Personas diplomáticas: 5 rasgos que las caracterizan
En muchas ocasiones pensamos que por ser demasiado impulsivos o “decir las cosas a la cara” necesariamente impone una especie de condena sobre nosotros, la de ser poco respetuosos. Nada más lejos de la realidad: la sinceridad no está necesariamente reñida con la educación. Tiene más que ver con saber enviar mensajes de manera clara y amable, pero asertiva. Eso hacen las personas diplomáticas.
También es cierto que estas últimas suelen tener una serie de habilidades concretas que les permiten desempeñar mejor su trabajo y mantener relaciones sociales más saludables. Pero como ya sabéis, ¡las habilidades se entrenan! Por eso, si quieres desarrollar estas dotes, toma nota.
Taxonomía básica de las personas diplomáticas
Para poder entender cómo son las personas diplomáticas, hemos tomado como referencia los rasgos de personalidad que suelen tener aquellos profesionales que se dedican a ello (por ejemplo, los embajadores). Con este propósito, vamos a describir cuáles son, según el modelo Big Five de Costa y McRae, los factores estables de los que se compone la personalidad de los diplomáticos.
Este modelo de 5 factores o Big Five se basa en una serie de estudios realizados y replicados en diferentes culturas. Este estudio ha dado paso a una de las pruebas de evaluación de la personalidad más utilizada, el NEO-PI-R. Los rasgos de las personas diplomáticas los podemos medir mediante esta prueba. Estos rasgos son los siguientes:
Apertura a la experiencia
Alguien que es destinado a un país extranjero, en el que ha de desempeñar una labor mediadora, debe ser curioso y abierto. Por ello, se presupone que está dispuesto a entender y ha adaptarse en ocasiones al mundo que le rodea, su gente, su cultura, sus tradiciones… Esto lleva aparejado que sea tolerante y respetuoso con la que será su casa durante años.
Por eso, esta mentalidad abierta es la base sobre la que se construyen el resto de sus habilidades. Esta posición supone saber escuchar opiniones contrarias a la suya y, lo que es más importante, saber usarlas a su favor. Una prerrogativa puede convertirse en una oportunidad.
Tener en cuenta las quejas, peticiones, disconformidades de los demás, te puede ayudar a mejorar. No solo la relación con tus clientes o con tu personal, sino contigo mismo. Te ayuda a ser más autocrítico y a entender cómo piensan y son los demás. Por tanto, no seas cerrado de mente, escucha y aprende.
Estabilidad emocional
Costa y McRae definen este como lo opuesto del neuroticismo. En el caso de las personas diplomáticas, esta tiene que ser baja o insignificante. Imaginemos que hay una crisis institucional y los encargados de solventarla se vieran fácilmente superados por las emociones.
Sería un auténtico disparate dejar en manos de alguien tan impredecible una tarea con tanta repercusión como es la mediación. Es recomendable y mucho más acertado que un diplomático tenga un carácter tranquilo y sosegado. Además, esta actitud es especialmente valiosa en situaciones estresantes o a la hora de tomar decisiones muy relevantes.
La estabilidad emocional potencia en sí misma la diplomacia. Mantener la calma en la vida diaria acentúa nuestra capacidad analítica y estratégica. Poder estar tranquilos en situaciones de gran presión o responsabilidad marca la diferencia. No significa que en un momento dado podamos sentir rabia o frustración. Pero la clave está en que estas personas saben controlarla.
Responsabilidad
Evidentemente, las personas diplomáticas han de poseer un sentido del deber muy alto. Para conseguir resultados satisfactorios es necesario que tengan autodisciplina y orden. Sin embargo, esto no puede convertirse en rigidez o cabezonería, ya que sabemos que para ser un buen negociador, en muchas ocasiones, hay que tirar de manga ancha.
Cuanto más riguroso y fiel sea consigo mismo, mayor será su credibilidad y fiabilidad. Pensemos en alguien de nuestra familia. ¿A quién le encomendaríais una tarea muy importante para vosotros: alguien que demuestra ser responsable en su día a día o a quien no da muestras de ser confiable?
Amabilidad
Para poder ejercer esta profesión, la cordialidad -el buen trato- es uno de los rasgos de personalidad más básicos. Y no solamente por la empatía y la cooperación que se requieren en un ambiente intercultural, sino por lo esencial que resultan para un diplomático sus contactos.
Tener a la gente de su alrededor contenta, valorada y entendida es una baza muy importante para el buen desempeño de su trabajo. Alguien amable suele contar con un círculo íntimo social sólido, basado en la confianza y el respeto.
Es uno de los factores clave en el carácter de toda persona que quiera ser diplomática. Y no se trata solo de caer bien. No significa falsear ni tratar de decir siempre lo que quiera el otro. Se basa en intentar mantener la coherencia entre pensamientos/valores y conductas sin herir a las personas que te rodean y que tienen opiniones contrarias. Es decir, ser capaces de hacer observaciones sin dañar sensibilidades.
Extroversión
Aunque está muy relacionado con la apertura a la experiencia, no se puede considerar lo mismo. La extroversión se refiere más a la tendencia de una persona a querer relacionarse con los demás. En el caso de un diplomático, esta cualidad es básica.
Alguien con su responsabilidad ha de ser asertivo, conversador, sociable y enérgico. Debe manejar las dotes comunicativas y sentirse cómodo intercambiando opiniones con los demás. Si se muestra retraído o tímido, muchas de sus labores le pedirán un esfuerzo extra que terminará por agotarle.
Por tanto, las personas diplomáticas tienen una personalidad dialogante, resolutiva, negociadora, extrovertida. Son carismáticas, están dispuestas a conocer mundo, son estables emocionalmente, amables y muy responsables. Y tú, ¿encajas en este perfil o conoces a alguien que lo haga?