Asertividad: si siempre dices sí a los demás, quizás te digas no a ti mismo
¿En cuántas ocasiones te has visto haciendo algo que no querías hacer por miedo a lo que otros pudieran pensar de ti? Ser generosos, ayudar de vez en cuando o hacer un favor está muy bien siempre que salga de uno mismo y porque nos apetece…, pero sin compromete nuestra asertividad (nuestro derecho a tener una opinión y unos valores propios, siempre que estos no atenten contra otros o contra nosotros mismos).
Si no practicásemos algunas veces el “hoy por ti y mañana por mí”, las relaciones sociales seguramente quedarían muy deterioradas. Incluso, si muchas veces no ayudáramos a los demás pensando en esa reciprocidad perderíamos un gran refuerzo, una poderosa razón para sentirnos bien con nosotros. Sin embargo, como todo en la vida, el equilibrio es esencial y todo tiene un límite.
El problema es que a veces nos pasamos, y llegamos a decir que sí a todo lo que los demás nos piden, proponen o incluso imponen. Es aquí cuando nos perdemos a nosotros mismos, dejando de lado nuestros deseos y nuestros criterios. En el fondo, este comportamiento se produce por el miedo al rechazo o a que los demás no nos aprueben o acepten.
La asertividad nos permite respetarnos a nosotros mismos
Ser aprobado y no rechazado es, evidentemente, algo deseable y agradable. Si en los tiempos de las cavernas el grupo nos hubiese rechazado, habríamos sido fácilmente devorados por las fieras. Por lo tanto, tiene su ventaja evolutiva que ha quedado grabada en nosotros como una huella que sigue haciéndonos actuar de una forma que hoy en día ya no nos beneficia. Para liberarse de este comportamiento, hemos de practicar la asertividad.
La asertividad es la capacidad de expresar nuestros derechos, opiniones, deseos…de una forma directa y congruente sin herir los derechos de los demás.
Aprender a decir que no, es esencial para empezar a dejar de faltarnos al respeto a nosotros mismos
Es cierto que a veces nos puede resultar muy difícil dar como respuesta un no a alguien que nos está demandando algo, pero es solo por la absurda idea de que “debo agradar a todo el mundo todo el tiempo”.
Es una idea irrealista porque es imposible agradar a todo el mundo siempre y además tampoco nos hace falta.
Si la otra persona se enfada porque le hemos dicho que no, el problema entonces será suyo y no nuestro, pues simplemente hemos sido acordes con nuestro criterio. Además, igual que nosotros tenemos derecho a decir que no, el otro también tiene derecho a enfadarse y hemos de aceptarlo.
Hay un refrán que dice “más vale ponerse una vez colorado que cientos amarillo” y tiene mucha razón. Muchas veces soportamos ciertos comportamientos por parte de los demás o actuamos en contra de nuestros deseos, no vaya a ser que el otro se enfade… algo que sería terrible e insoportable, y al final el que se acaba enfadando eres tú, y todo por miedo.
Hay que ser valientes
Más vale ser valiente y decir lo que uno piensa o siente, porque si no, al final lo que ocurrirá, es que tu vaso rebosará y tendrás un comportamiento agresivo con los otros, lo que sí hará que los demás se alejen de ti. De tanto temer el rechazo, al final obtendrás rechazos.
Existen en psicología algunas técnicas asertivas, que si las practicamos el suficiente tiempo, acabarán integrándose en nuestro comportamiento habitual y harán que finalmente nos sintamos mejor con nosotros mismos y también con los demás.
Una de las técnicas empleadas para aprender a decir no es “el disco rayado”. Consiste en repetir lo que pensamos sin dejarnos llevar por las maniobras verbales del interlocutor.
Si, por ejemplo, no queremos prestar nuestro coche a un amigo que nos lo pide como favor, estamos en nuestro derecho de mantener nuestra en decirle que lo sentimos mucho y que entendemos que necesite el coche, pero que no queremos dejarlo, ni a él, ni a otra persona. Eso sí, podemos ofrecerle otras alternativas, colaborando con su demanda.
Es muy importante que esto se haga con un comportamiento no verbal coherente, seguro de uno mismo, directo, claro y mirando a los ojos, porque no hay nada que temer. El rechazo del otro no nos va a matar.
La otra persona, intentará darnos razones de por qué lo necesita tanto o nos intentará convencer de que lo va a cuidar, etc. Pero aún así, no debemos ceder si es que nuestro deseo es no prestarlo. Finalmente, de tanto repetir la misma idea, la otra persona acaba cansándose y deja de insistir.
Quizá el lector ahora mismo esté pensando, ¿pero esto no es muy egoísta? La respuesta es no. No debemos confundir las cosas: ayudar y colaborar sí: perder la libertad personal, no. Se trata, como hemos dicho al principio, de asertividad.
Desde pequeños se nos ha enseñado que hay que agradar a los demás casi a cualquier precio, y hay que decir sí aunque realmente queramos decir no, porque “qué van a pensar los demás”… En este sentido, hay que tener claro, que lo que piensen los demás, son solo pensamientos, no son realidades. Y como hemos dicho antes, cada cual es libre de pensar lo que quiera y nosotros no podemos controlar eso…por lo tanto aceptemos que a veces nuestro no, tendrá consecuencias. Es el precio de la libertad.