Drácula, entre la historia y la leyenda
En 1897, el irlandés Bram Stoker publica en Londres Drácula, la obra por la que pasará a la historia de la literatura y que forjará la leyenda del famoso vampiro. El relato, obviamente, es ficticio, pero su inspiración ha inquietado durante décadas a los investigadores. ¿Existió acaso un personaje tan infame y sádico que pudiese equipararse a un vampiro? Nunca podremos saberlo con certeza, pero hay indicios de que Stoker escogió al héroe nacional rumano actual.
Más de cuatro siglos antes nació en Sighișoara, Valaquia, Vlad Tepes, hijo de Vlad II Dracul. El apodo de su padre se refiere a la Orden del Dragón, de la cual era miembro. Con el tiempo su hijo sería apodado como Draculea, hijo del dragón o demonio, de donde pudo provenir el “Drácula” de Stoker. Su biografía es apasionante, sus paralelismos con el conde vampiro evidentes.
Valaquia, frontera de Europa
Valaquia es una región balcánica que ocupa el centro de la actual Rumanía. En el siglo XV formaba parte de un conjunto de territorios en disputa entre el Sacro Imperio y el Imperio Otomano. A efectos prácticos constituía una frontera de la Europa cristiana frente al Islam.
Las intrigas y traiciones de la corte fueron un constante en la vida de Vlad, así como las alianzas o enfrentamientos con el vecino otomano. En su infancia fue entregado como rehén a la corte turca, época en la que conocería la tortura que caracterizó su gobierno, el empalamiento.
Lo cierto es que acceder al trono del principado heredado de su padre no fue fácil. Pese al apoyo turco, sus oponentes lo expulsaron el mismo año de su enseñoreamiento.
En un complicado equilibrio de poderes, recuperaría el trono en 1453, cinco años después de su expulsión, para volver a perderlo en 1461 y recuperarlo fugazmente diez años más tarde. En ese tiempo vivió el cautiverio a manos de sus enemigos, el apoyo cambiante de Moldavia, Hungría y Turquía e, incluso, un cambio de religión por intereses políticos.
La crueldad de Drácula
Pero si por algo fue conocido Vlad Tepes en su tiempo, fue por el castigo que aplicó con más frecuencia, tanto que le daría su sobrenombre, Vlad el Empalador. La frecuencia con la que practicó este tormento fue tal que se calcula que, en un territorio de medio millón de personas, llegó a empalar a ochenta mil, contando también los turcos capturados. Esto, sin duda, contribuyó a su fama, llegando a castigar a pueblos enteros por un crimen sin resolver.
Recogen las crónicas del momento en que un Sultán que se disponía a atacar Valaquia se retiró al ver el bosque de estacas, no dispuesto a enfrentarse al mismísimo diablo. No fue su única gesta, en las campañas de 1461 incendió cosechas y envenenó muchos pozos para derrotar a sus rivales turcos. Tras empalar a muchos de sus prisioneros, decidió enviar dos sacos de narices y orejas al rey de Hungría.
El trágico final de su esposa, que se suicidó durante un ataque turco, o la humillante muerte de Drácula a manos de un traidor, debieron alimentar la imaginación de Bram Stoker. Pocos personajes históricos tienen una historia tan convulsa o demostraron ser tan despiadados para mantener el poder.
Vlad, el vampiro
Muchos investigadores coinciden en decir que Stoker no fue el primero en equiparar a Drácula con un vampiro. Estas criaturas son comunes en la tradición eslava y balcánica. Representan la quintaesencia de la crueldad, y al igual que su seudónimo, se relacionan con los dragones o los demonios.
Al mito contribuyó la falta de su tumba. Aunque supuestamente fue enterrado en Snagov, lo cierto es que su cuerpo nunca se encontró. Tal vez el autor irlandés plasmase alguna tradición oral.
“Odiado y temido. Estoy muerto para todo el mundo. Escúchame. Yo soy el monstruo al que los hombres vivos matarían. Yo soy Drácula”.
-Drácula, Bram Stoker-
La enseñanza de Drácula
Como la buena literatura hace, esta novela tiene la capacidad de hacernos reflexionar sobre la realidad desde la ficción. La descripción del personaje y de su contraparte histórica encajan a la perfección con la de un psicópata.
Las interpretaciones morales del pasado pueden ser inútiles, pero el relato de Drácula no deja de ser, fundamentalmente, una biografía de la crueldad humana. Incluso de los episodios más amargos de la Historia podemos obtener enseñanzas fascinantes.
Sin duda, Vlad Tepes nunca practicó el vampirismo, no literalmente, pero su gobierno, como el de muchos príncipes de su tiempo, se alimentó de ríos de sangre.
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- Stoker, Bram (1994) Drácula, Cátedra
- Ralf-Peter, Märtin (1983) Conde Drácula, historia y leyenda de Vlad el Empalador, Tusquets.