La influencia de los demás, ¿decidimos libremente?
¿Qué nos empuja a decidir? ¿De qué depende que elijamos y descartemos? ¿Cuántas veces elegimos siendo el peso de la duda, mayor que el de la certeza? Y en ese caso, ¿qué nos mueve finalmente a resolver?
El mecanismo es algo complejo como individuos, y dependiendo de la situación y el momento, utilizamos diferentes estrategias como listas de “pros” y “contras”, opiniones de nuestro entorno o incluso monedas al aire.
La procastinación, retrasar el momento, también tiene su efecto en el hartazgo o cansancio frente a la incertidumbre.
“La fuerza reside en las diferencias,
no en las similitudes”
-Stephen Covey-
Al margen de aquello que nos acompaña para decidir y que depende de nosotros en función de lo que percibimos, reflexionamos y sentimos, existe un elemento externo que marcará en muchas ocasiones los pasos que damos: el grupo.
Más allá del “yo”
Siendo animales sociales es normal que sigamos el instinto natural de relacionarnos con los demás, no siendo necesario formar grupos amplios.
En el momento en que contactamos con dos o tres personas, se forma un sistema de relaciones que atrapa la fuerza de atracción hacia sentirse parte de algo. De hecho, el aislamiento total es señal de que algo no va bien y suele formar parte del diagnóstico en casos de situaciones complicadas de salud mental.
Por tanto, aquello que nos recoge y nos acoge y de lo que formamos parte, tiene varios poderes. Entre ellos, el de acompañar nuestras decisiones. Pero, ¿hasta qué punto puede el grupo hacer que tomemos un camino u otro?
Los psicólogos sociales han dedicado horas de estudio a este fenómeno social poniendo luz en situaciones inexplicables si no fuera por el elemento principal de este artículo: los demás.
El grupo: ¿amigo o enemigo?
Podemos tomar decisiones impulsados por las opiniones del resto aunque sepamos positivamente que nosotros no elegiríamos ese camino.
En la década de los 50, el investigador Solomon Asch, realizó un experimento que ponía sobre la mesa la presión o influencia que los demás ejercen sobre nosotros.
Ocho personas eran elegidas para sentarse alrededor de una mesa. Siete de ellos eran cómplices de Asch y recibían la instrucción de responder incorrectamente alguna de las preguntas. Una de las personas iba a ser puesta a prueba inocentemente.
Los inocentes acudían a realizar una prueba de visión. Les mostraban unas tarjetas con unas líneas en vertical de distintas longitudes, y les pedían que respondieran una serie de preguntas sobre cuál era más larga o cuáles eran iguales entre ellas. El turno de respuesta estaba asignado por el experimentador, dejando a la persona inocente de las últimas en opinar.
Se demostró que hombres y mujeres rodeados de gente que daba la misma respuesta (aunque fuera manifiestamente incorrecta) se dejaban llevar y respondían también de forma equivocada siguiendo la corriente del grupo.
No hizo falta amenaza para condicionarles. Únicamente bastó la opinión de la mayoría, incluso llegaron a pensar que tenían problemas de percepción visual.
La conformidad frente a la independencia
Tenemos necesidad de estar de acuerdo con el grupo y una de las consecuencias, es que en muchas ocasiones afecta a la toma de decisiones. Unas veces porque cedemos en un acto de generosidad, otras porque no queremos decepcionar, y otras porque no confiamos realmente en nosotros mismos.
Pese a que depende mucho nuestra forma de ser, existen momentos en los que el grupo anula parte de nuestro juicio.
Es algo paradójico dado que la tendencia actual es buscar cosas que nos distingan de los demás. Nos hacemos de móviles, ropa o perfiles en redes sociales, marcas de identidad, y sin embargo, somos personas totalmente permeables e influenciables por nuestro entorno.
La adolescencia es el momento más crítico, pero en la adultez también se siguen corrientes que malean de alguna manera, ya sea de trabajo, de familia o amigos. Decir que sí a planes que no apetecen o a cosas que sabemos que están mal, o vestir de forma que no nos convence son algunos ejemplos.
¿Qué podemos hacer?
Siendo conscientes de esa situación, contamos con una serie de estrategias que pueden ayudarnos o pueden ayudar a alguien cercano a nosotros que esté inmerso en una situación de presión como:
- Aunque parezca algo evidente, hacer balanza entre lo positivo y negativo, o ganancias y pérdidas es práctico. Ordena el pensamiento, ayuda a centrar y focalizar la concreción de tus dudas.
- Tener seguridad en tu criterio. Encontraremos alivio inmediato en decidir según el grupo, pero a medio plazo nos hará sentir mal. Lo que digan los demás no tiene más valor que tu opinión.
- Tener claro que si nos dejamos llevar por criterios externos, las personas que conformen ese grupo son las correctas. Es recomendable elegir bien a quien seguimos y sobre qué opiniones nos apoyamos. Puede ser porque los demás son expertos o porque son personas que nos quieren bien.
- A veces, dejarse llevar cuando no es un peligro real para nosotros no es algo malo del todo. Un ejemplo de ello sería ceder en momentos en los que se nos anima a superar miedos y retos, tales como hablar en público, vencer la timidez, etc.
Finalmente podemos hacernos dos preguntas: ¿Qué es lo peor que puede pasar si llevo la contraria? y ¿estaré orgulloso mañana de mi decisión?