Factores conservadores de la sexualidad
Han sido muchos los factores que han influido en la represión de la sexualidad humana. Su línea de desarrollo no es aleatoria, así como no lo son todas las concepciones sociales y morales que se tienen acerca de la sexualidad. Podemos encontrar las bases conceptuales de la historia sexual y de los factores conservadores de la sexualidad en períodos tan alejados como el Neolítico.
En esa etapa es donde comienza a desarrollarse el patriarcado como uno de los principales cimientos de la posterior sexualidad y experiencia sexual humana. No obstante, también encontramos conceptos como el victorianismo científico o la misoginia como factores conservadores de la sexualidad. Lo explicamos.
La conducta sexual varía en función de la sociedad y de su historia. Claro ejemplo de esto es que ciertas cosas que hoy en día nos parecen normales y naturales podían estar consideradas cómo aberrantes o indecentes en otras épocas históricas. Por ello, no se puede definir la conducta sexual como algo natural o desprovisto de cualquier influencia histórica y social.
Se exponen a continuación aquellos elementos que han favorecido históricamente la represión de la sexualidad y que han tenido un papel esencial en el desarrollo de la sexualidad humana hasta nuestros días.
Patriarcado: primera piedra de la contención
El patriarcado, entendido como el dominio del hombre por encima de la mujer, surge en la revolución agrícola que tiene lugar en el Neolítico. En ese momento, la ideología principal comienza a ser la subordinación de la mujer.
En el aspecto sexual ocurre lo mismo, donde el protagonista sexual y sujeto de placer activo y pasivo es el hombre. Este patriarcado origina esa discriminación hacia la figura de la mujer y su papel en el plano sexual.
Victorianismo científico: la ciencia y la religión fusionadas
Otro elemento incluido en los factores conservadores de la sexualidad es la época del victorianismo científico. Esta corriente de pensamiento nace en el siglo XIX, cuando la ciencia comienza a asumir las ideas restrictivas de la religión y de la moral.
Por ello, con la legitimidad de la ciencia, se crean tabúes y se empiezan a adoptar posturas que anteriormente solo eran propias de la religión. Dentro de este movimiento existen dos piedras angulares: la mujer casta y la masturbación dañina.
La invención de la mujer casta
Durante la Edad Media se le da un papel protagonista a la mujer en el sexo, no tanto por su placer activo, pero por ser conocedora de todos los procesos sexuales (es el ejemplo de papeles como La celestina).
No obstante, en 1857, William Acton, un médico inglés, afirma que la mayoría de las mujeres no se estimulan por ningún sentimiento sexual. No buscan el sexo y tampoco lo disfrutan.
La mujer pasa a ser considerada como frígida y casta por naturaleza, mientras que el deseo sexual pasa a ser algo exclusivo del hombre. La mujer que quiere mantener relaciones sexuales empieza a verse poco normal. Si bien épocas antes la mujer había sido considerada insaciable, ahora se autocensura.
A partir de la invención de la mujer casta, esta solo es visionada con fines reproductivos —de hecho el hombre busca el placer sexual fuera de la pareja o el matrimonio— y reprime su orgasmo y su placer sexual.
La nocividad de la masturbación
Durante el siglo XVIII, Tissot —un importante doctor suizo— escribe una obra titulada “Los peligros del Onanismo Juvenil”, donde se resalta que la excitación sexual es peligrosa y puede provocar en aquel que la busca ceguera, epilepsia, “trastorno del masturbador” o enfermedades incurables.
A partir de ese momento, también en el siglo XIX, se produce una caza al masturbador, actividad prohibida por razones médicas —salpicadas por la moralidad religiosa—.
Masturbarse ya no era malo moralmente, pero científicamente estaba demostrado que podía provocar la muerte. Desgraciadamente, se pusieron en marcha prácticas inhumanas para evitar la masturbación: la ablación femenina en las mujeres hasta 1940 en algunos países occidentales, anillos con púas para el pene… etc.
Misoginia basada en la ciencia y en la evidencia
Dentro de los factores conservadores de la sexualidad, encontramos la misoginia —heredada de momentos históricos anteriores— que tiene lugar en el siglo XIX.
De nuevo, es una misoginia abanderada en la legitimidad de la ciencia y sus investigaciones. Por ello, la mujer es considerada inferior al hombre y debe de estar supeditada a la vida familiar y domestica. Su vida sexual está, de nuevo, condicionada por el placer activo y pasivo a los hombres, sin que su orgasmo o disfrute sean algo relevante.
No era simplemente una mera opinión. La ciencia validaba la idea de que la mujer era inferior, como podemos observar en las reflexiones y consideraciones de aquellos que eran considerados eruditos en aquella época:
- Auguste Comte, filósofo francés, afirmaba que la vida de la mujer debía centrarse exclusivamente en la familia y el hogar.
- Charles Darwin, eminente naturalista inglés, decía que la mente del hombre era superior, más creativa y mucho más intrépida.
- Otto Weininger, filósofo austriaco, escribió en su obra “Sexo y carácter” que las mujeres eran superficiales y carecían de metas sociales.
- Paul Moebius, fisiólogo alemán, escribió una obra titulada “La deficiencia mental fisiológica de la mujer”.
En España, la misoginia también se ve motivada por importantes figuras científicas, como por ejemplo:
- Ramón y Cajal decía: “El puesto de la mujer en la familia es doble: la cocina y la alcoba”.
- Gregorio Marañón afirmaba que la libido de las mujeres era poco intensa y que su erotismo estaba embotado, porque la maternidad se lo impedía.
Botella Lluvia, padre de la ginecología en España, es el primero que duda acerca de la frigidez fisiológica de la mujer.
Liberación sexual: factores del cambio
Todas estas connotaciones científicas en ideas que antes solo habían sido opiniones dan lugar a una misoginia muy difícil de romper. Esta transmite inseguridad a la figura de la mujer, y la reprime completamente, en todos los ámbitos de su vida, incluido el sexual.
No obstante, a medida que la ciencia —concretamente la psicología— avanza, comienzan a surgir nuevas voces en pos de la separación de la moral y de la sexualidad.
En contraposición a esos factores conservadores de la sexualidad, a principios del siglo XX, Havelock Ellis, psicólogo social, comienza a tratar de hacernos ver que el sexo es uno de los elementos necesarios para la felicidad tanto de hombres como mujeres, desde una perspectiva liberal.
Ellis mantiene una perspectiva positiva de la sexualidad y comienza a hablar del pudor como elemento restrictivo de la conducta sexual. Él es el que afirma que no hay una norma sexual —aquella que venía predominando casi un siglo— pero gran variedad de formas, lugares y contextos.
Aunque las aportaciones de Freud han sido discutidas como algo positivo o negativo para el desarrollo de la sexualidad, es de los primeros que habla sobre el orgasmo femenino. Ya no lo hace en términos de inexistente, pero investiga sobre la posibilidad de dos orgasmos: el clitoridial y el vaginiano —esta teoría ahora es insostenible—.
Kinsey y “La conducta sexual de la mujer”
Por último, Kinsey, con un enfoque cuantitativo y a través de encuestas de conducta, trata de eliminar la idea de que el objetivo de la respuesta sexual es simplemente reproductivo. Quiere quitar el peso moral sobre la masturbación, argumentando que aquellos hombres que no se masturban pueden tener problemas sexuales más tarde.
Además, encontró que alrededor del 90 por ciento de los hombres practicaba la masturbación. Por último, dice que la sexualidad tiene muchísimas manifestaciones y que el elemento procreativo es uno de ellos pero no el más importante.
En 1953, escribe una obra titulada “La conducta sexual de la mujer”. Se puede observar como ya va adquiriendo mucha más importancia. En él afirma que la sexualidad de la mujer depende de factores internos, entre otras cosas, o que el máximo deseo sexual lo encuentran en torno a los treinta años. Afirma, al fin, que no hay “mujeres frígidas” y empieza a hablar sobre el orgasmo femenino.
Como se ha observado, son muchos los factores conservadores de la sexualidad, que han influido en su desarrollo y en la idea que tenemos nosotros sobre ella. Aunque la liberación sexual ya se ha desarrollado en muchos lugares del mundo, lo cierto es que factores como el victorianismo científico o la misoginia han tenido un papel esencial en las direcciones que han llevado la sexualidad masculina y femenina estos últimos años.
Muchas de las valoraciones morales en torno al sexo que se observan hoy en día tienen su herencia en esos factores, aunque ya la ciencia no defienda esas ideas, como sí que lo hizo tiempo atrás.