El mito de las musas, la fuerza de la inspiración
El mito de las musas es uno de los más conocidos de la antigüedad. Se sigue aludiendo a estos seres divinos como la fuente de inspiración para los diferentes creadores, en las artes y las ciencias. De hecho, la palabra música proviene de su nombre, así como la palabra museo.
Según las diferentes versiones del mito de las musas, ellas eran las compañeras naturales de Apolo , dios de la música y de las artes. Este tuvo romances con todas las musas, en diferentes momentos, y de esos amores furtivos surgió una amplia descendencia.
El mito de las musas dice que eran jóvenes alegres y festivas, que descendían a la tierra para susurrarle ideas creativas al oído de los mortales. Si estos eran capaces de escuchar esos consejos, producían obras maravillosas que despertaban admiración. Quienes no eran visitados por las musas, finalmente no creaban nada.
“Las musas no cobran derechos de autor”.
-Joaquín Sabina-
El origen del mito de las musas
El mito de las musas señala que eran hijas de Zeus, el dios del Olimpo, y de Mnemósine, una titánide que representaba a la memoria. Ella, a su vez, era hija de Gea, la madre tierra, y de Urano, personificación del cielo. Se cuenta que Mnemósine y Zeus yacieron juntos por nueve noches y que por cada noche nació una musa.
Las historias mitológicas cuentan que en el inframundo había un río llamado Mnemósine, al lado de otro llamado Lete. La mayoría de los mortales eran invitados a beber del río Lete antes de reencarnarse en un nuevo ser; las aguas de esa fuente hacían que olvidaran sus vidas anteriores y comenzaran de nuevo.
En cambio, cuenta el mito de las musas que solo algunos elegidos eran invitados a beber del río Mnemósine. Estos podían recordar las vidas anteriores y en su siguiente encarnación se convertían en visionarios y profetas.
Las nueve musas
Aunque hay relatos en los que se habla de otras musas, la historia clásica dice que son nueve y que cada una de ellas está encargada de algún campo del conocimiento o de la creación artística. Se suponía que, si la musa correcta visitaba al creador, este tendría súbitas y maravillosas revelaciones para culminar su obra. Las nueve musas clásicas son las siguientes:
- Calíope o “la de la bella voz”. Era la musa de la elocuencia y de la poesía épica. Llevaba una corona de laurel y una lira. Fue amante de Apolo y madre de Orfeo, Lalemo y Reso.
- Clío o “la que ofrece gloria”. Musa de la historia, es decir, de la epopeya. Su papel era mantener viva la memoria de la generosidad y de los triunfos. Llevaba una trompeta y un libro abierto.
- Erató o “la amorosa”. Musa de la poesía lírica-amorosa, que llevaba una corona de rosas sobre su cabeza y portaba una cítara. También fue amante de Apolo y madre Tamiris.
- Euterpe o “la muy placentera”. Musa de la música, en particular, de la interpretación de la flauta. Se le representaba con una corona de flores.
- Melpómene o “la melodiosa”. Musa de la tragedia, o más bien de la narrativa trágica o escritura literaria. Vestía fastuosamente y portaba una máscara trágica.
- Polimnia o “la de muchos himnos”. Musa de los cantos sagrados y de los himnos. Siempre estaba vestida de blanco.
- Talía o “la festiva”. Musa de la comedia y de la poesía bucólica. Era la anfitriona en los banquetes y festividades.
- Terpsícore o “la que deleita en la danza”. Musa de la danza y del canto lírico. Portaba guirnaldas y fue la madre de Terpsícore, hijo que engendró con Apolo.
- Urania o “la celestial”. Musa de la astronomía, de la enseñanza y de las ciencias exactas. Portaba un globo terráqueo y un compás.
La presencia de las musas
Aunque el mito de las musas era muy importante para los griegos, estos seres en realidad no aparecen de manera frecuente en las historias de los dioses, y cuando lo hacen lo normal es que lo hagan como personajes secundarios. Pese a esto, se pensaba que su inspiración era fundamental para la acción de todos los protagonistas.
De ellas se cuenta que el rey Píero de Pieria, en Tracia, tenía nueve hijas con grandes dones para el canto. Era tan bello su arte que decidieron viajar al monte Helicón, donde vivían las musas y desafiarlas. Las musas aceptaron gustosas.
Cuando las nueve jóvenes comenzaron a cantar, todos los pájaros guardaron silencio. Su canto era tan bello que la naturaleza enmudeció. Luego fue el turno de las musas y cuando estas entonaron su canto, hasta las piedras lloraron. Habiendo ganado la competición, las musas decidieron convertir a las nueve jóvenes en urracas para castigar su soberbia.
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- Otto, W. F. (2005). Las musas y el origen divino del canto y del habla (Vol. 39). Siruela.