La angustia existencial en Kierkegaard
Kierkegaard, predecesor de los autores como Heidegger, Nietzsche o Sartre, es considerado padre del existencialismo, y creador del concepto de angustia existencial. Fue el primero en postular que lo más importante del ser humano es su existencia en el mundo. Aquella esencia que propugnaban Kant, Hegel, etc. es algo incognoscible y por tanto no sería objeto de conocimiento ni de verdad.
Kierkegaard tenía un enfoque sobre el ser humano muy centrado en la autorrealización. Pensemos que este autor tenía en frente la Revolución Industrial, que había convertido al ser humano en algo insignificante. El trabajo de un artesano podía ser replicado ad infinitum por una misma máquina que realizaría un esfuerzo mucho más pequeño que el del artesano.
Si hoy día pensamos en actividades que creemos que nos son propias, como la escritura de un poema o la representación de un cuadro, y miramos los avances tecnológicos, veremos que estos supuestos talentos del ser humano, fruto de sus emociones, son perfectamente reproducibles por máquinas cuya inteligencia artificial supera con creces la nuestra aunque carezcan (aún) de emociones…
Tanto la Revolución Industrial como la Revolución Tecnológica pone al ser humano en un lugar indeterminado donde tan siquiera es imprescindible. Y es aquí donde el hombre comienza a sufrir profundas crisis de identidad que le encaminan hacia una profunda angustia; porque, si todo lo que era “esencialmente” nuestro lo puede realizar cualquier máquina, ¿qué es entonces lo consustancial al hombre?, ¿para qué estamos vivos?
La angustia existencial
La angustia existencial kierkegaardiana parte de una marcada desilusión ante la vida. El autor se sentía muy por encima de los preceptos morales y mandatos éticos de la época, pero, como cualquier mortal, Kierkegaard había caído en las garras del desamor, hecho que no le ayudó a tener una visión optimista de la existencia.
Kierkegaard parte de algo que sorprendió en la época: la verdad es subjetiva. Es por esta razón por la que las verdades individuales, aunque dispares e incluso contrarias, no pueden ser administradas, regidas o juzgadas por otra subjetividad. Los hombres no pueden comunicarse entre sí. La única relación directa posible es la del hombre con Dios.
Esta manera de pensar se entiende mucho mejor sabiendo que Kierkegaard era crítico del cristianismo no como creencia, sino como sistema que se había politizado y puesto al servicio del hombre (sobe todo de los que formaban parte de la misma Iglesia). Renegaba de la idea de intermediarios para hablar con Dios.
De hecho, dice Kierkegaard, es totalmente normal dudar que Dios exista en verdad. No tenemos certeza alguna. Esta idea, tan repudiada por el cristianismo, para el autor es un elemento consustancial a la fe. La fe es fe porque se duda; si no, sería conocimiento.
La angustia contra el ateísmo
“Quiero creer porque dudo de Dios; si realmente supiera que existe no lo buscaría en todas las cosas”.
-Kierkegaard-
El principal argumento de Kierkegaard contra el ateísmo es que creer en Dios es propiamente un salto hacia la fe. Es una decisión que se toma cuando no hay evidencia ni certeza. Y las consecuencias inexploradas de ese acto de fe que realizamos al creer son las que provocan la angustia existencial.
Como ejemplo, pondremos al inocente Adán, que probó la manzana tentado por la inocente Eva, que probó la manzana tentada por una no tan inocente serpiente. En un solo acto, morder el fruto, Adán pasó de ser inocente a ser pecador, ¿cómo iba a saber Adán que las consecuencias de sus actos serían esas?
Ni Adán ni Eva tenían la más mínima idea de por qué Dios les había prohibido comer tan deliciosa fruta. Por tanto, Adán y Eva sabían que lo que hacían estaba prohibido, pero carecían del conocimiento del porqué.
Más tarde supieron que el árbol del que habían cogido la manzana era el árbol del bien y del mal y que, cuando conocemos, no solo conocemos el bien, sino que también conocemos el mal, pudiendo así obrar de forma dolosa.
¿Conclusión? La angustia precede a las consecuencias de una decisión ética, y las decisiones éticas podemos tomarlas gracias a que somos libres. Esta libertad de la que gozamos se genera en el momento anterior al dar el salto de fe.
La finalidad de la filosofía de Kierkegaard no es formular una teoría sobre la realidad, sobre el mundo o sobre el hombre, sino convencer al ser humano de que tiene que hacerse cargo de su propia vida tanto en lo ético como en lo práctico. La verdad que el hombre ignora no es de índole objetiva, sino una verdad subjetiva que tiene que ver con la forma de existir de cada uno.