La decadencia de la ilusión por otra persona
La decadencia de la ilusión por otra persona es como un perfume que poco a poco pierde su fragancia. No sabemos por qué, pero cada día las risas producen menos cosquillas y las miradas dejan de buscarse con anhelo. Saber cuándo es hora de que una relación termine no siempre es fácil, pero hacerlo a tiempo y de manera adecuada, evita costes emocionales tan innecesarios como dolorosos.
Podríamos enfocar este artículo del modo que gran parte de las personas esperan. Ofreciendo pautas y estrategias para recuperar la ilusión perdida. Porque todo el mundo merece una segunda oportunidad. Porque hay cosas por las que merece la pena luchar. Sin embargo, hay un hecho evidente que se ve muy a menudo en las consultas de terapia de pareja. Muchas personas que terminan dejando su relación sabían desde hacía casi un año que habían dejado de amar a la pareja.
“Una historia no tiene principio ni fin: uno elige arbitrariamente ese momento desde el que mirar hacia atrás o desde el que mirar hacia adelante.”
-Graham Greene-
Así, y por curioso que nos resulte, ocurre lo mismo con las relaciones de amistad. A menudo nos empeñamos en estirar de un “chicle” que hace tiempo que ya no da más de sí. Sin embargo, optamos por seguir adelante con esos vínculos por diversas razones. Por cuestiones que pueden resumirse en una misma dimensión: el miedo. Tenemos miedo a dejar algo que hasta no hace poco nos producía felicidad, satisfacción y bienestar.
Nos da miedo quedarnos solos. Tenemos miedo a ser sinceros, a decirle al otro sin anestesia ni paños calientes aquello de que “ya no deseo seguir adelante porque he dejado de quererte”. Tememos, en esencia, hacer daño a la otra persona.
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La decadencia de la ilusión: cuando el otro se desdibuja de nuestras prioridades
El mundo de la psicología ha abordado durante más de tres décadas el tema de las relaciones fallidas y la decadencia de la ilusión. Figuras tan relevantes como John Gottman o Harville Hendricks nos han enseñado formas y estrategias para salvar nuestros lazos afectivos. Hemos aprendido en este tiempo qué hacer para que el amor perdure, sabemos cuáles son esos “jinetes del apocalipsis” que según Gottman pueden anticipar una ruptura, o cómo diferenciar las buenas relaciones de aquellas que solo traen sufrimiento.
Ahora bien, hay un hecho más que evidente. Hay relaciones que caducan y ya no tienen vuelta atrás. Seguir invirtiendo tiempo, esfuerzos y peripecias emocionales carece de sentido cuando no hay ilusión ni ascua que la avive. Cuando se han dado repetidas oportunidades y los resultados son siempre los mismos. Cuando las barreras son insalvables y solo se percibe distancia. Cuando lo que hay en nuestro interior es el limo del desencanto que lo cubre todo de claroscuros e incomodidades.
La verdad es que pocas ciencias son tan inciertas como esa que rige el mundo de las ilusiones en el ser humano. Podríamos decir que su enemigo es la rutina y que su kriptonita el mal hacer de quien no ama como debe, de quien no sabe cuidar y da las cosas por sentado. Sabemos que en temas del corazón a veces no somos hábiles a la hora de declinar sus formas, sus tiempos, sus normas. Sin embargo, la decadencia de la desilusión no es una falta de ortografía; a menudo ocurre, así, sin más.
El desengaño, el desencanto, descubrir al otro ya sin la venda que llevábamos en los ojos… Podríamos dar mil razones y formular mil teorías más del por qué surge ese vacío inesperado en nuestras relaciones. Sin embargo, en gran parte de los casos esa decadencia de la ilusión por otra persona no deriva por lo que los demás hagan o dejan de hacer. A menudo, somos nosotros los que hemos cambiado, nosotros los que ya no vibramos en esa frecuencia, nosotros los que ya no hallamos motivantes en los motivos del otro.
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¿Qué hacer cuando aparece la desilusión?
En el amor, como en la amistad no son buenas las salas de espera, ni las excusas ni dejar pasar el tiempo a ver qué pasa. O se lucha por lo que se ama o se deja ir lo que una vez se quiso para no hacer daño. Nada se soluciona mágicamente y la ilusión no vuelve por sí sola si no promovemos cambios, si no aunamos esfuerzos en conjunto para llevar la relación a otro nivel para transformar el vínculo de un modo más enriquecedor.
Ahora bien, si esa decadencia de la ilusión es ya un ocaso lo mejor es actuar en consecuencia. Alargar lo inevitable genera sufrimiento. Vivir de falsas ilusiones es alimentarnos de un sucedáneo de amor que causa indigestión, que sienta mal, y que como un virus contagioso llega al otro para enfermarlo también. Tras haber hecho todo lo posible por esa relación a menudo hay que hacer lo más saludable: poner distancia.
La ilusión a veces tiene la extraña propiedad de ir transformándose con el tiempo. No siempre podemos dominarla, lo sabemos, no siempre la podemos retener para siempre en nuestros lazos con otras personas. Que se apague a veces es ley de vida. Sin embargo, lo importante es que esta siga apareciendo siempre en nuestros caminos, al lado de alguien o en soledad, pero siempre ahí, presente, constante, vivificante.
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