Las 4 etapas del desarrollo adulto según Stephen Covey, ¿te identificas?

Una discusión, una decisión postergada, una emoción que te desborda… A veces, ahí se revelan las verdaderas etapas de la adultez y cómo las vives. Te contamos cómo las explica Stephen Covey.
Las 4 etapas del desarrollo adulto según Stephen Covey, ¿te identificas?
Macarena Liliana Nuñez

Revisado y aprobado por la psicóloga Macarena Liliana Nuñez.

Escrito por Gabriela Matamoros

Última actualización: 15 julio, 2025

Cumplir años no siempre va de la mano con crecer de verdad. Puedes tener un empleo estable, pagar tus cuentas y aun así reaccionar como si todo dependiera de los demás. Madurar no se trata solo de cumplir con lo que se espera, sino de aprender a actuar con criterio, equilibrio y autonomía. Esto forma parte de las etapas del desarrollo adulto.

Con esto en mente, Stephen Covey —autor del libro Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva— desarrolló el Maturity Continuum, un modelo de cuatro fases, utilizado en el coaching, que explora nuestra capacidad para asumir responsabilidades, gestionar emociones y ser efectivos tanto en lo personal como en lo profesional.

Reconocerlas puede ayudarte a entender por qué repites ciertos patrones, qué te mantiene estancado y qué habilidades fortalecer para avanzar. ¿Quieres saber en cuál te encuentras? Tal vez, al descubrirlas, empieces a verte desde otro lugar.

1. Dependencia

La primera etapa de la adultez, según Covey, es la dependencia. En este punto, la persona aún necesita que otros validen sus decisiones, le den seguridad o la hagan sentir valiosa. Aunque suele asociarse con la infancia, esta actitud puede mantenerse durante la vida adulta sin que uno lo note.

Desde afuera, se puede ver como alguien que evita asumir la responsabilidad total de lo que vive; desde adentro, se experimenta una sensación constante de que «algo falta» o que todo depende del entorno para estar bien.

Imagina, por ejemplo, a alguien que no se atreve a aceptar una oferta de trabajo fuera de su ciudad porque su pareja no está de acuerdo, aunque sabe que ese cambio le abriría nuevas oportunidades. En lugar de revisar sus propios deseos, se detiene por miedo al conflicto o a la desaprobación. Más allá de lo laboral, este patrón se repite en la organización de su tiempo, toma decisiones o al expresar lo que quiere: todo está condicionado por la aprobación externa.

Cuando se permanece en esta etapa, es común sentirse víctima de las circunstancias: «mi pareja no me deja», «mi jefe no me valora», «no puedo porque los demás no ayudan». Estas frases revelan que, en lugar de actuar, se reacciona. En vez de asumir el control, se espera que otros cambien o resuelvan.

Salir de la dependencia no ocurre de un día para otro, pero empieza con algo tan simple como hacerse cargo de una elección sin pedir permiso. Puede ser desde lo cotidiano —elegir qué hacer con tu tiempo libre, sin consultarlo todo— hasta definir un plan personal sin esperar que alguien más lo apruebe. El cambio comienza al comprender que el bienestar propio no está en manos ajenas.

La dependencia es el paradigma del tú: tú cuidas de mí, tú haces o no haces lo que debes hacer por mí, yo te culpo a ti por los resultados.


2. Contradependencia

Después de la dependencia, muchas personas entran en una etapa de contradependencia, marcada por el rechazo a necesitar a los demás. Aquí ya no se busca aprobación, sino distancia. Se responde con rebeldía, en ocasiones sin una dirección clara, solo con el impulso de diferenciarse y demostrar que se es distinto. El problema es que esa oposición no siempre nace de una autonomía sólida, sino de heridas no resueltas.

En lugar de actuar desde el deseo propio, se vive reaccionando. «No quiero ser como mis padres», «no me verás cayendo en lo mismo», «no necesito a nadie». Es una forma de afirmarse, pero también una trampa: la identidad se construye por contraste, no por esencia. Y eso agota.

Te planteamos el siguiente ejemplo: una mujer que evita cualquier compromiso afectivo, porque creció viendo la relación tóxica de sus padres, puede creer que es libre, cuando en realidad deja que su pasado tome decisiones por ella. Su rechazo no es libertad, es miedo disfrazado de independencia.

Quedarse atrapado en esta etapa implica vivir a la defensiva, cerrando puertas antes de que algo pueda doler. Salir de ahí requiere dejar de pelear por reflejo y empezar a preguntarse, con honestidad, qué se quiere y qué se necesita, sin tener que negarlo todo para sentirse fuerte.

3. Independencia

Al dejar atrás la contradependencia, llega: la independencia. Aquí ya no se actúa por oposición ni se busca agradar. Se toman decisiones propias, se asumen consecuencias y se deja de culpar a los demás por lo que ocurre. La persona aprende a sostenerse emocionalmente sin depender —ni rechazar— a otros.

Uno empieza a tomar las riendas. Ya no se dice «no necesito a nadie» desde el enojo, sino «puedo con esto» desde la confianza. Se actúa con criterio propio, se acepta el error como parte del proceso y se desarrollan hábitos. Las acciones no son guiadas por impulsos o expectativas ajenas: se subordinan pensamientos y emociones a valores personales. Se mira a largo plazo, se elige lo que conviene (así no sea lo más fácil o placentero) y se empieza a construir desde una base sólida.

En esta etapa, muchas personas aprenden a validarse sin esperar aprobación externa. Se cuidan, organizan su entorno, priorizan lo importante y se enfocan tanto en su bienestar como en el de su círculo más cercano. Por ejemplo, alguien que decide dejar un trabajo estable para emprender lo hace no por rebeldía, ni por necesidad de demostrar nada, sino porque tiene claridad sobre lo que quiere y está dispuesto a asumir los retos que eso implica.

Pero existe el riesgo de estancarse. Si la autonomía se convierte en autoexigencia, quizás haya una resistencia a pedir ayuda o compartir vulnerabilidades. A veces, se asocia la colaboración con debilidad, como si aceptar apoyo fuera un retroceso. Sin embargo, madurar no es cerrarse, sino saber que la verdadera fortaleza incluye también la capacidad de abrirse al otro.

La independencia es el paradigma del yo: yo puedo hacerlo, yo soy responsable, yo me basto a mí mismo, yo puedo elegir.

4. Interdependencia

La interdependencia es el punto más sólido del desarrollo adulto, no porque niegue la independencia, sino porque la trasciende. En lugar de evitar el vínculo por miedo o necesidad de validación, se elige conectar desde una autonomía ya construida.

Aquí, la persona comprende que su crecimiento no se limita a lo individual. Ha aprendido a tomar decisiones por sí misma, pero también a abrir espacio para otros sin perderse en el proceso. No se trata de demostrar fuerza ni de complacer, sino de tejer vínculos con propósito y equilibrio.

De las cuatro etapas del desarrollo adulto, en esta las relaciones dejan de ser una fuente de conflicto o dependencia. Se convierten en alianzas donde hay respeto mutuo, claridad y responsabilidad compartida. Ya no se actúa por impulso ni por miedo al rechazo, sino desde un deseo real de construir en conjunto.

Pensemos en Clara, quien es médico en un hospital público. Coordina un equipo, decide bajo presión, organiza la logística de su casa y cuida a sus dos hijos. Podría hacerlo todo por su cuenta, pero no lo intenta. Aprendió a delegar en su equipo, pide apoyo a su pareja cuando necesita descansar y construyó una red con otras madres que se turnan para llevar a los niños a clases. No lo hace por comodidad ni por debilidad, ella entiende que el bienestar compartido fortalece a todos.

Esta etapa no se fuerza ni se alcanza sin trabajo previo. Quienes aún necesitan aprobación constante o viven en oposición permanente no pueden elegirla. La interdependencia requiere solidez interna, capacidad de escuchar y madurez para sostenerse sin aislarse.

La interdependencia es el paradigma del nosotros: nosotros podemos hacerlo, nosotros podemos cooperar, nosotros podemos combinar nuestros talentos y aptitudes para crear juntos algo más importante.


Crecer con conciencia

Si sientes que algo no encaja o que repites actitudes que ya no van contigo, no lo ignores. Detenerse también es parte del proceso. A veces, el estancamiento no se ve como tal: se disfraza de autosuficiencia, dependencia silenciosa o enojo constante. Identificarlo con honestidad ya es avanzar.

Tal vez te cuesta tomar decisiones sin consultar a alguien más, incluso para cosas simples. Empezar por elegir tú solo —y validar esa decisión sin culpa— es un buen primer paso. O quizás te niegas a pedir ayuda porque lo asocias con debilidad. En ese caso, involucrarte en proyectos con otros o aceptar apoyo sin justificarte es bueno para romper esa barrera.

El crecimiento, a menudo, se parece a elegir distinto donde antes reaccionabas igual. Pequeños cambios, sostenidos en el tiempo, construyen una vida más coherente con quien ya eres. Y las etapas del desarrollo adulto de Covey funcionan como espejos. Nos permiten ver desde dónde actuamos y hacia dónde podemos movernos con más libertad. No hay una forma perfecta de recorrer este camino, pero sí muchas de volver a empezar con mayor consciencia.


Todas las fuentes citadas fueron revisadas a profundidad por nuestro equipo, para asegurar su calidad, confiabilidad, vigencia y validez. La bibliografía de este artículo fue considerada confiable y de precisión académica o científica.


  • Covey, S. (2020). The 7 habits of highly effective people. Simon & Schuster.

Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.