Narciso, la historia de un ególatra empedernido
Apuesto, egoísta y vanidoso. Narciso es una de las figuras de la mitología griega que más interés ha suscitado en el mundo de la psicología y la psiquiatría. Como la mayoría de leyendas y tradiciones que conservamos de esta época, tales relatos albergan siempre un mensaje moralizante. Lo llamativo es que dichos consejos nunca caducan e invitan a profundas reflexiones.
Lo que aprendes de mano de este joven es que el amor patológico a uno mismo tiene su castigo. Porque quien solo ve su propia persona y desprecia a los demás, tarde o temprano, queda atrapado en el vacío de la soledad. La presente historia sirvió también para dar nombre a un trastorno psicológico que, sin duda, conoces muy bien. A continuación, profundizamos en todas estas ideas.
«Narciso es un espíritu que quiere darse a sí mismo en espectáculo. Pero comete el pecado de querer amarse del mismo modo que uno toma a los cuerpos ajenos. Al no poder llegar a ello, aniquila su propio cuerpo en su propia imagen»
La leyenda de Narciso
En la actualidad, consideramos la versión latina de la presente leyenda como la más clásica y representativa. Fue Ovidio quien nos relató en su libro tercero de Metamorfosis (8 d. C) esta historia. Lo hizo a través de ciento cincuenta versos con los que trazar, en detalle, los tristes acontecimientos que rodearon las vidas de Narciso y la ninfa Eco.
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La predicción sobre el joven más bello
En Tespias, Beocia, vivía un joven que respondía al nombre de Narciso. Era hijo del dios del río Cefiso y de la ninfa Liríope y, su rasgo más distintivo era, sin duda, su perfecta apariencia y una belleza que desafiaba a los propios dioses. Su madre, preocupada por el futuro de su hijo, quiso consultar con el vidente Teresías, cuál sería el devenir de su vástago.
Lo que le reveló el adivino fue claro. El muchacho viviría hasta una edad avanzada, siempre y cuando, no se viera a sí mismo. Ante esta revelación, ella optó por retirarle todos los espejos con el fin de que jamás contemplara su propia imagen. Pero él era muy consciente de su atractivo por el efecto que causaba en los demás. De hecho, adoraba recibir la admiración ajena.
Un ego que rompía corazones
Narciso nunca había visto su reflejo y, sin embargo, no necesitaba hacerlo. Se enorgullecía de las miradas que recibía de los demás, de los suspiros que levantaba y de los corazones que rompía. Era casi inevitable no enamorarse de él. Tanto hombres como mujeres intentaron acercarse, seducirlo e incluso agasajarlo con riquezas. Pero era inútil. Solo se amaba a sí mismo.
Un claro ejemplo del dolor que generaba tuvo su representación en una hermosa joven. Eco era una ninfa del monte Helicón que intentó embelesar al joven Narciso con su bella e inocente voz. De hecho, antiguos mitos y leyendas decían que esta deidad femenina podía articular las más bonitas palabras jamás escuchadas.
Sin embargo, ella llevaba consigo una maldición que la diosa Era proyectó en su persona por celos. Temerosa de que encandilara a Zeus, le quitó su voz, provocando que solo pudiera articular la última palabra de quien se dirigiera a ella.
El encuentro con Eco
El amor de Eco era tan fuerte que intentó de infinitas formas acercarse a su admirado Narciso. Un día, cuando este tenía 16 años y estaba en el bosque cazando ciervos, lo siguió para hacerle saber de sus profundos sentimientos.
Cuando el joven notó una presencia a su espalda, preguntó: «¿Quién está ahí?», y Eco respondió: «Ahí». Narciso, extrañado por aquella inusual respuesta, lo intentó una vez más. «¿Por qué huyes de mí?». A lo cual, la joven no pudo evitar decir: «Huyes de mí». Intrigado, el muchacho no dudó en decir entonces: «Reunámonos aquí».
Al escuchar aquellas últimas palabras, Eco no se lo pensó y se mostró ante él saliendo de entre los arbustos. Narciso, al verla, la repudió al instante, dirigiéndole mofas y términos poco amables. Eco, rota de dolor por el rechazo, se retiró del mundo a una cueva donde solo quedó de ella su voz. Pero antes, pidió a la diosa de la venganza que actuara.
Némesis maldice a Narciso
Antes de que Eco se desvaneciera para siempre, pidió a Némesis que hiciera sentir a Narciso el amargo dolor del amor no correspondido. Y aquella demanda fue escuchada. Cuando Narciso fue un día al río Estigia para refrescarse, descubrió el reflejo de su propio rostro en las aguas. Se quedó hechizado.
Allí, inclinado, es testigo por primera vez de su poderosa belleza. Es él, tan hermoso como el dios Apolo, con su cuello de marfil, su boca perfecta y sus ojos de un brillo cautivador. Está tan atraído por su imagen que no puede apartarse de la superficie; hasta el punto de dejar de comer y de beber.
En un momento dado, su amor por sí mismo es tan incontrolable que siente un deseo irrefrenable por darse un beso. Es entonces cuando cae a las aguas y muere ahogado. La visión del adivino Teresías se cumple. Si no hubiera visto su reflejo, su vida habría sido más larga.
Una flor que florece en invierno
Allí donde el joven estuvo sentado durante tanto tiempo, deleitándose de su hermosura, creció una flor que llevaría su nombre y que florece en invierno: Narciso. Como curiosidad, el mundo del arte ha representado esta imagen en diversas ocasiones. Tienes, por ejemplo, el bellísimo cuadro de Dalí que pintó en 1937 representando esta transformación.
También puedes encontrar el clásico lienzo de John William Waterhouse, con Eco y Narciso en el río (1903).
El mito de Narciso en la psicología
Trabajos publicados en la American Psychological Association, señalan cómo a lo largo de la historia la vanidad ha sido una dimensión sancionada por diversas áreas, tanto las religiosas como las sociales. Ahora bien, no fue hasta principios del siglo XX cuando el mito del narcisismo empezó a aparecer en el área de la psiquiatría.
El psicoanalista austriaco Otto Rank publicó por primera vez diversas descripciones de este perfil de la personalidad en 1911. Solo tres años más tarde, el propio Sigmund Freud presentaría su conocida obra Introducción al narcisismo (1914). A partir de entonces, este concepto se asentó en el campo de la psicología de forma progresiva.
Una vez que Raskin y Hall desarrollaron el primer inventario para medir la personalidad narcisista en 1979, tuvimos ya un mecanismo con el que detectar este perfil. Pero el auténtico paso con objeto de reconocer esta característica como entidad clínica, llegó solo unos meses después, cuando la tercera edición del DSM-V, estableció los criterios para su diagnóstico.
Características del narcisismo
A lo largo de la historia, la psicología ha visto el mito de Eco y Narciso con gran curiosidad. De algún modo, la joven ninfa simboliza la entrega al otro, mientras que Narciso, encerrado en su egolatría, traza ese trastorno dominado por la necesidad de atención y el trato interpersonal hostil. Veamos las características que lo define:
- Falta de empatía: el narcisismo solo busca reconocimiento externo para reforzar su autoimagen y autoestima. Sin embargo, este perfil no es consciente de las realidades y necesidades ajenas. Son figuras incapaces de descifrar emociones, de calzarse en zapatos ajenos.
- Autoimagen distorsionada: al igual que Narciso se enamoró de su propia imagen, las personas con tendencias narcisistas presentan claras dificultades para ver sus propios defectos al tener una visión idealizada de sí mismas.
- Relaciones interpersonales: el presente mito nos ofrece un lienzo muy ilustrativo de cómo los hombres y las mujeres con rasgos narcisistas dañan a los demás con su trato. Un trabajo divulgado en Borderline Personality Disorder and Emotion Dysregulation, destacó el impacto de vivir junto a un narcisista patológico.
- Aislamiento: Narciso se aisló de la sociedad y se quedó atrapado en su propia imagen, hasta morir. En psicología, se observa a menudo un cuadro clínico que guarda algunas semejanzas. Estos pacientes terminan aislados, de hecho, es frecuente que deriven en otros trastornos comórbidos como la depresión.
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Una leyenda con un trasfondo muy real
Aunque los mitos a menudo contienen elementos fantásticos o sobrenaturales, están arraigados a experiencias humanas que nos son muy cercanas. La Antigua Grecia es muy rica en ese tipo de historias que trazan personalidades y conductas que son fáciles identificar. Ahí tenemos, por ejemplo, el Síndrome de Diógenes o el de Ulises.
Narciso es casi un arquetipo que nos ha acompañado a lo largo del tiempo y que, si bien no describió Carl Jung, tiene un claro reflejo en nuestra sociedad. Siempre existirán personas dominadas por una sobreestimación de sí mismas. Lo que sin duda nos enseña la leyenda, es que esta conducta genera daño interpersonal y conduce a la autodestrucción. Y tal riesgo es real.
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