Qué es el estímulo condicionado, características y ejemplos
¿Por qué algunas personas tiemblan al oír el ruido de una licuadora o experimentan un nudo en el estómago antes de entrar al consultorio del odontólogo? ¿Cómo una melodía nos conduce desde las emociones a un recuerdo particular de la niñez? Estas respuestas no son espontáneas ni irracionales, son el producto de un proceso psicológico conocido como condicionamiento clásico, en el que el estímulo condicionado (EC) tiene un rol fundamental.
Este principio describe cómo los humanos y los animales aprenden a reaccionar de forma emocional o física frente a estímulos que antes eran indiferentes. En este artículo exploraremos qué es esta señal, cómo se diferencia de la incondicionada, cuáles son sus características y cómo se manifiesta en la vida cotidiana.
¿Cómo se define un estímulo condicionado?
Un estímulo condicionado es aquel que, tras asociarse repetidamente con otro que genera una respuesta automática (llamada estímulo incondicionado), provoca una reacción similar por sí mismo. Se trata de una señal que originalmente no producía ningún efecto, pero que adquiere ese poder a través del aprendizaje.
No es algo espontáneo, sino que requiere múltiples asociaciones en las que ambos estímulos se presentan juntos, permitiendo que el cerebro construya una conexión duradera. A diferencia de la señal incondicionada —que desencadena respuestas innatas, sin necesidad de aprendizaje—, la condicionada depende por completo de la experiencia.
Por ejemplo, la comida provoca salivación de manera natural. En cambio, un sonido que se repite cada vez que se ofrece comida puede llegar a causar la misma reacción. Al principio, ese sonido no causaba ningún efecto, pero después de varias repeticiones, es capaz de activar una respuesta parecida.
Lo relevante es que este tipo de aprendizaje es modificable. Al ser adquirido, puede reforzarse, debilitarse o desaparecer, dependiendo del contexto y la frecuencia con que se repite.
Experimento de Iván Pávlov: el inicio del condicionamiento
Fue el fisiólogo ruso Iván Pávlov, a inicios del siglo XX, quien descubrió esta teoría a través de sus investigaciones con perros, en las que encontró algo inusual: los caninos salivaban al recibir comida y también al escuchar los pasos del auxiliar que los alimentaba. Esta observación marcó el comienzo de sus estudios sobre el aprendizaje asociado. Para confirmar su teoría, Pávlov desarrolló un experimento controlado dividido en varias etapas.
Fase 1: previa al condicionamiento
En esta etapa se ofrecía alimento (estímulo incondicionado), mientras que el perro salivaba (respuesta incondicional). Al mismo tiempo, sonaba una campana (estímulo neutro), pero no se producía ninguna salivación. Esto permitía establecer una línea base en la que se diferenciaban los estímulos que generaban una respuesta automática de aquellos que no lo hacían.
Fase 2: adquisición
La campana repicaba justo antes de entregar la comida. Esta asociación se realizaba varias veces, generando un proceso de aprendizaje. Como resultado, de forma gradual, el perro vinculaba el sonido de la campanilla con su alimento, estableciendo así una conexión entre los dos estímulos.
Fase 3: después del condicionamiento
Finalmente, el ruido de la campana por sí mismo causaba salivación, incluso si no se proporcionaba alimento. Por lo tanto, la campana se transformó en una señal condicionada y la salivación provocada por esta en una reacción condicionada, completando así el proceso clásico de condicionamiento.
Gracias a este experimento, se pudo evidenciar que un factor desencadenante que al inicio es neutro, puede obtener un significado psicológico importante si se vincula de forma repetida con un incentivo naturalmente representativo.
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Características de este estímulo
Una vez entendido el estudio de Pávlov y para comprender mejor el funcionamiento de los estímulos condicionados, es pertinente analizar sus principales características.
Inicio neutro
Antes del condicionamiento, el estímulo condicionado no provoca ninguna respuesta significativa por sí mismo. Es un incentivo neutro. En los experimentos de Pávlov, tocar una campana no provocaba ninguna salivación en los perros. Era solo un sonido sin relevancia biológica.
Adquiere valor por asociación
La señal condicionada se convierte en valiosa solo después de ser conectada varias veces con un estímulo incondicionado, que sí provoca una respuesta natural. Por ejemplo, cuando Pávlov hacía sonar la campana justo antes de ofrecer comida a los perros, estos comenzaron a relacionar ambos estímulos. Con el tiempo, solo el sonido de la campana (ahora EC) era suficiente para provocar salivación.
Evoca una respuesta aprendida
Tras el condicionamiento, la señal condicionada causa una respuesta similar o igual a la que originalmente producía el estímulo incondicionado. Un caso sería cuando un estudiante empieza a sentir ansiedad (respuesta condicionada) cada vez que escucha el timbre de entrada a clase (EC), si ha asociado ese sonido con evaluaciones difíciles (estímulo incondicionado).
Sensible a la extinción
Si la señal condicionada deja de ser reforzada, es decir, si no se presenta junto al estímulo incondicionado, con el tiempo puede dejar de provocar la respuesta condicionada. Siguiendo el ejemplo anterior, si el timbre de entrada ya no está vinculado con exámenes o eventos estresantes, la ansiedad del estudiante puede disminuir hasta desaparecer.
Generalización
Una vez que se condiciona un estímulo, indicadores similares también pueden provocar la misma respuesta, aunque no se hayan relacionado de manera directa con la señal incondicionada. Veámoslo así: si una persona desarrolla miedo (respuesta condicionada) a los perros grandes (EC) después de haber sido mordida por uno (estímulo incondicionado), es posible que también reaccione con miedo al ver perros medianos o incluso escuchar un ladrido.
Ejemplos del estímulo condicionado
Si bien el experimento de Pávlov es una muestra de cómo funciona este estímulo, a diario vivimos situaciones en las que entra en marcha este proceso y que te explicamos para ayudarte a entenderlo mejor.
Traumas y fobias aprendidas
Un ejemplo claro de los estímulos condicionados en el día a día son las fobias y traumas. En una exposición oral en el aula, un alumno se siente nervioso al hablar y algunos compañeros se ríen. Esta situación provoca vergüenza y ansiedad (reacción incondicionada) ante la burla y el desprecio (estímulo incondicionado).
Desde este momento, la presencia frente a un grupo o la anticipación de hablar en público —que antes no causaban incomodidad— empiezan a provocar síntomas de ansiedad, sudoración u obstrucción mental. Así, hablar frente a muchas personas se convierte en un estímulo condicionado, puesto que, después de una experiencia adversa, causa una reacción condicionada de temor o evitación.
Publicidad con contenido emocional
Cuando se muestra un producto con imágenes atractivas, música motivadora o personas llamativas (elementos que actúan como estímulos incondicionados), el espectador puede experimentar sentimientos positivos solo al observar la marca, sin requerir del contexto inicial. Por esto, el emblema del producto se transforma en un incentivo condicionado que provoca placer o anhelo de consumo.
Ruidos ligados al dolor
Muchos niños y adultos adquieren temor al sonido del consultorio dental. Este ruido, que antes era neutro, se relacionó con la vivencia del dolor o la ansiedad (estímulo incondicionado), lo que provoca una reacción emocional negativa al ser escuchado. En este caso, el sonido es el estímulo condicionado que provoca miedo o tensión.
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La relevancia del condicionamiento
El estímulo condicionado no solo describe la forma en que aprendemos nuevas respuestas, sino que también facilita la comprensión de cómo se generan hábitos, emociones, prejuicios o incluso conductas automáticas en el día a día. Además, constituye la base de terapias conductuales como la desensibilización sistemática, utilizada para tratar fobias a través de la exposición progresiva al estímulo temido, sin el factor incondicionado que provocaba el miedo.
Si bien el origen de esta teoría se remonta a los experimentos del ruso Iván Pávlov, su importancia se prolonga hasta el presente en el campo de la investigación psicológica y su uso clínico, educativo y publicitario. Entender cómo funciona ayuda a interpretar muchos de nuestros comportamientos y emociones, y a descubrir que, a menudo, lo que hacemos es producto de asociaciones aprendidas más que de respuestas innatas.
En pocas palabras, conocer cómo se forman nuestras asociaciones emocionales es el primer paso para transformar nuestra conducta.
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