exijo mucho a mi hijo, podría frustrarse y eso sería perjudicial para su salud mental”.

Este error de pensamiento hace que los padres se conviertan en unos satélites, todo el tiempo alrededor del hijo solucionándole cada problema o circunstancia con la que se encuentra: “¿Te pongo el abrigo?” “¿Te hago la cama?” “¿Quieres que te haga la merienda?”.

No enseñan a sus hijos a resolver sus propios problemas o a tomar sus propias decisiones, con lo cual, los hijos crecen como personas inseguras y miedosas que necesitan de otra persona que les ayude a caminar por la vida pues es a lo que les han acostumbrado. Suelen tener baja autoestima porque no se sienten competentes ni hábiles para manejarse solos por el mundo.

Carecerán de autocontrol pues siempre han hecho lo que han querido y además les costará mucho implicarse en el mundo laboral y persistir en él, ya que siempre se lo han hecho todo. Tendrán baja tolerancia a la frustración ya que nadie les ha dicho que “no” nunca y el día que alguien se lo dice, no son capaces de tolerarlo.

 

El estilo democrático

 

Los padres que usan el estilo democrático muestran grandes dosis de afecto y cariño. Usan mucho el diálogo con sus hijos, interesándose en sus gustos, intereses y necesidades. Saben poner límites coherentes y mantenerse firmes en ellos, sin ceder a la primera de cambio. Refuerzan los comportamientos adaptativos de sus hijos como comer solo, ponerse la ropa solo, hacer los deberes…

No usan el castigo físico si no que usan métodos con los que el niño pueda aprender que sus actos tienen consecuencias y así como es en casa, será en su vida futura. Dan responsabilidades a los niños coherentes a su edad para que cada vez sean más autónomos e independientes lo que fomenta la seguridad de los hijos y hace que aumente su autoestima. Estos hijos serán personas más felices y con más seguridad.

Conocerán sus posibilidades y sus limitaciones lo que les hará confiar en ellos mismos y tener una autoestima óptima. Son personas con buenas habilidades sociales, con capacidad de diálogo y negociación. Autónomos e independientes con un gran autocontrol de la conducta.

Al margen de estos estilos educativos, hay ciertas conductas que podemos inculcar en nuestros hijos sin apenas darnos cuenta. Por ejemplo, no pretendas que sea una persona educada si tu nunca das los buenos días, las gracias o pides por favor, porque él te va a imitar.

No pretendas que no sea mentiroso si cuando no tienes ganas de hablar por teléfono dices “diles que no estoy en casa” y él presencia esto. No pretendas que de adolescente no te grite si cuando le regañas tú eres el primero que grita y no dialoga. Ten cautela de lo que haces y lo que dices porque el seguirá tus pasos.

Como hemos visto, la educación en la infancia y adolescencia es crucial para el desarrollo psicológico de las personas, pero también es cierto que intervienen factores biológicos como la genética en el desarrollo del carácter y otras influencias como los iguales -amigos o compañeros de clase-.

No obstante, cuando el niño se vuelve adulto tienen la capacidad de cambiar o desaprender, si así lo quiere, sus conductas poco adaptativas y aprender otras que les ayuden a crecer como personas. ¡No todo está perdido!


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.