
Cuando se habla de la muñeca de Clark se está hablando de un experimento clásico que se ha replicado cientos de veces en el mundo. Esta prueba se orienta básicamente a determinar cómo de arraigados pueden estar los prejuicios raciales,…
Hablar de cultura es referirse a aquello que nos hace humanos, lo que nos permite tener conciencia, expresarnos, crear. Así, detectamos una serie de patrones culturales -relevantes por cómo nos influyen- que se construyen a través de la percepción grupal, formada por creencias y valores.
La cultura influye en las relaciones sociales de forma inevitable. En primer lugar, porque cuando hablamos de cultura nos referimos a todo lo que nos permite tener conciencia, elegir, expresarnos o crear. Por otro lado, porque al final se trata de aquello que nos hace humanos.
Así, la UNESCO define cultura como «el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social”. Este concepto está relacionado con la dicotomía clásica entre la naturaleza y la cultura: todo lo que no es naturaleza, es cultura.
De este modo, para entender el concepto propiamente hay que entender a la par el concepto de identidad, incluyendo la necesidad de etiquetarnos. De hecho, hay autores que consideran la identidad como un constructo compuesto por varias subidentidades. Es decir, en función de dónde vengamos, una subidentidad puede ser relevante para nosotros o no.
A continuación, desarrollamos ambos conceptos, la relación entre ellos y su implicación en las relaciones sociales.
Los patrones culturales son un fenómeno universal. Todos los humanos viven dentro de una cultura y contribuyen a que esta se desarrolle.
Estos patrones sirven de sistema de orientación y se construyen mediante símbolos, como la lengua, la vestimenta o la manera de saludar. En este sentido, es posible encontrar subtipos de cultura en función de determinados factores que condicionan el comportamiento de quienes están inmersos en ella.
Los patrones culturales definen la pertenencia al grupo. Por otro lado, constituyen una información muy valiosa para saber qué es lo que los demás esperan de nosotros.
Algunos autores consideran que las culturas no se pueden comparar: cada cultura ha de entenderse según sus términos. Sin embargo, los seres humanos necesitamos organizar las pautas de comportamiento de los demás. Para ello utilizamos los estereotipos.
En esto se basan estudios como el de Geert Hofstede, que pone a prueba la hipótesis de que los valores del entorno laboral están fuertemente condicionados por la cultura. A través de una encuesta que realizó a trabajadores de IBM en más de 70 países, logró identificar patrones culturales muy complejos y reducirlos a una serie de dimensiones culturales.
Este estudio destaca seis dimensiones de la cultura:
Sea erróneo o no, muchos expertos abogan por los estereotipos. Estos defienden que merece la pena realizar una comparación de culturas. Así, se enfatizan aspectos comunes, ya que las culturas constituyen respuestas distintas a las mismas cuestiones esenciales de la vida del ser humano.
La interculturalidad es el punto de encuentro entre «el yo» y «el otro». Un encuentro entre distintas formas de actuar típicas cuya importancia varía en función de la tolerancia. Una situación en la que los problemas pueden surgir fácilmente cuando las partes actúan de manera monocultural, tienen expectativas erróneas o surgen problemas de comprensión.
La cultura influye en las relaciones sociales así como forma parte de nuestras vidas y del día a día. Entender lo bello de la diversidad cultural es uno de los pasos más importantes que puede dar el ser humano a la hora de mejorar la convivencia en sociedad.
En definitiva, para evitar el conflicto al encontrarnos con culturas distintas, hemos de ser conscientes de la superposición cultural. Lo que se resume en no juzgar, documentarse, reflexionar y abordar la interacción con empatía.