El pensamiento Alicia o creer vivir en el país de las maravillas
A veces, la realidad puede ser tan compleja y dolorosa que, como seres humanos, no nos queda más remedio que tejer una coraza que nos proteja. Este caparazón, que en un primer momento puede servirnos para soportar lo que acontece a nuestro alrededor, puede también separarnos del pulso real de nuestro tiempo.
Las personas tenemos la capacidad del pensamiento. Este talento, bien utilizado, es un recurso valiosísimo que nos ha traído hasta el momento en el que estamos ahora.
Pensar nos hace evolucionar y avanzar, nos permite investigar, descubrir y realizar acciones maravillosas. El problema estriba cuando esta habilidad no se lleva a cabo de forma efectiva y caemos en sesgos o formas de pensar que nos impiden progresar.
Ya Freud habló de los mecanismos de defensa como estrategias psicológicas inconscientes para hacer frente a la realidad y poder mantener la autoimagen. Utilizados con mesura puede ser funcional, pero integrarlos de manera permanente nos terminará perjudicando.
El pensamiento Alicia podría considerarse un error de pensamiento en el que la persona concibe que toda la realidad está bien, que vive en el país de las maravillas y que seguirá siendo así en el futuro. Es como una forma de darle la espalda a la realidad, que como bien sabemos, también alberga barreras y obstáculos.
“El pensamiento Alicia es una deformación ideológica de la conciencia de tipo infantil, ingenuo, simplón. Dice Gustavo Bueno: «Pero al representarse el mundo al revés, el pensamiento Alicia no quiere tener conciencia de las dificultades que habría que vencer para llegar a él, ni, por tanto, de los métodos o caminos que sería preciso habilitar. Todo es mucho más sencillo: se tiene la voluntad de pasar a ese mundo al revés y basta”.
Ser optimista no está mal, es el germen de la ilusión. Pero ser realista es mucho más importante. Percibir la realidad de una manera cercana a como se presenta nos ayudará a madurar y crear estrategias para vencer las adversidades.
Si pensamos como Alicia y creemos que vivimos en el país de las maravillas, será difícil que tomemos conciencia del mundo real y, por tanto, que nos comportemos de una forma adaptada.
Alicia en el país de… ¿las maravillas?
¿Es ciertamente la realidad un camino de rosas? ¿Vivimos en el país de las maravillas? Lo cierto es que no. Cuando Lewis Carroll escribió el cuento de Alicia en el país de las maravillas, tomó como protagonista a una niña que atravesaba un espejo y que llegaba a una realidad al revés, una realidad distinta. Sin pasar por ninguna adversidad, simplemente llegaba. En su nuevo mundo, todo parecía salir bien: era el país de las maravillas.
El pensamiento infantil es así, ingenuo, simplista e ilusionado y con dificultad para contemplar las adversidades. Parece que todo es muy fácil y que no existen las dificultades en el camino.
Este tipo de pensamiento puede recordarnos a las utopías, pero la diferencia radica en que en las utopías sí se contemplan los obstáculos con los que podemos encontrarnos por el camino.
El pensamiento utópico o pensamiento Mao también persigue un mundo ideal. Pensar que otro mundo es posible, implica, a diferencia que el pensamiento Alicia, conocer qué desafíos tendremos que afrontar y cómo debemos hacerles frente.
El pensamiento utópico toma conciencia con la realidad y no descarta la lucha como medio de transporte y esto puede hacer que nos replanteemos las consecuencias de emprender proyectos de cambio. Además, el pensamiento utópico sabe que el error es posible, simplemente porque este forma parte de nuestro día a día. En el pensamiento Alicia, esto no sucede: atravesamos el espejo -sin más-, y ya hemos llegado a nuestro mundo alternativo.
Los peligros del pensamiento Alicia
Desde hace un tiempo, es común encontrarnos con libros de autoayuda o frases extremadamente triunfalistas y positivistas que nos infundan ideas sobre la realidad que, valga la redundancia, no se corresponden con la realidad.
Hay una especie de oda a la felicidad que nos obliga a tener que estar feliz siempre, bajo cualquier circunstancia. Se nos obliga a pensar que debe ser así ahora y siempre, que la vida es maravillosa y que si piensas de esta manera, atraerás todo lo que desees sin demasiado esfuerzo.
Esto puede ser muy peligroso ya que creamos ciertas expectativas en nuestra mente y ponemos en marcha acciones creyendo que nuestros sueños se van a cumplir en cualquier caso y además de una forma casi mágica.
Si esto no ocurre, lo cual es lo más común, y nos vemos inmersos en la adversidad que debemos afrontar, corremos un gran riesgo de hundirnos e incluso deprimirnos. Hay que cambiar este sesgo y darnos permiso para ilusionarnos por conseguir metas o cambiar lo que no concuerda con nuestros valores, todo sin dejar de ser conscientes de que eso demanda un esfuerzo por nuestra parte.
Es mucho más saludable acoger un diseño para el futuro en el que aparezcan los posibles obstáculos a los que nos tendremos que enfrentar, que simplemente querer atravesar un espejo y encontrarnos con un mundo distinto. Esto último no va a ocurrir y lo que conseguiremos es darnos de bruces con la frustración más absoluta.
Hay que hablarse a uno mismo en términos de racionalidad y realismo. Hay que dejar las fantasías para las películas de Disney. Es sensato y legítimo decirnos que iremos a pos nuestros sueños, pero que no será fácil y eso le otorga aun más valor. Tener esta conciencia nos permitirá diseñar nuestro proyecto, generar recursos, tomar decisiones basadas en la realidad y tener más éxito en aquello que emprendamos.