Las principales barreras para el disfrute sexual
En los seres humanos la sexualidad tiene mucho más de simbólico que de físico. Esto aplica para hombres y mujeres, por más “materialistas” que se autodenominen. El cuerpo humano es una construcción cultural. La educación, las ideologías, la misma propaganda influyen de manera decisiva en la forma como funciona cada órgano y cada miembro de una persona.
El cuerpo humano también es expresión en todo momento. Cada movimiento, cada acción tiene el valor de gesto. Hace visible lo que hay en la mente, manifiesta las emociones y las actitudes.
Todo esto se hace especialmente evidente en el terreno de la sexualidad, pues implica actos que comprometen el cuerpo y la mente integralmente. Esto no quiere decir que toda relación sexual lleve implícita una historia de amor, pero sí supone que se trata de una experiencia que deja ecos en la forma de pensarnos y percibirnos.
Raíces históricas de la represión sexual
Desde que el ser humano se hizo sedentario y formó comunidades, la sexualidad se convirtió un campo irrigado por el poder. Las diferentes sociedades regulan, de uno u otro modo, las relaciones sexuales. Las primeras prohibiciones se relacionaban con el incesto. Tenían, y siguen teniendo, la función de organizar las líneas de parentesco de la forma que cada comunidad considerara coherente.
El surgimiento de las religiones monoteístas llevó a una importante división entre los sexos y puso a la mujer en un lugar de subordinación, tanto en las funciones públicas, como en la intimidad de las alcobas.
El imperio romano reglamentó los asuntos de familia y con ello marcó también una barrera entre lo que podría llamarse la sexualidad “legítima” y la “silvestre”. La primera quedó protegida legalmente por derechos y deberes, mientras que la segunda se dejó al libre albedrío de quienes la practicaran.
Con la hegemonía de las religiones judeo-cristianas la sexualidad se volvió un tema de primer orden en la sociedad. Más allá de las restricciones legales, se introdujeron una serie de límites morales y se organizó toda una mitología de lo “normal” y lo “anormal” y lo “pecaminoso”. El modelo de mujer quedó en cabeza de la Virgen María y la castidad femenina se volvió un valor supremo.
Las reacciones masivas frente a todas esas restricciones comenzaron a aparecer solo hasta el siglo XX. La sociedad actualmente está básicamente secularizada. Se reivindican nuevos derechos sexuales y cada vez hay menos barreras.
El disfrute sexual
En medio de las libertades conquistadas, todavía cabe la pregunta del por qué para algunas personas resulta difícil, o imposible, disfrutar de la sexualidad. Otros, establecen límites muy precisos para su placer. ¿Qué ocurre?
Los cambios culturales no son homogéneos, ni logran introducir transformaciones en las actitudes y los comportamientos de todos, de un día para otro. Los mensajes que recibimos en torno a la sexualidad son ambiguos, cuando no contradictorios. Al tiempo que nos hablan de libertad, también son muy frecuentes las alusiones al “sexo seguro”, el SIDA y las disfunciones sexuales.
Sobre la sexualidad se habla desde la medicina, desde la ciencia, desde la política, desde la sabiduría oriental, desde la publicidad y, cómo no, desde la religión. No existe, como antes, un catálogo preciso sobre lo que se puede considerar “bueno” o “malo”. El ser humano está expuesto a todos esos discursos y puede llegar a enredarse en esa espesa maraña de palabras.
Más que alentar la comprensión de sexualidad, actualmente estamos expuestos a la confusión. No importa cómo experimentes tu vida sexual, siempre entrarás en contradicción con alguno de esos discursos. Lo que es avalado desde la psicología, puede ser reprochable desde la religión, o insignificante para la medicina. Por si fuera poco, todos traemos una larga historia de educación que nos ha inculcado la familia y que no siempre contribuye a hacernos las cosas más claras.
En esas condiciones, no es fácil reconocer cuál es nuestra propia manera de disfrutar del sexo. No queremos ser demasiado libertinos, pero tampoco mojigatos. No queremos idealizar la sexualidad, pero tampoco banalizarla. No queremos una sexualidad que implique demasiados compromisos, pero tampoco otra que nos haga sentirnos como cascarones vacíos.
Más que nunca se ha vuelto importante incrementar las posibilidades de entrar en contacto con nosotros mismos. Es el único punto de partida real para lograr hacer una negociación entre lo que somos y lo que nos propone la cultura. La única base para encontrar el camino hacia el disfrute sexual.
Imagen cortesía de Septem Trionis