¿Crisis de la mediana edad? No, lo que hay es un despertar
De algún modo nos han hecho creer que las personas estamos obligadas a pasar por eso que muchos definen como la crisis de la mediana edad. Ahora bien, para quien ha sorteado los 40 o los 50, lo que experimenta en realidad es un despertar. Es dejar a un lado las viejas creencias, convencionalismos y estereotipos para reformularse, para escribir una nueva y mejor etapa personal.
Si hay una palabra que escuchamos casi en exceso es la palabra “crisis”. Hay crisis sociales, crisis económicas, crisis culturales… por no hablar de las consabidas crisis personales. Más que algo puntual en el tiempo u ocasional a lo largo de nuestro ciclo vital, podríamos asumir más bien que el ser humano vive en un estado permanente de cambios, oscilaciones y altibajos de menor o mayor consideración.
“No tengas miedo de los cambios lentos, teme solo el quedarte quieto, el permanecer inmóvil”.
-Proverbio chino-
Ahora bien, si analizamos por un momento este término nos daremos cuenta de un aspecto. Dentro de un contexto clínico, una crisis supone un trastorno temporal de desorganización. Implica que la persona se siente incapaz de manejar ciertas cosas con los métodos o recursos que tenía hasta el momento. Hay a su vez un componente traumático o amenazante al ver las propias expectativas amenazadas o derrumbadas.
Si aplicamos esta definición en la llamada crisis de la mediana edad, nos daremos cuenta de que muchos de estos puntos no se cumplen del todo. No al menos en las nuevas generaciones de hombres y especial mujeres que ya han llegado a la etapa madura de su existencia. Este nuevo sector poblacional desafía ya la visión tradicional de ese periodo antes crítico. Porque lo que tenemos ahora es lo que muchos definen como “un despertar”. Hay una búsqueda por alcanzar algo mejor, una reformulación en positivo donde ganar en fortaleza y crecimiento personal.
¿Sigue existiendo en la actualidad una crisis de la mediana edad?
En psicología entendemos que cada etapa de la existencia humana conlleva una serie de retos y dificultades. De este modo, las llamadas crisis del desarrollo o transiciones configuran esos instantes comprendidos entre la infancia y la senectud donde a menudo surgen diversas interferencias que ponen en jaque nuestra identidad, expectativas y sensación de control. La persona está obligada, sí o sí, a dejar atrás ciertas ideas para asumir nuevas realidades.
De algún modo hemos asumido siempre que hay ciertas crisis que son “previsibles” y un ejemplo de ello es la adolescencia. Ahora bien, la crisis de la mediana edad está experimentando cambios que demandan una re-definición. De este modo y hasta no hace mucho, la entrada a ese verano tardío con aires de otoño (edad madura) implicaba solo una cosa: asumir la juventud desaparecida y las posteriores transformaciones: envejecimiento, menopausia, pérdida de los padres, nido vacío…
En la actualidad llegan con fuerza otras ideas. Otros vientos más renovados.
Madurez no es sinónimo de pérdidas, sino de ganancias
A día de hoy muchas voces exigen cambiar el término crisis de la mediana edad por búsqueda de la identidad en la mitad de la vida. Hay una transición, no hay duda. Sin embargo, más que la pérdida de “algo”, lo que acontece es una búsqueda personal, un afán por dejar atrás una etapa con el fin de llegar a otra con mejores recursos, libertades e identidades.
Es una época de ganancias por varios aspectos:
- No hay un deseo por volver atrás, por recuperar la lozanía de los 20 o la energía de los 30.
- Hay un convencimiento de que lo pasado ha sido bien vivido, tuvo su utilidad pero la edad madura debe constituirse como un avance hacia la realización personal.
- Una buena parte de las personas, y en especial las mujeres, lo que desean es hallar su lugar en el mundo. Y esto último puede convertirse un motor de cambio excepcional.
Una época de expansión
Las redes sociales son un reflejo de nuestra realidad. Para entender la esencia de ese cambio en la llamada crisis de la mediana edad basta con buscar el hastag #FaB (fifty and beyond, “cincuenta y más allá”). Tras él, nos encontraremos todo un movimiento generacional lleno de vitalidad. Porque la edad madura no es senectud, no es pérdida, sino ganancia y ante todo expansión.
Los “cincuentañeros” de hoy en día son personas muy activas intelectual y profesionalmente. Son ese capital humano que ofrece excelencia a las empresas y calidad a cualquier organización o proyecto. Porque tienen mayor sentido crítico, porque saben resolver mejor los problemas y cuentan con una experiencia que sabe actualizarse, que aplica el pensamiento lateral.
Asimismo, tampoco podemos dejar de lado ese cambio social imparable y esperanzador que viven las mujeres. Las vemos asumiendo puestos de poder, somos testigos de cómo llevan adelante sus propios proyectos de liderazgo, cómo son capaces a menudo de dar cambios drásticos en su vida para cumplir sus sueños de juventud una vez llegada la madurez.
Para concluir, la crisis de la mediana edad ha dejado de ser tan crítica. Porque nada se pierde en la edad madura, al contrario, se gana. Porque los viejos valores ya han caducado y no se relaciona felicidad con juventud en exclusiva. El bienestar, la realización y la ilusión no tienen edad. Al fin y al cabo, uno empieza a envejecer de verdad el día que deja de poner planes en su horizonte, el día que se difuminan los propósitos y surge el miedo o la sombra de la limitación.
No lo llamemos por tanto crisis a lo que en realidad, es todo un despertar.