La ansiedad sexual, cuando la intimidad asusta
Se supone que estamos en tiempos en los que prima la libertad y destrucción de tabúes en el plano de la sexualidad. Y decimos que “se supone” porque a la hora de la verdad esto no funciona realmente así. Al menos no lo es para un importante grupo de personas que finalmente no logran disfrutar de la intimidad. Algunas por la llamada ansiedad sexual.
Así, cuando hablamos de ansiedad sexual nos referimos a un conjunto de emociones y sentimientos displacenteros que tienen un escenario de fondo común: las relaciones sexuales. Incluyen temor, tensión, rechazo y, finalmente, disfunciones. Las razones para que esto ocurra pueden ser muchas, pero los efectos siempre son muy difíciles de sobrellevar.
“El erotismo es una de las bases del conocimiento de uno mismo, tan indispensable como la poesía”.
-Anaïs Nin-
El sexo enriquece la vida. Ofrece unos beneficios emocionales y físicos muy importantes. Van desde el fortalecimiento del sistema circulatorio e inmunológico hasta el combate contra el estrés y las tensiones cotidianas. Se ha dicho que es un analgésico natural y también que tiene un potencial maravilloso para potenciar nuestra autoestima.
Sin embargo, cuando hay ansiedad sexual, las personas difícilmente encuentran esos beneficios en el sexo. Así, una vez instaurada la dinámica negativa, cualquier situación de intimidad física provoca inquietud y nerviosismo. No hay disfrute, sino miedo. No hay aporte, sino sensación de vacío y de insatisfacción.
¿Cuál es el origen de la ansiedad sexual?
La ansiedad sexual puede manar de diferentes fuentes. En ocasiones, puede nacer de una experiencia traumática de abuso. El abuso sexual es más frecuente de lo que se cree, en parte porque muchos casos son silenciados. Por otro lado, hablamos de un tema tabú que históricamente se ha tendido a tapar ya que nadie en los marcos en los que se producían estaba dispuesto a denunciar el caso.
Por otro lado, cuando la experiencia sucede a una edad muy temprana, lo habitual es que la persona cuente con muy pocos recursos emocionales para gestionar las emociones. Así, es posible que la experiencia termine dejando una huella más profunda y unos efectos indeseables que en el futuro serán más difíciles de eliminar o atenuar.
A veces la situación no es tan extrema. A veces la ansiedad sexual nace de otras fuentes. En casi todas el elemento común es la represión. Corresponde a estos casos:
- Una educación restrictiva que condena el sexo. Hay muchos enfoques ideológicos y religiosos que condenan las prácticas sexuales. Se refieren a ellas con epítetos que ubican el sexo dentro del rango de lo despreciable, lo sucio o lo inmoral. Quien ha sido educado dentro de esos parámetros tiene que trabajar mucho para descubrir las facetas bellas y placenteras de la sexualidad
- Falta de información. A veces la inhibición y la ansiedad sexual provienen de la escasa información que se tiene respecto al sexo. En ese caso se trata de un mundo desconocido al que se accede con un sentimiento de prevención
- Miedo de fracasar. La falta de experiencia y, por lo tanto, de conocimientos hacen que aparezca el temor a no tener un desempeño adecuado. Lo cierto es que cada uno de nosotros hacemos una definición particular de “desempeño adecuado” y el listón de la misma puede estar muy por encima de los estándares comunes. Esto conduce a la ansiedad sexual.
Hay otros factores que pueden incidir, como la depresión, la falta de autoestima o la dificultad para aceptar el propio cuerpo. También es frecuente que aumente la ansiedad cuando existan conflictos por resolver o la confianza se haya roto.
¿Qué hacer frente a la ansiedad sexual?
En muchos casos, la ansiedad sexual termina dando paso a una disfunción sexual: disminución del deseo, dificultad para sentir excitación, problemas de eyaculación precoz o dolor durante el coito. Todo ello, salvo que se realice una intervención adecuada, empobrece la vida sexual y termina deteriorando la relación de pareja.
Las principales medidas a tomar cuando hay ansiedad sexual son las siguientes:
- Estrechar la relación emocional con la pareja. Nada es más liberador que incrementar la confianza en pareja. Crear las condiciones para que se pueda hablar del tema con total sinceridad, con el objetivo de encontrar soluciones conjuntas.
- Informarse mejor. Es muy importante conocer bien nuestro propio cuerpo. En este caso, la anatomía de nuestros órganos sexuales y su funcionamiento. También comprender lo que ocurre durante una relación sexual, en términos físicos y psicológicos. Leer o informarse más sobre el tema ayuda a disminuir los temores.
- Enriquecer el erotismo. La sexualidad es mucho más que el coito. Por eso es necesario conceder la importancia que le corresponde a todo aquello que promueva el erotismo y el acercamiento físico no. Esto incluye las caricias, los besos, los masajes y todas las muestras de afecto que surjan en la pareja.
- Descubre lo que te relaja. Cada persona es un mundo y en la sexualidad no hay más reglas que las que firme de mutuo acuerdo la propia pareja. En este sentido, resulta útil descubrir las circunstancias en las que la sexualidad es más tranquilizadora. Por ejemplo, el nivel de luz con el que los dos se sientan cómodos, el momento, el lugar, etc.
Finalmente, destacar que en la ansiedad sexual hay niveles. Algunos demandan ayuda profesional, en otros un cambio de circunstancias pueden reconducir la situación. De una u otra forma, si nos encontramos en una situación a la que no sabemos darle una solución, lo mejor es acudir a la consulta de un especialista. En primer lugar, a la de un médico, para que este descarte cualquier problema orgánico o que las dificultades que sufrimos sean el efecto secundario de algún medicamento.
En caso de haber superado estas dos hipótesis, lo mejor es acudir a la consulta de un psicólogo. Si en el fondo de la disfunción está la ansiedad, el profesional diseñará un plan de intervención adaptado a nuestras necesidades que sin duda nos ayudará a dejar la dificultad atrás.