Perfectos desconocidos: ¿hemos perdido la intimidad?
¿Qué pasaría si, de pronto, tus amigos y conocidos tuviesen acceso a tus redes sociales? ¿Qué escondemos en nuestros teléfonos móviles? Perfectos desconocidos (2017) es una película española dirigida por Álex de la Iglesia en la que se exploran estas cuestiones. La cinta en cuestión es una adaptación de su homónima italiana Perfetti Sconosciuti (2016) del cineasta Paolo Genovese. Ambas versiones nos muestran lo mismo: un grupo de amigos que se reúne para tener una agradable cena, pero todo se complicará cuando, debido a un juego, su más profunda intimidad salga a la luz.
Perfectos desconocidos es una película que “desentona” dentro de la filmografía del director bilbaíno. Tras el estreno de El Bar (2017), ese mismo año, y títulos como: Balada triste de trompeta (2010), Mi gran noche (2015), La comunidad (2000) o El día de la bestia (1995), resulta extraño pensar en una comedia que pretende ser una crítica más o menos realista de nuestra sociedad actual. De la Iglesia nos tiene acostumbrados a otro tipo de humor, más negro, más bestia y mucho más surrealista; a situaciones normales que terminan llevadas al extremo, a lo más descabellado que jamás se podría imaginar.
Quizás sea esta la razón por la que a muchos Perfectos desconocidos no nos terminó de encajar; la propuesta es interesante, no hay duda, pero a esa cena le faltó un plato más contundente y quizás sobraron aperitivos. Demasiados ingredientes para una cena muy breve y demasiado previsible ya desde el comienzo, algo que hace que a más de uno se le atragante o le sobre el postre.
A pesar de ello, no cabe duda de lo ambicioso de la propuesta, del discurso y la reflexión que nos propone la película. En forma de comedia coral, en un espacio limitadísimo, no hace falta mucho más que un móvil para que se desencadene la tragedia. Una comedia de nuestros días, de nuestro tiempo que nos hará sonreír, pero también reflexionar. ¿Qué uso hacemos de las nuevas tecnologías? ¿Conocemos realmente a nuestros seres queridos? Perfectos desconocidos nos lo muestra a través de diversas situaciones tragicómicas.
La intimidad en la era de los smartphones
Las redes sociales forman parte de nuestras vidas, nuestro smartphone es casi una prolongación de nuestro brazo y, a su vez, una especie de diario. Lo llevamos encima siempre, guardamos imágenes, conversaciones e infinidad de información que queremos compartir de manera parcial o directamente no queremos compartir. Por ejemplo, lo que hacemos cuando navegamos en internet es nuestro, forma parte de nuestra privacidad. Ya nunca estamos solos, en la soledad, nos acompaña la red y solo ella conoce una parte de nuestros pensamientos más profundos.
En las redes sociales, exponemos la cara que queremos mostrar al mundo, las fotos más bonitas de nuestro viaje o el jugoso manjar que estamos por disfrutar. Pero, ¿qué hay de real en ello? Vivimos en un mundo en el que nos sometemos constantemente al juicio externo, ajeno; por esta razón, tratamos de cuidar nuestra imagen, la que queremos proyectar al mundo pese a que, en ocasiones, no se corresponda con la realidad.
De alguna manera podemos decir que vivimos en una mentira constante, una falsa realidad que no es más que una distorsión de nosotros mismos. Muchas veces, ni siquiera creemos lo que estamos publicando, nos sumamos a iniciativas solo por el “qué dirán” y compartimos noticias que ni siquiera hemos leído, pero de la que nos ha llamado la atención su titular. Todo esto se explora en Perfectos desconocidos, una comedia que pretende desnudar a un grupo de amigos, de personas que, supuestamente, se conocen muy bien.
Las situaciones que presenta De la Iglesia son tan descabelladas que van perdiendo credibilidad. No hablo de descabelladas porque sean imposibles, sino que, por el contrario, resulta difícil creer que un grupo de personas con tantos secretos pueda caer en la tentación de exponerse. Y es que, actualmente, eso es lo último que querríamos, exponernos, mostrar nuestra íntima y preciada verdad. Aunque, quizás, podemos pensar que es precisamente esa esclavitud la que lleva a los protagonistas del filme a dejarse llevar por la situación.
Eso es lo que les ocurre a los personajes, se liberan de su máscara y dejan que sus secretos más oscuros salgan a la luz, aun a riesgo de perder todo lo que tienen. La comedia parte, precisamente, de lo trágico, de la miseria, reímos al ver la sucesión de casualidades que van estirando la trama. Casualidades que, seguramente, terminen con la amistad y el afecto de todos ellos.
Una buena parte de nuestra intimidad se guarda en un pequeño aparato llamado smartphone; un aparato que, por otro lado, siempre nos acompaña, siendo susceptible a cierta exposición. ¿Y si lo dejáramos en una mesa durante una noche a la vista de nuestros seres queridos? Aunque pensemos que no hay nada que temer, seguramente, algún que otro secreto, por irrelevante que sea, será desvelado. La intimidad ya no es nuestra, la almacenamos y la dejamos al alcance de cualquiera, por muchas contraseñas que la protejan.
Perfectos desconocidos, un retrato de la contemporaneidad
¿Hemos perdido la intimidad? Quizás, mostramos una apariencia falsa, proyectamos una imagen de nosotros mismos muy lejana a la realidad; pero lo cierto es que, en parte, ya no existe la intimidad. Vivimos tan expuestos que ese pedacito que consideramos nuestro, esos pequeños secretos queremos preservarlos y que vivan en el interior de nuestro smartphone. Perfectos desconocidos retrata perfectamente la dependencia y el miedo a nuestra propia imagen, a que nuestro verdadero yo sea desvelado.
Algunos personajes se muestran más reacios que otros a participar, pero lo cierto es que la presión grupal, especialmente, la que ejercen en ellos sus parejas, les empuja a terminar por dejar ver su lado más íntimo. En el caso de dos personajes, vemos que el miedo supera el propio juego y nos lleva a una situación de lo más desternillante. Ante el miedo de ser descubierto por su pareja, Antonio le propone a Pepe intercambiar sus teléfonos; lo que Antonio no sabe es que Pepe también se está protegiendo de un secreto que jamás le ha revelado a ninguno de ellos.
Esa protección de la intimidad les lleva a ambos a no querer desvelar que han intercambiado los móviles ni siquiera cuando la situación desemboca en una tensión extrema. No quieren revelarlo ni aun sabiendo que, tal vez, si explicasen la situación, todo podría solucionarse. Pero ambos se aferran a su secreto, a su pequeño espacio de intimidad que no quieren que sea invadido.
Y si hay algo que tampoco soportamos en la actualidad es el aburrimiento. Así lo vemos en el personaje de Eva que, ya desde el comienzo, desea que algo ocurra esa noche; algo, bueno o malo, pero algo que les haga romper con la rutina, con la monotonía.
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Toda la cinta va ligada a un fenómeno extraño que acompaña esta serie de casualidades: la luna roja o luna de sangre. La luna ha sido vista ya desde la Antigüedad como un conductor del mundo, especialmente, de los elementos líquidos. Las mareas cambian con la luna, pero nuestro cerebro también es húmedo; por ello, algunos autores, como Aristóteles, veían cierta correlación entre las fases lunares y el propio comportamiento humano.
Así, tenemos una luna poderosa contra la que no pueden luchar ni los mejores smartphones del mercado, una luna que hará que la situación se torne violenta y que los participantes se vuelvan irracionales.
Acariciando la locura, pero también la risa, Perfectos desconocidos nos trae las posibles consecuencias del mundo en el que vivimos, nos propone una reflexión acerca de la hipocresía, la mentira y las falsas apariencias. ¿Conocemos realmente bien a nuestros seres queridos? ¿O solo conocemos la imagen que ellos quieren dar? ¿Estamos aplicando la falsedad de las redes sociales a nuestra propia realidad cotidiana?
Álex De la Iglesia nos trae una comedia con mucho de remake y poco de Álex que, seguramente, nos hará pasar un rato agradable a la par que reflexivo.
“A lo mejor es que no te he conocido nunca”.
-Perfectos desconocidos-