La tristeza que no tiene explicación
Seguro que te ha ocurrido alguna vez: te levantas por la mañana con una extraña apatía, con una tristeza que no tiene explicación. Tu cuerpo reacciona de una forma más lenta y cualquier estímulo, como puede ser los rayos de luz o incluso sonidos muy altos, te hacen daño. ¿Qué es lo que ocurre?
Algo dentro de ti te dice que estás triste, notas una punzada que te oprime y que llena tu mente de una sensación indefinible que eres incapaz de explicar. Son esos días en que, cuando alguien observa tu expresión y te pregunta qué te ocurre, respondes aquello de “pues no sé, hoy tengo un mal día”.
La realidad es que nuestro cerebro y nuestro cuerpo son un cúmulo de reacciones químicas que en ocasiones generan en nosotros sensaciones de las que no somos conscientes. Y a pesar de que hay momentos en que la tristeza puede tener un origen exógeno, la mayoría de las veces esta emoción tiene un origen puntual muy claro.
Pero solemos poner el “piloto automático” en nuestras vidas para seguir funcionando, para no ver lo que ocurre, a pesar de que nuestro cerebro nos dé señales de alarma de que hay algo que debemos solucionar.
¿Por que siento una tristeza que no tiene explicación?
Son muchas las personas a las que les ha ocurrido. La tristeza envuelve y te atrapa de pronto, volviendo tu cuerpo más pesado, regalándote un cansancio casi extremo y una apatía indefinible. Pero veamos las posibles causas de esa tristeza que no tiene explicación, al menos aparentemente:
1. Factores externos
Una alimentación incorrecta puede se uno de los motivos. Ocurre en esos casos en que seguimos dietas extremas donde dejamos de ingerir los nutrientes que nuestro organismo necesita.
Una alimentación baja en proteínas, en vitaminas, en minerales como el hierro, el magnesio o el fósforo, pueden provocar el debilitamiento de muchas funciones básicas. Cuando el organismo no está bien nutrido el ánimo decae y nos sentimos débiles. Hay que tenerlo en cuenta.
Otro factor es la depresión estacional, porque el clima nos afecta. Cuando llega el invierno con menos horas de luz, más lluvias y humedad, muchas personas se ven afectadas por esa tristeza que no se puede explicar y que puede muy bien derivar en una depresión. Se alteran los ciclos de sueño, aparece el cansancio y la apatía… Es muy característico.
2. Factores internos
En primer lugar, debes saber que a nivel nervioso, sufrimos una bajada drástica de neurotransmisores como la noradrenalina y serotonina en el cerebro, y es esto lo que provoca la sensación de pena o tristeza que no tiene explicación para ti. Pero, ¿qué lo origina? ¿Qué hace que suframos ese déficit brusco en estos neurotransmisores?Se debe, obviamente, a factores externos. Factores personales. Sin duda lo más común. La tristeza no llega de pronto sin razón alguna, tiene un origen.
Podemos llevar una vida normal cuando, de improviso, empezamos a notar algunos signos extraños: dolores de cabeza, cansancio, enfermedades como muchos resfriados o gripes… nuestro sistema inmunitario está debilitándose y sufrimos lo que se llama una somatización. Es decir, nuestro cuerpo reacciona ante las preocupaciones de nuestra mente.
Lo que sucede biológicamente en nuestro cerebro es que el hipotálamo responde a dichas preocupaciones segregando la corticotropina, que, a su vez, estimula la segregación del cortisol en sangre. Todo ello afecta a nuestro comportamiento, a nuestras sensaciones… a que estemos más cansados, más preocupados, más taciturnos.
Siempre hay un motivo
La tristeza que suponemos “aparece de modo inesperado”, siempre responde a una razón. Nuestro cuerpo será el primero en darnos la señal de alarma para avisarnos de que hemos de detenernos. Y pensar, en analizar qué ha ocurrido…en aclarar qué te preocupa realmente.En ocasiones nos negamos a nosotros mismos la existencia de dichos problemas porque no podemos detenernos: hay muchas obligaciones, el trabajo, los niños, tu pareja… la prisa de nuestra cotidianidad es un motor bien engrasado que en ocasiones, nos impide ser personas.
Debemos sentarnos y reflexionar. Hablar con nosotros mismos para aceptar que quizá, no estamos tan bien como creemos. Que no somos invulnerables y hay algo que nos hace daño y que debemos solucionar. Quítate la armadura. Busca el final de esa madeja que hay en tu mente y descubre qué hay tras ella.
Tu cuerpo ya te ha dado una pista de que no estás bien. Atiéndete entonces, cuídate y ten siempre en cuenta ese mundo interior que, en realidad, mueve cada una de nuestras vidas.