Emociones que nos hacen violentos
Las emociones preceden a la conducta. Inician marcas fisiológicas y estructuras mentales que ayudan a unir los recuerdos. Pero, más importante aún, las emociones actúan como motivadores del comportamiento humano.
Las emociones nos llevan a comportarnos de maneras diversas, incluso de forma violenta. Existen emociones que nos hacen violentos. Más bien, una emoción no nos hace violentos, es la combinación de emociones la que puede llevarnos a usar la violencia.
Comúnmente, las emociones se entienden como una reacción psicofisiológica que las personas experimentan individualmente. Pero gracias a la empatía podemos contagiar las emociones y hacer que otras personas sientan lo mismo. Esto también ocurre a nivel grupal. Un grupo puede sentir la misma emoción; se pueden sentir culpables o sentir ira hacia otro grupo. Este es el punto de partida para entender las emociones que nos hacen violentos.
Hipótesis ANCODI
La hipótesis ANCODI, cuyo nombre viene de la traducción al inglés de tres emociones: ira, desprecio y asco, nos indica que la mezcla de estas tres emociones puede llevarnos a usar la violencia. La hostilidad y la violencia son el resultado de la inculpación del odio, la ira.
Las emociones se pueden transmitir mediante narrativas y se convierten en una vía para fomentar las emociones grupales. Por ejemplo, los discursos de odio que cargan contra un grupo minoritario o un grupo considerado como enemigo.
La hipótesis ANCODI sugiere que algún evento pasado, o narración histórica, produce indignación y, por lo tanto, ira. Estos eventos se vuelven a evaluar desde una posición de superioridad moral del grupo y, por lo tanto, la inferioridad moral del otro grupo, lo cual implica que haya desprecio. El otro grupo se evalúa como un grupo a parte, un grupo al que hay que evitar, rechazar e, incluso, eliminar. Lo cual se logra por medio del disgusto.
Así, las emociones que nos hacen violentos siguen un proceso de tres frases que se describe a continuación.
Indignación basada en la ira
En una primera fase aparece la ira. La ira es una emoción que se expresa a través del resentimiento y de la irritabilidad. Las expresiones externas de la ira se pueden encontrar en la expresión facial, el lenguaje corporal, las respuestas fisiológicas y en determinado momentos, en actos públicos de agresión. La ira incontrolada puede afectar negativamente a la calidad de vida.
En un principio, ciertos eventos llevan a percibir injusticia. Dichos eventos hace que se busque un culpable, que puede ser una persona o un grupo. En estos casos se suele percibir que el culpable amenaza el bienestar de nuestro grupo o nuestra forma de vida. Así, estas interpretaciones se cargan de ira que se dirige hacia el culpable.
Superioridad moral basada en el desprecio
En la segunda fase se añade el desprecio, que es una intensa sensación de falta de respeto o reconocimiento y aversión. El desprecio supone la negación y humillación del otro, de quien se pone en duda su capacidad e integridad moral. El desprecio implica un sentimiento de superioridad. Una persona que tiene desprecio por otra mira a esta con condescendencia. La persona despreciada es considerada indigna.
Los grupos comienzan a reinterpretar las situaciones que provocan ira y los eventos identificados en la primera fase. Esta valoración de los eventos se realiza desde una posición de superioridad moral. Lo cual implica que se considere al grupo culpable como moralmente inferior. Lo que, a su vez, conduce a sentir desprecio por ese grupo.
Eliminación basada en asco
En la última fase aparece el asco, que es una emoción básica y primaria provocada por la percepción de la contaminación o los agentes de la enfermedad. Es universal, no solo en sus propiedades de señal, sino también en términos de sus elicitores. Cosas similares nos dan asco alrededor del mundo, como la putrefacción. El asco es una emoción moral que a menudo se usa para sancionar las creencias y conductas morales de las personas.
En esta fase, se produce de nuevo otra evaluación de los eventos y se llega a una conclusión. Dicha conclusión es muy simple, es necesario distanciarse del grupo culpable. Otra posibilidad, más fuerte, es que la conclusión sea que es necesario eliminar a dicho grupo. Esta es una forma más extrema cuyas ideas son promulgadas por la emoción del disgusto.
Como se ha visto, la combinación de estas tres emociones puede tener consecuencias desastrosas. Estas emociones que nos hacen violentos atienden a percepciones distorsionadas que nos llevan a malas conclusiones. Y, en último término, a conductas hostiles. Por ello, una regulación y comprensión de las emociones como la que nos aporta la inteligencia emocional es fundamental.