La satisfacción, la emoción que menos le gusta a tu cerebro
¿Cuándo fue la última vez que te sentiste satisfecho? Es posible que para encontrarlo debas buscar a conciencia en los cajones de tu memoria. Al fin y al cabo, nos suele costar bastante alcanzar ese punto álgido en el que sentimos que todo trascurre por la vía que deseamos.
¿Somos masoquistas? En absoluto. Lo que sucede es que el cerebro no está programado para experimentar satisfacción tantas veces como nos gustaría. El hecho de que esto sea así no es un error, ni una especie de troyano que se incrusta en nuestro código genético. Los investigadores han descubierto que cuando nos sentimos satisfechos, dejamos de buscar mejoras y más beneficios. Dicho de otro modo, nos volvemos autocomplacientes y menos creativos.
La que es, sin duda, la emoción más plena, intensa y extraordinaria de la paleta del ser humano es curiosamente la que más nos está vetada. Esto explica, por ejemplo, por qué nos obsesionamos con la perfección, por qué sufrimos el síndrome del impostor o por qué rara vez estamos contentos con todo lo que hacemos. Siempre sentimos esa necesidad casi innata por “superarnos”, por hacerlo un poco mejor…
La satisfacción es ese Santo Grial por el que luchamos cada día y que tan pocas veces alcanzamos.
“¡Satisfacción! No podría vivir sin ella. Es como agua o pan, o algo absolutamente esencial para mí”.
-Sylvia Plath-
La satisfacción, la prima hermana de la felicidad
Satisfacción es desear lograr algo y conseguirlo. Satisfacción es encontrarte con que, de pronto, se cumplen todas y cada una de tus expectativas. La persona satisfecha vibra, se enciende de alegría y bienestar porque se siente bien con lo logrado o con lo que le rodea. No hay ni una sola fisura por donde se cuele un defecto, la veta de la incomodidad o el frío del desasosiego.
Bien es cierto que, en nuestro día a día, experimentamos ese conjunto de satisfacciones momentáneas que, de algún modo, nos dan cierto gozo y sensación de equilibrio. Nos gusta, por ejemplo, que nuestra cafetera funcione bien y nos dé cada día un café extraordinario. Nos complace conservar nuestros trabajos, compartir tiempo con amigos y que nuestros hijos estén sanos, que rían y disfruten.
Así, muchos podrían deducir que satisfacción y felicidad son la cara de la misma moneda. Sin embargo, son diferentes, aunque como primas hermanas que son, se complementan.
Podemos definir la satisfacción como esa evaluación cognitiva que hacemos al comprobar que una dimensión concreta se ajusta a nuestros deseos y expectativas. La felicidad es una experiencia emocional intensa, puntual y mucho más fugaz que la satisfacción.
Aunque nuestra vida no sea perfecta, basta con sentirnos satisfechos con lo que tenemos, lo que hacemos y lo que nos rodea para experimentar ese bienestar que favorece la salud mental.
Es mejor sentirnos satisfechos que felices
Nuestra meta en la vida no debería estar en “ser felices”, sino en sentirnos satisfechos con nosotros mismos; con la vida que tenemos. Dicha concepción es lo que edificaría las bases del auténtico bienestar psicológico. Este mensaje es el que ofrece el psicólogo y premio Nobel Daniel Kahneman en alguna de sus investigaciones y podcasts.
Muchas veces situamos la atención en metas como tener un buen trabajo con altos ingresos para descubrir después que nada de esto nos hace verdaderamente felices. Algo falla y la pieza suelta es nuestro enfoque. La satisfacción es la emoción más gratificante y la que puede ofrecernos una sensación de positividad más perdurable.
El problema es que no es tan fácil para la mayoría de nosotros sentirnos verdaderamente satisfechos con algo. Somos muy exigentes y, a veces, hasta buscamos la satisfacción en áreas erróneas, en territorios que alimentan más la ansiedad que la calma.
¿Por qué nos cuesta tanto sentirnos satisfechos?
Sería fabuloso poder disfrutar de la satisfacción en cada instante de nuestra cotidianidad. Sin embargo, el cerebro no está programado para que nos sintamos satisfechos: prefiere que sigamos desarrollando conductas de esfuerzo y mejora. Esto es lo que nos avanza un estudio publicado en Review of General Psychology.
Nuestros antepasados fueron esos individuos obligados a sortear mil y una dificultades, decenas de retos y transformar entornos para garantizar la supervivencia. Si se hubieran sentido satisfechos viviendo en el interior de una caverna, cazando y recolectando semillas, probablemente no nos encontraríamos donde estamos ahora.
El ser humano nunca se sentirá 100 % satisfecho porque necesita más incentivos para seguir avanzando y mejorando. A ello se le añade también otra característica muy nuestra, y es el sesgo de negatividad. La mente está naturalmente enfocada en poner la atención en lo negativo y no tanto en lo positivo. Esto nos permite anticipar riesgos y estar siempre ideando estrategias para contener cualquier amenaza.
El coste de todos estos sesgos se traduce muchas veces en una carga excesiva de ansiedad con la que estamos obligados a lidiar.
¿Cómo encontrar el bienestar en medio de nuestra tendencia hacia la insatisfacción?
La insatisfacción favorece el desarrollo de nuestra especie. Por tanto, si nunca experimentáramos esta suerte de pinchazo incómodo y molesto, estaríamos en desventaja frente a los demás. No nos esforzaríamos, nos rendiríamos a la primera. Aunque la clave es lograr un equilibrio.
Lo más importante es sentirnos satisfechos con la vida que tenemos. A grandes rasgos, es bueno sentir que lo que somos y lo que tenemos es bueno y es suficiente. Bien es cierto que no todo es tan perfecto como un cuento de hadas y que hay aspectos en los que debemos trabajar un poco más.
Más allá de este plano general, la insatisfacción que generan las dinámicas del día a día sería más tolerable.
Es lícito también percibir que nos queda mucho por aprender, que todavía nos sentimos insatisfechos con nosotros mismos, porque hay infinitas cosas por descubrir, por mejorar y por conocer. Esa sombra de incomodidad es la que nos permitirá, en algún momento, alcanzar nuestra mejor versión. Eso sí, después de invertir esfuerzo y trabajo.
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