¿Una segunda oportunidad?
Tacharnos de “ineptos” es algo habitual cuando no podemos alcanzar un objetivo, cuando la meta que nos pusimos es más lejana, cuando cometemos un error “imperdonable”. Esto puede deberse a que nadie mejor que nosotros mismos para conocer las limitaciones y debilidades, para reconocer si nos hemos esforzado al máximo o podíamos rendir un poco más.
Sin dudas, no podemos escapar de nuestro juez interior. Esto no es negativo si lo sabemos aprovechar como corresponde, es decir, si nos sirve para traspasar los límites y crecer como personas. Hay ocasiones en que este jurado es demasiado severo y estricto, otras veces rígido e inquebrantable. Allí es donde traspasamos la línea (muy delgada), que divide la crítica constructiva de los juicios destructivos. En ese momento es cuando pensamos y decidimos “tirar la toalla”, “plantar bandera blanca” o como quiera llamarse al acto de creer que perdimos la batalla y todo ha terminado.
Sin embargo, darnos una segunda oportunidad vale la pena, en todos los casos. Cuando somos jueces inflexibles todo el tiempo, es probable que no sólo nos estemos haciendo daño a nosotros mismos, sino a los demás, los que nos rodean, las personas que más queremos. No siempre somos conscientes de ello, no nos damos cuenta de lo infelices que estamos siendo o de que nuestra mente nos pone trampas en las que caemos con facilidad.
¿Cuándo no nos darnos una segunda oportunidad?
-Al ser muy exigentes: si el objetivo es demasiado alto, hay más posibilidades de que no lo puedas alcanzar. Las exigencias realistas son las que llevan “a buen puerto”, pero esto no quiere decir que la presión de hacer más no sirva, sino todo lo contrario. Lo mejor es ir estableciendo metas intermedias para poder hacerlas realidad y seguir avanzando. De lo contrario, las exigencias se convierten en un cristal, por el cuál valoramos no sólo nuestras habilidades, sino la de los demás. Nos cerramos las puertas para ser felices y tener una “second chance”.
-Al vivir en el pasado: muchas persona no pueden mirar al futuro porque están muy cómodas observando lo que ocurrió antes. El miedo a salir de la zona de confort es muy frecuente y por ello preferimos vivir de recuerdos. El problema radica en que esta decisión no es gratificante y nos puede hacer quedarnos solos, sin nadie que nos apoye o ayude.
-Al autodenigrarnos: es posible que nos califiquemos basándonos en los errores o equivocaciones que cometemos. Nos “etiquetamos” para dañarnos, nuestra autoestima cae a niveles de subsuelo, nos llenamos de sentimientos de culpa y fracaso, etc. Es un mecanismo sutil y al mismo tiempo eficaz, por el cuál lo único que hacemos es explicarnos por qué “no” podemos seguir adelante.
¿Cómo hacer para darnos una segunda oportunidad?
1 – Mantener la calma: darnos tiempo para sanar, porque no se puede colocar una bandita o tirita para un corte profundo. Mantenernos activos con el fin de conocer nuevas personas, expresar nuestros sentimientos, mejorar a cada paso. Cuando estamos heridos o algo malo ha pasado en nuestra vida (como ser un gran fracaso), es preciso dar en seguida el siguiente paso, siempre y cuando nos sintamos confiados de ello. A veces el tiempo es la mejor medicina para curarnos. Es necesario estar atentos para encontrar el justo equilibrio y saber en qué momento hacer un freno y cuando continuar.
2 – Estar abierto a las posibilidades: un error muy habitual (y de los más graves) es cerrarnos a recibir ayuda, a que una nueva oportunidad nos permita “ver el sol detrás de las nubes”. Donde menos lo esperamos podemos encontrar una sorpresa, una palabra, algo que nos cambie totalmente la vida. No perdamos nunca el deseo por descubrir, maravillarnos, mantenernos abiertos a las ideas y a la ayuda.
3 – Aprender de los errores: esta no es una frase hecha a la que todos asienten y después no ponen en práctica. Es preciso tener en cuenta que las experiencias del pasado nos dan la oportunidad de convertirnos en mejores personas en todo sentido, para no volver a cometerlo. La próxima vez estaremos más atentos a no equivocarnos. Las personas exitosas se miden no por sus caídas, sino por la capacidad que tienen de levantarse una y otra vez.