La ansiedad informativa, ¿qué es?
La ansiedad informativa deriva de la necesidad obsesiva por estar al tanto de los últimos acontecimientos, en cualquier lugar y a todas horas. Es un mal postmoderno que nació por un lado de la globalización y la tecnología, y, por el otro, de una agenda de prensa que cada vez pone más hechos dentro de “lo que debe ser conocido”, aunque no sea así.
A esto se suma el hecho de que se ha multiplicado significativamente el número de fuentes de datos. Actualmente, cualquier persona puede actuar como una fuente o transmisor y muchos dedican buena parte de su tiempo a ello. Esa sobreexposición a datos que vienen de todas partes puede dar origen a la ansiedad informativa.
“Es estéril y peligroso creer que uno domina el mundo entero gracias a Internet cuando no se tiene la cultura suficiente que permite filtrar la información buena de la mala”.
-Zygmunt Bauman-
Las nuevas tecnologías han tenido un avance impresionante en poco tiempo. Quizás aún el mundo está en la etapa de aprender a utilizar esas herramientas, de modo que ofrezcan un verdadero enriquecimiento mental e intelectual, en lugar de que alimenten la ansiedad informativa. Veamos esto con mayor detalle.
Algunos datos reveladores
La consultora Domo, de los Estados Unidos, hizo una estimación sobre el intercambio de información, a comienzos de 2019. Según sus datos, en tan solo un minuto hay alrededor de 4.300 millones de interacciones en el mundo; esto es, de transmisión y recepción de información.
También por minuto se reproducen 97.222 horas de Netflix y 4.333.560 vídeos de YouTube. Simultáneamente se escuchan 750.000 canciones en Spotify, se cuelgan 49.380 en Instagram, se realizan 176.220 llamadas de Skype y se envían 473.400 trinos por Twitter. Recordemos que estamos hablando solo de un minuto.
Ahora bien, esas cifras son globales y cambian mucho a nivel individual. Sin embargo, la firma de investigación GlobalWebIndex, con sede en Londres, señaló que, en promedio, las personas pasan 143 minutos cada día al frente de una pantalla y consultando redes sociales. Esto varía de país a país y de continente a continente.
Los 143 minutos de ese promedio no se completan de seguido, sino que se reparten a lo largo de todo el día. Un estudio de Ikea España dice que una de cada tres personas mira las redes sociales 100 veces al día. Otro estudio de CNN señala la misma cifra para los jóvenes estadounidenses. En cualquier caso, gran cantidad de personas se exponen a recibir información durante mucho tiempo y muchas veces al día.
La ansiedad informativa
La ansiedad informativa es una causa y una consecuencia a la vez. Es causa porque lleva a buscar información compulsiva e indiscriminadamente y a “tragarla” sin apenas dar tiempo para digerirla y procesarla. Por su parte, es consecuencia porque finalmente es el fruto de esa avalancha informativa a la que es expuesto el ser humano continuamente en el mundo actual.
Como el nombre lo indica, lo que hay en esa ansiedad informativa es una angustia de base. Aparece una necesidad ficticia: recibir información continuamente. Es ficticia, porque no es claro cuál es el beneficio de abrir la mente a todo lo que quiera llegar a ella, sea relevante o no, sea útil o no. Simplemente surge una suerte de “hambre de datos” que, como sucede a veces con el hambre física, no logra saciarse con nada.
A su vez, al incorporar tantos elementos en un vacío que jamás se puede llenar, surge un estado de ánimo caracterizado por la inquietud y el nerviosismo. Es un apetito sin fin, que jamás se llena y, por lo mismo, genera desazón y agobio. También una sensación general de confusión, que muchas veces conduce a posturas mentales simplistas y radicales como medio para compensar el despiste.
Y va más allá…
La ansiedad informativa no solamente nutre el malestar interno, sino que además es una conducta que le cae como anillo al dedo a las formas más oscuras de poder. Se censura la información impidiendo que esta se difunda, pero este objetivo también se logra haciendo lo contrario: inundando de información.
En el marco de demasiados datos, fácilmente se refunden los que son verdaderamente relevantes. Y también fácilmente se termina dándole importancia a aquello que no la tiene. Una mente exhausta, por hiperestimulación, busca instintivamente lo fácil, lo digerible; muchas veces eso equivale a lo irrelevante o lo baladí.
Es así como se llega a un mundo que es ultrainformado y desinformado a la vez. Que sabe mucho y no sabe nada. Que tiene al alcance todo tipo de conocimientos, pero carece del criterio para saber cómo organizarlos o discriminarlos y qué hacer con ellos.
“Idiotas informados”, le llaman algunos. Desconcertados por el exceso de información, dirían otros. Por todo esto, quizás sea buena idea replantear el mecanismo con el que filtramos lo que llega a nuestra mente a través de la sobreinformación.
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- Vania, C. T. Q., & Ruíz, P. T. (2015). Infoxicación, Angustia, Ansiedad y Web Semántica.
- Razón y Palabra
- 19
- (92), 1-27.