El poder de los halagos
Decía la escritora sueca Selma Lagerhof que no hay más placer que los halagos de los sabios y los capaces. Pero, que para que esta máxima funcione, como primera medida tenemos que ser honestos.
No vale andar por la vida halagando por que sí, solo para quedar bien. Si no te gusta la falda que lleva tu amiga, no le digas “qué bonita, ¿dónde la compraste?”. Si crees que tu amigo debería esforzarse más en su trabajo, no le digas “dentro de poco te ascenderán”.
Podemos pensar mejor, de qué manera hacer feliz al otro diciéndole alguna cosa hermosa que realmente sentimos. Por ejemplo, en lugar de halagar la falda de tu amiga, dale las gracias por su amistad. En vez de decirle a tu amigo que tendrá un mejor puesto, sería bueno que le digas, “qué dichoso soy por tenerte a mi lado cuando te necesito”.
“El elogio oportuno fomenta el mérito, y la falta de elogio lo desanima.”
-José Martí-
Las dos caras de los halagos
¿Sabías que con unas simples frases puedes alegrarle el día a una persona a la que quieres mucho? ¡Así es como debería ser! Los halagos son una herramienta muy usada para la seducción, y también para convencer o manipular. Por ello, debemos ser muy cuidadosos sobre cuánto halagamos y cuánto nos halagan.
Los cumplidos hacen que nos sintamos mejor, que elevemos nuestra autoestima. “Pero qué bien luce tu cabello, María”, “Juan, he de decirte que tu coche está muy bien cuidado”, “Ester, eres la mejor cocinera del mundo”, “Carlos, qué suerte tiene la empresa de contar con un empleado como tú”. ¿Cuántas veces hemos dicho algo similar, y no siempre pensándolo, solo por el hecho de agradar al otro?
Es preciso encontrar el punto medio entre quedarnos callados y hablar de más. En este caso, entre no hacer ningún cumplido y “arrojar flores” por doquier, sin pensar en nuestras palabras. Ser una persona moderadamente halagadora te puede ayudar en muchos ámbitos, no solo cuando tienes una cita (o quieres tenerla) o para lograr un mejor negocio.
La persuasión a través de regalos y cumplidos
Los halagos pueden tener dos metas. Por un lado, agradar al otro y convencerlo de que haga algo. Está comprobado (si no, haz tú mismo la prueba), que nos atraen más aquellos que nos tratan bien y nos dicen cosas bonitas que los que nunca nos han halagado, ni siquiera cuando teníamos el mejor vestido de la fiesta o hemos logrado la máxima cantidad de ventas en la empresa.
Por otra parte, existe una teoría que indica que cuando damos alguna cosa (un regalo o unas lindas palabras) a una persona, esta se siente en falta hacia nosotros. ¿Cómo? Si, por ejemplo, le dices a un potencial cliente un cumplido sobre su juventud o su atuendo, será más probable que compre lo que le ofreces.
En este caso, se aprecia uno de los procesos de influencia más utilizados en marketing: el principio de reciprocidad. Este principio consiste en la necesidad de devolver un favor cuando alguien nos lo ha hecho, incluso aunque no se lo hayamos pedido. De esta forma, si alguien nos hace un halago, nos podemos llegar a sentir en deuda con esa persona.
Pero atención, cuando se nuestro turno de hacer el halado, hemos de tener cuidado con nuestras palabras. Si llega una linda señorita a la tienda donde trabajas, no vale que uses su belleza a tu favor. Mejor enfócate en cosas como su estilo, su atuendo, su buen gusto, etc. De lo contrario, lograrás el efecto contrario… ¡Puede hasta enfadarse contigo! (y obviamente no comprar nada).
“A veces creemos odiar la adulación y lo que se odia es la manera de adular.”
-François de La Rochefoucauld-
Cómo elegir los halagos
Todo el mundo sabe halagar, lo hacemos todo el tiempo. El secreto radica en saber cuando son el momento y el lugar indicados. Y no te olvides de usar siempre las palabras adecuadas. No te pases dos horas enumerando cada cosa que te agrada del otro, mejor arma una composición integral (por llamarlo de una manera) sobre esa persona. Así, solo necesitarás un minuto para generar un buen efecto en el otro.
Ten en cuenta también cómo es el que va a recibir los halagos, porque si bien podemos pensar “bueno, ¿pero a quién no le gusta que le digan cosas lindas?” hay muchos que se sienten incómodos ante un cumplido. Eso no quiere decir que debas dejar de hacerlos, sino enfocarte en su actitud y sus sentimientos.
No empalagues con tus halagos, ni tampoco seas escueto con ellos. Aumentan la autoestima de quien los recibe y mejora la impresión que tienen sobre ti. Ya que estamos en una época donde nos solemos centrar más en lo negativo que en lo positivo, reconocer los méritos de los demás ya es un acto de rebeldía.
Presta mucha atención para no sobrepasar la delgada línea que delimita un cumplido o halago con un acto de manipulación o convencer al otro de algo.
Delimita tus intenciones desde el principio. Y abre los ojos si alguien te adula demasiado… ¡puede estar queriendo algo más de ti!