La bella fábula de Eco y Narciso
La fábula de Eco y Narciso nos cuenta que Eco era una ninfa juguetona y habladora, que tenía un don especial: las palabras fluían por su boca de manera armónica. Cualquier sentencia que pronunciase se escuchaba mejor en sus labios que en los de cualquier otro ser. No era para menos: las Musas la habían educado.
Sin embargo, Eco también tenía un gran defecto: siempre quería tener la última palabra. Por lo demás, era una ninfa curiosa, amante de la caza, y por eso pasaba mucho tiempo en los bosques. Era una de las favoritas de la diosa Artemisa. Entre tanto, el dios Zeus era un asiduo visitante de sus hermanas, las ninfas. Las frecuentaba para divertirse con ellas.
Hera, la esposa de Zeus, sospechaba que algo así ocurría. Un día en el que Zeus no aparecía, fue ella en persona a buscarlo a los bosques. Durante su travesía se encontró con Eco, quien, para proteger a sus hermanas, entabló una larga conversación con la diosa. De este modo, la mantuvo entretenida hasta que las ninfas pudieron escapar.
“Ser bueno solamente consigo mismo es ser bueno para nada”.
-Voltaire-
Un castigo y un encuentro
La fábula de Eco y Narciso cuenta que, pese a las astucias de Eco, la diosa Hera descubrió la verdad. Inmediatamente montó en cólera con Eco por facilitar las infidelidades de Zeus.
Hera le dijo a la pobre ninfa: “Por haberme engañado, de aquí en adelante perderás el uso de tu lengua”. Luego agregó: “Y ya que siempre te gusta decir la última palabra, desde este momento solo podrás responder con la última palabra que escuches”.
Según lo cuenta la fábula de Eco y Narciso, a partir de ese momento la ninfa solo podía decir palabras ajenas. Más exactamente, la última palabra que escuchara. Decepcionada con su suerte, Eco fue a refugiarse en los campos. Allí encontró una cueva, que adoptó como morada.
Un día, desde su cueva, Eco vio a un joven apuesto que paseaba solitario por aquellos lugares. De inmediato, quedó enamorada de él. Comenzó a esconderse para poder divisarlo desde lejos, todos los días. Narciso, que así se llamaba el joven, no advertía que ella estaba ahí.
Un amor no correspondido
Dice la fábula de Eco y Narciso que la ninfa se enamoró perdidamente del joven. Comenzó a seguirlo a todas partes, sin ser vista. Sin embargo, un día, accidentalmente rompió una rama con sus pies. Narciso la escuchó y comenzó a preguntar quién estaba ahí.
Eco llevaba sobre sí misma el castigo de no poder hablar con palabras propias. Así que solo pudo responderle repitiendo la última palabra que él decía. El joven, muy confundido, le dijo, “¿Por qué huyes de mí? ¡Unámonos!”. Eco repitió “¡Unámonos!” y se abalanzó hacia él, sin pensar en las consecuencias.
Narciso se mostró muy desagradado por aquel gesto. Luego se burló de Eco, por su actitud y por su forma de hablar. Esto rompió el corazón de la ninfa, que salió huyendo de ahí, rumbo a su cueva. Según la fábula de Eco y Narciso, fue tanto su pesar que ella misma se consumió y murió. Solo sobrevivió su voz, que aún se escucha en los lugares apartados de las montañas.
La fábula de Eco y Narciso
Pero, ¿quién era realmente ese hermoso joven llamado Narciso, del que Eco se había enamorado? Cuenta la fábula de Eco y Narciso que este último era una criatura muy bella. El profeta Tiresias hizo un vaticinio que dejó aterrada a la madre del muchacho. El sabio dijo que los espejos serían la perdición de aquel niño.
Por eso la madre ocultó todos los espejos que había alrededor de Narciso. Empleó mucho tiempo y esfuerzo en que él no viera su rostro reflejado en ningún lugar. Era muy hermoso, pero él mismo no lo sabía. Cuando creció, no solo le rompió el corazón a Eco, sino a todo aquel que quedaba prendado de su constitución.
Cuenta la fábula de Eco y Narciso que una de las ninfas, harta de esos desprecios, le pidió a Némesis que lo castigara. Él también debía sufrir por un amor no correspondido, para que sintiera esa pena en carne propia. Némesis hizo que Narciso fuera a un lago cristalino. Cuando iba a beber de él, vio su propio reflejo y quedó embelesado.
Según la fábula de Eco y Narciso, este creyó que en el agua había una criatura bellísima, de la cual se enamoró al instante. Le rogó que le correspondiera y luego entró en una enorme aflicción al ver que no lo hacía. Tanto fue su dolor que terminó muriendo de pena. Las ninfas querían darle sepultura, pero no encontraron su cuerpo. En su lugar había una flor, que desde entonces lleva su nombre.
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- Liberman, D. (1958). Autismo transferencial. Narcisismo, el mito de Eco y Narciso. Revista de psicoanálisis, 15(4), 369-385.