¿No sentir para no sufrir?
Si has visto la película animada “Frozen” de Disney, seguro que recuerdas a la reina Elsa. Una joven especial con poderes sobre el hielo, que suele perder su control cuando siente rabia, tristeza, miedo o ansiedad. Un día, tras hacer daño a su hermana de modo accidental, Elsa opta por alejarse, por encerrarse en su propia habitación. Por romper todo lazo con el mundo exterior… Elsa elige, simplemente, dejar de sentir y dejar un lado sus emociones.
Puede que te llame la atención y que pienses que no es habitual que existan personas así, personalidades que elijan el dejar de sentir, el alejarse de toda unión emocional para mantener esa aparente gelidez con la que no conectar con las personas de su alrededor. Pero la verdad es que existen, y mucho más de lo que pensamos. Una realidad en la que abundan en especial personas que, simplemente, se niegan a enamorarse para no sufrir. Es la llamada filofobia.
LA NECESIDAD DE LAS EMOCIONES EN NUESTRA VIDA
Lo sabemos, las personas necesitamos sentir. Necesitamos sufrir, amar, emocionarnos, sentir la tragedia, la felicidad e incluso la pérdida. No solo son eventos ante los que es imposible protegerse, forman parte de nuestro aprendizaje experiencial y cincelan lo que todos somos hoy en día. Ninguno de nosotros podemos refugiarnos en un castillo de hielo para mantener alejados a aquellos que nos quieren, como hizo la reina Elsa del cuento de Disney.
Al final, la propia distancia y la propia reserva, causa más dolor a nuestro alrededor, pero para las personas que elijen simplemente el “dejar de sentir”, no es tan fácil de ver .Pero ¿de dónde viene la dimensión conocida como Filifobia? ¿qué origen tiene? Los expertos nos dicen que las causas pueden ser muy variadas. Pero ahondemos un poco en ellas:
– En ocasiones la necesidad de no sentir, tiene su origen en traumas infantiles relacionados con la familia o el entorno afectivo. En esas etapas tempranas en que establecemos los habituales – y esperados – vínculos de seguridad, cuidado y afecto con nuestros progenitores, es posible que estas dimensiones jamás lleguen a establecerse. O más aún, que se vean dañadas y quebrantadas por algún hecho doloroso. No hay peor trauma que aquel que se vive en la infancia y que, de alguna manera va a determinar en muchos casos nuestra afectividad el día de mañana. El que logremos establecer lazos afectivos con los demás.
– Nuestras relaciones pasadas de pareja también suelen ser muy determinantes para muchas personas. El verse traicionadas, engañadas… rupturas traumáticas que dejan su oscuro sustrato en nuestra personalidad. Dejamos de confiar en las personas y, simplemente, valoramos que es más preferible no volver a tener una relación para no sufrir.
Otro hecho común que se está sucediendo hoy en día y que nos indican los especialistas en relaciones de pareja, es que se están dando ese tipo de relaciones llamadas “express“, ahí donde no existen demasiados compromisos o dependencias. Tampoco un amor desmedido. Son relaciones donde se prefiere guardar la individualidad y la independencia para no perder el control. Para salvaguardar nuestra independencia. Sería tal vez, otro modo de filifobia a tener en cuenta.
LA TERAPIA DE LA ACEPTACIÓN Y EL COMPROMISO
Existe una vertiente psicológica que nos puede ser muy útil en estos casos. Recordemos a la reina Elsa escondida en su castillo de hielo. Cuando más deseaba controlar sus emociones más daño casuaba a su hermana y a su propio país. Sumergiéndolos en un invierno perpétuo. La regulación emocional y el control como problema, y no como solución, es un aspecto a tener en cuenta. El controlar las emociones no nos soluciona nada. Engrosa aún más el problema y nuestra ansedad emocional, nuestro temor ante el dolor, ante el ser dañados de nuevo.
Debemos aprender a aceptar lo sucedido y a integrar nuestras experiencias. Las pérdidas, los fracasos, las traiciones son dimensiones a aceptar y a integrar como aprendizajes personales. No como viejos muebles entre los que encerrarnos de por vida. De este modo acabamos reviviéndolos cada día.
Debemos establecer un compromiso con nosotros mismos: la necesidad de aceptar, superar, integrar y mirar al mañana abriéndonos nuevas puertas y nuevas oportunidades. Relajarnos y vivir con tranquilidad, ilusionándonos con nuevos proyectos, nuevas amistades, nuevas relaciones que, sin lugar a dudas, serán mejores que las anteriores porque somos más sabios. Porque sabemos lo que querernos.
Después de aceptar, afrontar
En un estudio realizado por el equipo de investigación de Viñas Poch (2015) en población española adolescente nos arroja luz sobre los efectos del aislamiento. Según los autores, “sentirse culpable o responsable de los problemas y dificultades y aislarse de los demás impidiendo que conozcas sus preocupaciones fomenta el malestar personal“. Los autores han comprobado que el hecho de aislarse sólo incrementa la sensación de malestar.
Por otro lado, el equipo de Viñas Poch halló que “mantener una visión optimista y positiva ante las dificultades […], practicar deporte, […] y la implicación personal, el trabajo y la laboriosidad favorecen un mayor bienestar personal en los adolescentes”. Viendo los resultados de esta investigación, lo mejor que podemos hacer es afrontar y trabajar en aquello que nos hace aislarnos. De esta forma, nuestro nivel de felicidad y bienestar aumentarán.
El estudio se realizó con adolescentes, pero se puede aplicar a cualquier persona. Así que vivir con un corazón helado es negarse a vivir. Las personas estamos hechas de emociones, y negarlas, ocultarlas, controlarlas… es ir en contra nuestra.