Familia desestructurada, definición, ejemplos y tipos
Crecer en una familia desestructurada es como habitar un territorio minado. Todo es incertidumbre, miedo y desencuentros. No hay sostén emocional ni refugio para el niño que debe desarrollarse en un escenario donde los cuidadores alteran por completo su estabilidad psicológica. Lo que acontece en estos hogares acaba dejando marcas profundas en el cerebro.
Y muchas personas llegan a la adultez sin saber que fueron —o son todavía— parte de esta clase de dinámicas familiares. Abuso psicológico, autoritarismo, abandono o incluso la falta de límites trazan este tipo de realidades tan diversas, pero dañinas, al fin y al cabo. Si sospechas que también viviste algo parecido, te proponemos profundizar en el tema.
¿Qué es una familia desestructurada y cuáles son sus características?
Ninguna familia es perfecta, lo sabemos. Sin embargo, lo más importante es que nos sintamos valorados, respetados y atendidos en esos espacios interrelacionales tan íntimos. Ahora bien, una familia desestructurada es aquella en la que los progenitores son la principal amenaza para la estabilidad del hogar, y lo que se experimenta en todo momento es inseguridad. Veamos más particularidades.
Negligencia emocional
Buena parte de los miembros que viven en estos espacios no son escuchados ni validados en materia emocional. No solo los niños sufren esa desatención, a veces, el padre o la madre también es víctima de una figura que actúa de forma dañina y disfuncional. Este tipo de negligencia aparece cuando no se atienden las necesidades, cuando se te critica, descuida y anula psicológicamente.
Esa falta de respeto y de atención actúa como un lento atentado contra la autoestima. Además, el tener que reprimir las emociones y no contar con un espacio seguro para expresarlas, suele asentar, a menudo, los cimientos de posteriores problemas de salud mental.
Comunicación no saludable ni efectiva
Para saber qué es una familia desestructurada imagina una pequeña isla fracturada. Cada habitante de ese pequeño trozo de tierra vive aislado y con miedo. En ese escenario inhóspito, la comunicación suele estar marcada por las discusiones y las amenazas. Asimismo, el diálogo incluye gritos, silencios prolongados o incluso sarcasmos muy despectivos que erosionan la confianza y el respeto mutuo.
Piensa que, como bien señalan en Child and Adolescent Psychiatry and Mental Health, la comunicación tiene un impacto inmenso en el desarrollo del niño. Tanto es así que puede contribuir a la construcción de una autoimagen corporal satisfactoria en el adolescente, o bien a una más problemática. Los mensajes que recibimos de nuestros padres a esta edad configuran buena parte del equilibrio psicológico.
Alteración en los roles
En muchas familias desestructuradas los límites entre los roles de cada miembro están borrosos o se invierten. Ejemplo de ello es ver a muchos niños parentalizados, es decir, pequeños que asumen responsabilidades propias de los adultos, como cuidar de sus hermanos o mediar en conflictos entre los padres.
Estas realidades aparecen cuando uno o ambos cuidadores no pueden cumplir de forma adecuada con su rol, ya sea por problemas psicológicos, adicciones o inmadurez emocional. Aunque te llame la atención, son vivencias que aparecen con mucha frecuencia.
Normas rígidas o falta de límites
Puede que creas que la desestructuración se nutre, sobre todo, de la falta de reglas claras o de la inconsistencia en su aplicación. Sin embargo, en estas familias encontramos también padres autoritarios que imponen normas severas e inflexibles. Crear un hogar con base en la sumisión y la obediencia puede ser algo muy traumático.
Por contra, cuando hay una falta absoluta de límites y las normas son inestables, contradictorias o incluso inexistentes, genera incertidumbre y hasta rebeldía como respuesta. Este es otro prisma muy propio de la desestructuración familiar.
Ciclos de violencia y sensación de caos
Los principales ejes que hacen funcionar a un entorno familiar desestructurado son la hostilidad y el ambiente impredecible. Sus miembros están anclados en unas dinámicas dominadas por diversos tipos de violencia, las cuales pueden ir desde el maltrato físico, la desatención o los conflictos entre los propios cuidadores. Todo ello hace que los hijos vivan en un entorno bastante caótico.
Lo más problemático de todo esto es que muchos niños interiorizan y normalizan esas dinámicas disfuncionales en las que se ven inmersos. Algo así puede hacer —en algunos casos— que terminen replicándolos en sus futuras relaciones familiares o sociales. Otros, por su parte, llegan a la edad adulta tomando conciencia de que hay una impronta traumática en ellos que deben sanar.
¿Qué origina la desestructuración en una familia?
Si pudiéramos situar un microscopio en el tejido que edifica a las familias desestructuradas, veríamos un gran número de elementos disfuncionales. No hay, por tanto, un solo factor causal que las origine o las determine. En realidad, estas unidades familiares tóxicas y caóticas son el resultado de diferentes desencadenantes. Los analizamos.
Adicciones y problemas psicológicos
El consumo de alcohol, drogas o la presencia de trastornos mentales no tratados son variables que condicionan el funcionamiento familiar. Los padres y las madres que caen en este tipo de realidades tan complejas, y que no buscan ayuda, desestabilizan el clima familiar. Son hogares en los que suelen aparecer la negligencia y hasta la violencia.
Conflictos familiares y maltrato
La imagen más clásica de la desestructuración en la familia se vincula la mayoría de las veces al maltrato entre la pareja. Es cierto que, a veces, esa violencia se limita solo a los propios cuidadores, pero en otros casos se traslada hacia los hijos. Los gritos, el desprecio, el abuso, la manipulación… Todos estos actos terribles pueden extenderse a lo largo de los años y vivirse en silencio.
De hecho, una investigación divulgada en la revista Population Health explica que tanto la exposición a la violencia en el hogar como sufrirlo en piel propia deja serias secuelas en los niños. El día de mañana, es posible que sufran problemas económicos, sociales y, por supuesto, de salud mental.
Separación o abandono parental
La ausencia de uno o ambos progenitores, ya sea por divorcio, abandono o fallecimiento, deja un profundo vacío emocional y también práctico en la familia. Esta situación deriva, en ciertos casos, en la inversión de roles y en la parentificación antes nombrada.
Crisis económicas y sociales
El desempleo, así como la falta de recursos, son factores que llegan a desestabilizar los cimientos de una estructura familiar. Son experiencias que, de cronificarse en el tiempo, generan estrés, discusiones, sentimientos de frustración, trastornos del estado de ánimo, etc. La precariedad dinamita oportunidades, afecta a la salud e inicia una progresiva desestructuración.
¿Cuáles son los efectos de vivir en estos escenarios?
Salvador Minuchin, uno de los terapeutas familiares más reconocidos, en su manual Familia y terapia de familia (2009) recuerda como estos pequeños sistemas sociales tienden a condicionar nuestras vidas. Nacer y crecer en un entorno dominado por la desestructuración tiene un gran impacto en el desarrollo emocional y hasta en la identidad de la persona.
Por lo general, la conflictividad, la negligencia y la violencia en un hogar hacen que un niño desarrolle estrés crónico. Con el tiempo, esto podría desembocar en diversos trastornos psicológicos. Ahora bien, la ausencia de límites y normas claras se traduce comúnmente en conductas desafiantes, impulsividad y problemas en la adaptación social. Las «heridas» que dejan estos entornos son amplias y complejas.
Tipologías de familia desestructurada
Es muy posible que, avanzados en esta lectura, sospeches que tú hayas formado parte de este tipo de entretejido vincular tan complejo… Y también doloroso. Es importante tener en cuenta que ninguna familia desestructurada es igual. Existen realidades singulares que las hacen únicas; son las siguientes:
- Familia autoritaria: son escenarios dominados por una figura que impone sus reglas inflexibles y sus narrativas sobre lo que se espera de cada miembro.
- Familia negligente: opuesto a la dominante, son padres y madres que no ponen ningún límite a los hijos, que no educan, que no dan ejemplo y no prestan atención a las conductas de los pequeños. La permisividad es absoluta.
- Familia dominada por la violencia interna: en este caso, las peleas, el maltrato emocional o físico, el desprecio y la invalidación emocional, conforman esa anatomía que va destruyendo a sus integrantes, en especial, a los niños.
- Familia con adicciones: dentro de este escenario, la presencia de adicciones, ya sean de sustancias o las comportamentales (como el juego) afecta a todo el entorno familiar de muchas maneras, tanto a nivel económico como emocional.
- Familias con figuras ausentes: aquí se incluyen las familias monoparentales (un solo padre o madre) debido a separación, divorcio, abandono o fallecimiento de uno de los progenitores. La desestructuración también puede aparecer cuando los progenitores están ausentes física o emocionalmente.
- Familias con cuidadores inmaduros: es frecuente encontrarnos con padres o madres que no disponen de adecuadas herramientas emocionales, psicológicas o económicas para asumir su función como cuidadores. Esa situación aboca muchas veces a que los propios hijos asuman responsabilidades de cuidado que no les son propias para su edad.
Hogares que duelen
Lo que sucede en el seno de las familias desestructuradas puede trascender a varias generaciones. Las narrativas de sufrimiento y los traumas pasan de padres a hijos, y lo hacen en la forma de educar, en los pasados que no sanados y en dinámicas dañinas que, a menudo, se heredan de forma inconsciente. Como sociedad, debemos comprender, atender y prevenir este tipo de realidades.
El apoyo social y emocional, la educación y la intervención profesional son esos pilares capaces de restaurar los vínculos familiares y ofrecer nuevas oportunidades de desarrollo. Es cierto que tal desafío es casi una utopía, pero solo si somos más sensibles a estos hechos y atendemos sobre todo a esos niños, podremos reconstruir lo roto para dar al mundo personas más seguras y resilientes.
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