Neurobiología de la impulsividad: el origen de la pérdida del control
¿No tienes la sensación de que a veces es como si en nuestro interior habitaran dos personas? Hay una que es juiciosa, reflexiva y calmada. La otra actúa por impulso y de manera automática, sin que tengamos oportunidad de ejercer el control sobre ella. La impulsividad es ese enemigo incómodo que nos aboca hacia comportamientos desregulados de los que más tarde nos arrepentimos.
A veces, nos vemos asaltando la nevera por las noches, llevados por una ansiedad galopante que nos hace comer cualquier cosa. En otras ocasiones, la mente impulsiva es la que toma decisiones precipitadas por nosotros, haciéndonos cometer errores monumentales.
Nos encantaría disponer siempre de ese enfoque pensante y meditativo que reflexiona antes de actuar. Sin embargo, nadie está exento de que, en algún instante, le domine ese otro yo que reacciona de forma espontánea sin tener en cuenta las consecuencias de sus acciones.
¿Por qué sucede esto? ¿Qué ocurre en el cerebro de ese niño altamente impulsivo al que tanto nos cuesta educar e inculcarle una actitud más meditada y relajada? Lo analizamos a continuación.
El comportamiento impulsivo es bastante común en niños y adolescentes. Sin embargo, en ocasiones puede convertirse en un problema cuando surgen conductas problemáticas y contraproducentes para sí mismos y los demás.
Neurobiología de la impulsividad
Podemos definir la impulsividad como ese conjunto de reacciones inesperadas, desmedidas y no razonadas que efectuamos en cualquier situación. Lo que experimentamos es una conducta casi automática a un deseo o una necesidad. Nos dejamos llevar por una emoción latente sin tener en cuenta las consecuencias de dichos actos.
Bien es cierto que todos, en algún momento, nos hemos visto en este tipo de situaciones. Sobre todo, en nuestros primeros años. Y que sea así no es casual. La conducta impulsiva es frecuente en niños y adolescentes porque su corteza prefrontal no termina de madurar hasta los 24 años. Esta región cerebral es la encargada de ejercer las funciones ejecutivas y la conducta regulada.
Asimismo, también cabe señalar que la impulsividad está presente en numerosos trastornos psicológicos. Las adicciones, la ansiedad, la depresión, el trastorno bipolar, el trastorno obsesivo-compulsivo, así como el trastorno del control de los impulsos o el trastorno antisocial tienen esta misma característica.
Aunque es evidente que no todo el comportamiento impulsivo revela un problema mental, la pregunta es: ¿qué sucede en el cerebro cuando actuamos de este modo? Profundizamos en la neurobiología de la impulsividad.
Somos impulsivos por diferentes razones
La impulsividad surge en nuestro registro conductual por diferentes razones. Conocer esos desencadenantes resulta esencial para aplicar diferentes técnicas de intervención. Veamos esas tipologías:
- La personalidad impulsiva. A menudo, la educación recibida o el contexto en el que hemos sido criados y educados favorecen ese enfoque intolerante a la frustración y que responde de manera automática.
- La impulsividad de respuesta es otra tipología y tendría un origen biológico. En este caso, vemos individuos incapaces de modular sus respuestas, de aplicar el autocontrol e incluir un enfoque más racional.
- La impulsividad de elección define esas conductas en las que una persona es incapaz de retrasar refuerzos y gratificaciones. Son personas que buscan el goce inmediato y que caen en conductas adictivas.
Sistemas dopaminérgicos y serotoninérgicos alterados
Una investigación de la Universidad de Yale ha profundizado en la neurobiología de la impulsividad. Ahora sabemos, por ejemplo, que uno de sus desencadenantes reside en la desregulación de los sistemas dopaminérgico (DA) y serotoninérgico (5HT).
Esa alteración en la liberación de dopamina y serotonina provoca que las personas tengan problemas para regular y controlar su conducta. La corteza cerebral pierde operatividad y queda supeditada a mecanismos impulsivos.
El péptido de la impulsividad
Un péptido es un tipo de molécula formada por la unión de varios aminoácidos. Bien, este dato es interesante, porque se ha descubierto que el péptido MCH, que actúa también como hormona concentrando la melatonina, media a su vez nuestra impulsividad.
Así, en un estudio publicado en la revista Nature Communications se ha demostrado cómo el MCH activa o regula la impulsividad a través de las neuronas hipotalámicas laterales. La comprensión de estos sustratos neurales de la neurobiología de la impulsividad facilita el desarrollo de tratamientos cada vez más novedosos para tratar conductas desreguladas o problemáticas.
Las personas con problemas para controlar la ingesta de la comida evidencian una alteración en la producción del péptido MCH, el cual tiene 19 aminoácidos y está situado en el área hipotalámica lateral.
El origen genético y por qué algunos niños nacen siendo más impulsivos
Si hay un hecho que sería de gran utilidad es detectar de manera temprana quién tiene mayor tendencia hacia la conducta impulsiva. Esto nos permitirá dar pautas educativas desde la infancia; el objetivo será prevenir distintos problemas asociados a la salud mental.
Por llamativo que nos parezca, en unos años parece que podremos llevarlo a cabo. La Universidad McGill ha desarrollado una técnica para diagnosticar a los niños pequeños que están en mayor riesgo de la conducta impulsiva. La investigación de momento está en fase experimental, pero se ha podido detectar la presencia de varios genes en la corteza prefrontal y el cuerpo estriado que median en este tipo de patrón.
Identificar esta firma neurobiológica facilitaría, por ejemplo, desarrollar programas específicos para educar en el control de los impulsos, la resistencia a la frustración y la correcta gestión emocional. Esto sería especialmente beneficioso para que ciertas personas no sufrieran problemas futuros.
Para concluir, cabe destacar que ahora comprendemos mucho mejor los mecanismos de la neurobiología de la impulsividad. Cada uno de nosotros podemos trabajar y mejorar esa característica que, al fin y al cabo, nos conduce al malestar, al arrepentimiento y convivir con una versión de nosotros mismos que no nos agrada. Evitémoslo.
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