El deseo de intimidar: las ganancias de infundir miedo
El miedo es una fuerza muy poderosa porque impulsa a actuar, acotando o destinando a un segundo plano al razonamiento. Por eso, infundir miedo es, en distintos escenarios, un mecanismo de dominación. El objetivo es apropiarse de la voluntad de otra persona y condicionar sus actos. El deseo de intimidar es también deseo de dominar.
Tanto en las relaciones privadas como en las relaciones sociales, infundir miedo y conseguir el objetivo es algo que le reporta beneficios a quien lo hace. Son, por supuesto, beneficios individuales y se dan en términos de poder. Alguien amedrentado es mucho más manipulable, influenciable, en definitiva, vulnerable.
El deseo de intimidar no es solo propio de tiranos o de psicópatas. Aparece en los padres con sus hijos, en los maestros con sus alumnos o en los jefes con sus empleados. Es claro que también es un mecanismo que usan los estados y los grandes poderes. Representa un fracaso de la persuasión y se logra gracias a formas o instrumentos como los que explicaremos a continuación.
“Valiente no es el que no siente miedo -ese es el impávido, el insensible-, sino el que no le hace caso, el que es capaz de cabalgar sobre el tigre”.
-José Antonio Marina-
La amenaza y el deseo de intimidar
Si hay deseo de intimidar, la técnica más utilizada es la amenaza. Se trata de darle a entender a alguien, con palabras o actos, a qué peligro se expone si hace o deja de hacer algo. Es una advertencia de daño que puede proyectarse con diferentes grados de sutileza.
La persona que golpea una mesa cuando tiene ira, sugiere que está dispuesta a golpear si le provocan. El maestro que ridiculiza a un niño públicamente, advierte a los demás sobre los efectos de ciertas conductas. El policía que golpea en la calle a un manifestante que no se resiste es signo de su poder.
Suspender la recompensa
Otra forma de manipulación es la suspensión de la recompensa. Tiene lugar cuando alguien ya está amedrentado, en función de alguna agresión o abuso y el daño cesa. La persona llega a experimentar esa tregua como una recompensa y muchas veces hace cualquier cosa para no perderla. “¿Quieres que volvamos a estar como estábamos antes?”.
En este caso, opera un mecanismo similar al del síndrome de Estocolmo; la persona secuestrada termina mostrándose agradecida a su secuestrador por no matarla. El niño también teme que sus padres le retiren los afectos; el empleado, que lo despidan. Es una amenaza, pero en este caso está orientada a infundir miedo de perder algo y no de ser objeto de alguna acción.
Acoso sistemático
Bien sea en la escuela o el trabajo e incluso en la familia, el acoso psicológico es también una forma de infundir miedo, que responde al deseo de intimidar. En este caso lo que se hace es ejercer presión emocional sobre una persona. El objetivo es destruirla moralmente y consolidar el poder sobre alguien.
Se trata de un mecanismo implementado por personas que tienen grandes frustraciones o bien rasgos sociopáticos. El beneficio que proporciona es el dudoso placer de tener a otro en sus manos y vejarlo, con total impunidad. A veces también se acosa por venganza, cuando hay envidia de fondo.
Bloquear las salidas
El encerramiento puede ser una acción física, simbólica o psicológica. Todas las personas, e incluso los animales, temen profundamente a las situaciones de encierro. En el caso de los humanos, también hay modalidades de encerramiento mental. Esto desata un deseo desesperado de escapar y muchos están dispuestos a hacer lo que sea con tal de que les desbloqueen las salidas.
Este tipo de angustia la viven las personas secuestradas, los presos y también muchos a quienes se les impide salir de su hogar, o de un lugar específico. Así mismo, lo experimentan quienes viven situaciones en las que quedan en una encrucijada, que otro impone de forma deliberada.
Esa encrucijada puede ser, por ejemplo, el chantaje económico. El padre le dice al hijo, o el hijo al padre, o cualquier persona a su pareja, que se vaya de la casa ya. Sin embargo, la persona no tiene los medios para hacerlo. Por lo tanto, lo que sigue es manipular esa debilidad en beneficio propio.
Todas las anteriores son formas de infundir miedo que nacen del deseo de intimidar. Se trata de situaciones en las que la esencia está en la intención de ejercer poder. El miedo es uno de los instrumentos más eficaces para lograrlo y, por contrapartida, solo el coraje puede hacer que cesen esas tácticas.
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- Marina, J. A. (2006).
- Anatomía del miedo: un tratado sobre la valentía.
- (Vol. 355). Anagrama.