Nicotina: ¿cómo afecta al cerebro?
Durante mucho tiempo se ignoró que la nicotina generaba una adicción tan fuerte como la que producen otras drogas más publicitadas. Sin embargo, la ciencia ha descubierto que esta sustancia es capaz de dar lugar a una dependencia similar a la de las drogas duras, como la cocaína o las anfetaminas.
La nicotina tiene la capacidad para modificar el cerebro. Mediante complejos mecanismos, hace que se altere el circuito de recompensa. Esto quiere decir que propicia una sensación de placer, de la cual el cerebro comienza a tornarse dependiente. Hay un punto en el que el organismo reclama esa sustancia, o de lo contrario la química del cerebro torna hacia un equilibrio desagradable.
Las personas fumadoras y solo ellas son quienes deciden si dejan el tabaco o no. Se trata de una decisión difícil y de un proceso difícil, pero no imposible. Lo que sigue es simplemente una información destinada a ilustrar sobre los efectos de la nicotina, de modo que esto no tome por sorpresa a los adictos al tabaco.
“Cuida de tu cuerpo. Es el único lugar que tienes para vivir”.
-Jim Rohn-
La acción de la nicotina en el cerebro
Cuando una persona consume nicotina, se activan unos receptores colinérgicos del cerebro. Estos hacen que se produzca una liberación de dopamina. Este es un neurotransmisor relacionado con los sentimientos de motivación y placer. En pocas palabras, al fumar, se produce una sensación de bienestar, motivada químicamente por el cerebro.
El cuerpo transporta muy rápidamente la nicotina hasta el cerebro. Se estima que solo tarda entre 10 y 15 segundos en llegar desde los pulmones y a través del torrente sanguíneo. Los estudios indican que cualquier sustancia que se fuma es potencialmente más adictiva, precisamente por la rapidez con que se produce la sensación de bienestar.
El cerebro tiene “su propia nicotina” que es la acetilcolina. También tiene su propia marihuana, morfina, heroína, etc. Quiere decir que el cerebro puede replicar el efecto de esas sustancias sin necesidad de consumirlas. Ocurre cuando tenemos experiencias dichosas, como obtener un logro anhelado, reír, batir una marca, etc. Pero si activamos esas sustancias de forma artificial, acudiendo a un químico, aparece el peligro de la adicción.
La adicción a la nicotina
Cuando se consume nicotina, o una droga por el estilo, el cerebro alcanza un estado de bienestar rápidamente. Si esto ocurre con frecuencia, el órgano es cada vez menos capaz de generar sensaciones de placer no asociadas al consumo de la sustancia. En otras palabras, se vuelve más difícil obtener esa misma satisfacción a través de medios naturales.
Paralelamente a esto, se produce una reacción que consiste en que el cerebro comienza a “anhelar” ese estado de bienestar, con relativa frecuencia. No es solo la necesidad de experimentar la satisfacción, sino que surge un displacer muy molesto. Un estado de inquietud, nerviosismo y ansiedad, que lleva a buscar el consumo nuevamente.
Esto no ocurre cuando el cerebro obtiene placer de forma natural. Además, con el tiempo ya no se obtiene la satisfacción por el estímulo directo de fumar. El cerebro está condicionado y por eso se anticipa a esa sensación de bienestar y la exige. Eso es lo que lleva a un consumo consuetudinario e irrefrenable.
Los dañinos efectos del consumo
La producción de cigarrillos está en manos de grandes multinacionales. Estas no han ahorrado esfuerzos en estudiar el comportamiento de los consumidores y promover la adicción. Regulan la cantidad de nicotina de cada cigarrillo para que se mantenga la dependencia. Hacen cajetillas de 20 cigarrillos porque la ciencia descubrió que un mayor número de estos por día genera displacer. Todo está cuidadosamente planeado.
La nicotina hace que el cerebro envejezca más rápidamente. Esto disminuye la capacidad para resolver problemas, tomar decisiones, aprender y controlar los impulsos. La sustancia lleva a que se reduzca la corteza orbitofrontal del cerebro. El consumo de cigarrillos está directamente asociado al debilitamiento de esta zona. Esto también conduce a que la persona se vuelva potencialmente más vulnerable a adquirir nuevas adicciones.
Dejar el cigarrillo no es nada fácil, precisamente por todo lo que se ha explicado. Para lograrlo no se necesita solamente de una fuerte voluntad, sino también de una estrategia eficaz. Lo mejor es dejarlo totalmente y no de forma gradual. Al mismo tiempo, crear un sistema de estímulos y refuerzos que ayuden a que la abstención se mantenga.
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- Lborra, R. R., Pozo, M. C. C., & Pérez, V. M. S. (1994). Efectos cognitivos de la nicotina y el tabaco en sujetos humanos. Psicothema, 6(1), 5-20.