Recuperarnos de una mala decisión
No hay dudas de que somos nuestros peores jueces. Cuando cometemos un error, pueden pasar años hasta que realmente nos perdonemos por ello.
Al tomar una mala decisión, la consecuencia estará resonando en nuestra mente por mucho tiempo, si no la dejamos ir, si no la soltamos y sobre todo, si no nos perdonamos. Por el contrario, las buenas decisiones son aquellas que más rápidamente olvidamos.
¿Por qué será que la mente humana funciona de esta manera? Quizás porque la sociedad nos ha inculcado desde pequeños que los errores se pagan caros, o que una buena decisión es lo que se espera de nosotros.
Sin embargo, gracias a las malas decisiones también aprendemos. ¿A qué? En primer término, a no volver a equivocarnos o a darnos cuenta de las consecuencias negativas que hemos causado.
Presta atención a esta breve historia que retrata un poco lo que hemos dicho antes:
“Un empleado llega a la oficina de su jefe y le pregunta: “¿Cómo es que ha logrado tener éxito?”.
El jefe le responde: “gracias a las buenas decisiones”.
No conforme con la respuesta, el trabajador le vuelve a preguntar: “¿Cómo pudo tomar las decisiones adecuadas?”
“Debido a la experiencia”, indica el empleador.
Antes de sonar un poco insistente, el empleado le consulta: “¿Y cómo fue posible adquirir esa experiencia?”
A lo que el jefe le dice: “Por las malas decisiones” “
¿Qué se intenta explicar con este cuento? Pues, básicamente, que si no tomamos decisiones equivocadas, es muy difícil que podamos tomar las correctas.
Todos cometemos errores o pensamos que algo es bueno cuando en realidad no lo es. Pero la diferencia entre saber aprovechar esas malas decisiones o no, es cómo sobrevivimos a ellas. Esto quiere decir que podemos optar por seguir adelante y recordar qué fue lo que hicimos mal para no repetirlo, o bien, que ese error nos persiga por el resto de nuestras vidas y no nos permita avanzar.
Es vital recordar que, las malas decisiones forman parte de nuestro aprendizaje mientras caminamos por el sendero de nuestra existencia. Está en nosotros tomarlas como si fueran una enseñanza o un gran peso en nuestras espaldas.
Una vez que hemos tomado una mala decisión podemos actuar de diferentes maneras. Por ejemplo, arrepentirnos y cambiar, arrepentirnos y no hacer nada para modificarlo, olvidarnos del tema, angustiarnos, echarnos en cara lo mal que actuamos, etc.
Ahora bien, ¿cuál es la mejor postura que podemos adoptar? Sin duda, la misma que el jefe en la historia que leíste más arriba, es decir, saber que con las malas decisiones se aprende y se forja la experiencia. Lo que desemboca, sin dudas, en el éxito.
Todo parece muy sencillo en la teoría, pero ¿qué hacemos en la práctica? En primer lugar, es vital manejar el torbellino de emociones que seguro sentiremos, desde la ira a la tristeza, pasando por la indiferencia a la depresión.
Tranquilizarnos es muy importante. Recriminarnos todo el tiempo por lo que hicimos mal, no ayudará en absoluto. Por el contrario, tener bien en claro en qué nos equivocamos para no volver a repetirlo, es lo más útil en estos momentos.
Algo que ocurre con frecuencia al tomar una mala decisión, es que las voces de la mente no se callan ni por un segundo, no podemos concentrarnos en lo que hacemos, ni dormir por las noches. “¿Por qué lo hiciste?”, ¿Cómo has podido actuar de esa manera?”, “¿Qué hubiera pasado si…?”. Es lo que dicen una y otra vez en nuestra mente.
No dejemos que esa conversación interna se apodere de nuestra vida cotidiana y sobre todo, de las siguientes decisiones que tomemos.
Dejemos de castigarnos, no podemos volver hacia atrás, aunque muchas veces pensemos que sería perfecto. Lo mejor para hacer en estos momentos es analizar de qué manera podemos reparar los daños y sobre todo, cómo podemos salir airosos de la situación.
Así es como ingresamos en el tercer estadio o escalón en el camino a perdonarnos por nuestras malas decisiones. Es preciso que valoremos el alcance de los daños por nuestro error. Para ello, debemos mantener la mente lo más fría posible, porque cualquier desequilibrio emocional, puede hacernos tomar nuevas decisiones equivocadas o no determinar con certeza las consecuencias de lo que hemos hecho.
Y por último (y más importante), aprender de nuestra equivocación. Es preciso recordar que “una mala decisión sólo lo es si no hacemos nada al respecto y si no nos deja una enseñanza”.