La neurobiología de la agresión impulsiva
La agresión es un constructo complejo y heterogéneo. Principalmente, podemos distinguir entre dos tipos de agresión: la agresión premeditada (predatoria, instrumental) e impulsiva (afectiva, reactiva). Aquí, nos centraremos en describir la neurobiología de la agresión impulsiva.
Para el autor Stahl, la agresión impulsiva puede reflejar “una hipersensibilidad emocional y una percepción exagerada de las amenazas. Ello puede ir ligado a un desequilibrio entre los controles inhibidores corticales de arriba-abajo y los impulsos límbicos de abajo-arriba”.
Parece que, por lo general, la agresión impulsiva no restringida tiene una gran actividad en la zona de la amígdala. A su vez, tiene poca actividad inhibidora en la zona de la corteza prefrontal orbitofrontal (COF). Al contrario, cuando una persona trata de controlar su agresión impulsiva, la actividad aumenta en la COF. Pero la pregunta es, ¿de dónde sale el comportamiento agresivo en el sistema nervioso central?
Hipotálamo y sustancia gris periacueductal
Durante la primera mitad del siglo XX se realizaron estudios en gatos, en concreto se estudió una región del hipotálamo posterior. Se determinó que, al destruir esta región, también se “destruía” un comportamiento agresivo de rabia (falsa rabia) que no parecía estar asociado con la ira real. Además, este comportamiento no siempre iba dirigido hacia el estímulo que la había desencadenado. Al ser estimulada, dicha región provocaba este comportamiento de rabia (2, 3).
Los estudios sobre las bases neurobiológicas de la agresión en gatos han conducido a la descripción de (4, 5):
- Un ataque afectivo, caracterizado por respuestas emocionales típicas del sistema nervioso simpático.
- Un ataque depredador, sin estas respuestas emocionales típicas.
El ataque afectivo
Este puede ser controlado desde una gran extensión del hipotálamo medial. Esta se extiende hacia el tronco del encéfalo donde se encuentran centros nerviosos que controlan la expresión del ataque, como son bufar y gruñir (6). En el ataque afectivo también pueden estar implicados:
- La amígdala medial. De ella, el hipotálamo recibe información excitadora.
- La sustancia gris periacueductal dorsal del tronco del encéfalo. El hipotálamo le envía información excitadora. Además, desde esta sustancia hay conexiones excitadoras con el locus coeruleus y el núcleo solitario que median las respuestas autónomas durante el ataque afectivo (6).
El ataque predador
Este tipo de ataque es controlado por el cerebro desde el hipotálamo lateral. También desde regiones del tronco del encéfalo, como la sustancia gris periacueductal ventrolateral, entre otras. Además, el hipotálamo lateral recibe información excitadora desde la amígdala central y lateral e inhibidora desde la amígdala medial. En esta investigación, se determina que ambos circuitos se inhiben entre sí. Ocurre que, mientras el gato está realizando un “ataque predador”, no puede llevar a cabo a la vez un “ataque afectivo”.
Haller (2014) afirma que los mecanismos descritos para el gato en el hipotálamo, sustancia gris periacueductal y otros centros como la amígdala también pueden funcionar de forma similar en humanos. A ello, se le añade la corteza prefrontal como sustrato de los factores psicológicos.
Las estructuras límbicas (amígdala, formación hipocampal, área septal, corteza prefrontal y circunvolución del cíngulo) modulan fuertemente la agresión a través de sus conexiones con el hipotálamo medial y el lateral (7).
La amígdala
Parece que existe una clara implicación de la amígdala en la conducta agresiva. Por ejemplo, en sujetos violentos psicópatas se ha encontrado reducción significativa de volumen de sustancia gris de la amígdala en varios estudios (8, 9). Sin embargo, parece que otros estudios muestran lo contrario (1). Lo que parece seguro es que la amígdala tiene un papel en la agresión. Sin embargo, no se sabe muy bien si aumenta o disminuye su tamaño cuando esta se produce.
En cuanto a la activación de la amígdala, se han realizado estudios en psicópatas que muestran niveles más bajos de actividad en la amígdala cuando ven imágenes violentas (1).
La corteza prefrontal en la neurobiología de la agresión
¿Qué ocurre funcionalmente en la CPF de los sujetos violentos? Un estudio mediante TEP llevado a cabo en asesinos predadores (psicópatas) e impulsivos y en sujetos normales neurológica y conductualmente (10) aportó los siguientes resultados en relación con el tipo de agresión y la actividad de la corteza prefrontal:
- Los asesinos impulsivos presentaban menor actividad prefrontal y mayor actividad subcortical en el lóbulo temporal (que contiene la amígdala) en comparación con los sujetos control.
- Los asesinos predadores tenían una actividad prefrontal similar a la de los sujetos control pero tenían una actividad succortical excesiva.
Parece, por lo general, que la violencia provoca, como mínimo, una actividad funcional extraña en la corteza prefrontal.
En general, los estudios sobre la neurobiología de la agresión indican a estructuras subcorticales como la amígdala y otras estructuras corticales como las responsables de esta conducta. Parece, pues, que aunque los estudios no son concluyentes, sugieren que la conducta violenta podría ser el resultado de una disfunción en la actividad cortical y subcortical.
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Ortega-Escobar, J., & Alcázar-Córcoles, M. Á. (2016). Neurobiología de la agresión y la violencia. Anuario de psicología jurídica, 26(1), 60-69.
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Siegel, A. (2004). Neurobiology of aggression and rage. CRC Press.
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McEllistrem, J. E. (2004). Affective and predatory violence: A bimodal classification system of human aggression and violence. Aggression and violent behavior, 10(1), 1-30.
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- Tiihonen, J., Hodgins, S., Vaurio, O., Laakso, M., Repo, E., Soininen, H. y Avolainen, L.(2000). Amygdaloid volume loss in psychopathy. Society for Neuroscience Abstracts, 2017.
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Raine, A., Meloy, J. R., Bihrle, S., Stoddard, J., LaCasse, L., & Buchsbaum, M. S. (1998). Reduced prefrontal and increased subcortical brain functioning assessed using positron emission tomography in predatory and affective murderers. Behavioral sciences & the law, 16(3), 319-332.