La resistencia: cuando no quieres curar tus emociones
A veces no somos conscientes de la resistencia a superar un problema. Se dice que todos buscamos nuestro bienestar y que queremos ser felices. Se dice que hacemos todo lo que está a nuestro alcance para lograrlo. Si pasas por un problema y te preguntan, seguro dirás que darías lo que fuera por salir de él.
Sin embargo, el psicoanálisis y la psicología han descubierto que esto no es tan cierto. Lo comprueban durante las terapias: los pacientes se resisten a curarse.
“Y aún la ceguera del ciego y su andar a tiento han de dar fe del poder del sol que miró”
-Nietzsche-
En el marco de un proceso psicoanalítico o de una terapia psicológica, la resistencia se expresa de diferentes maneras. No hay tiempo para ir a las sesiones, se pierde el interés en el proceso, se critica excesivamente al terapeuta o al psicoanalista…
Todo aquello que detenga o impida los avances, constituye una resistencia a la cura ¿Por qué alguien que sufre y tiene la oportunidad de curarse, sabotea esa posibilidad?
La resistencia
En realidad, la resistencia deja entrever una lucha ente el deseo consciente de cambiar y las fuerzas inconscientes que obstaculizan ese propósito. En esas fuerzas inconscientes también está la raíz del sufrimiento.
En este punto se plantea una realidad paradójica: curarse puede ser un gran problema para las personas. Esa es la razón por la que, casi todos, nos resistimos a llevar a cabo procesos que realmente nos saquen de los grandes sufrimientos.
La cura es problemática por muchas razones, pero vamos a destacar tres motivos solamente:
- Hay miedo de no ser capaz de enfrentar el dolor.
- Al sanar un gran sufrimiento, también se pierden algunos beneficios.
- Se trae una culpa tan grande, y tan irracional, que mejorar no es una opción.
El miedo a sufrir más
Si te preguntan por tus problemas y conflictos, seguramente podrías hacer una lista de situaciones globales que te causan malestar: no estás a gusto con tu pareja o con tu trabajo, no tienes buenas relaciones familiares, sientes temor por la opinión de otros y cosas por el estilo.
Al profundizar un poco más en este tipo de situaciones, nos damos cuenta de que en realidad solo son “la punta del iceberg” de otras realidades más complejas.
Por ejemplo, no es exactamente que no estés a gusto con tu pareja, sino que quizás tienes un horrible temor al abandono y eso te vuelve una persona controladora y causa problemas. No es que estés inconforme con tu trabajo, sino que temes a tu jefe y te resulta imposible reclamar aquello a lo que tienes derecho.
Aunque no seamos conscientes de ello, todos sabemos que hay contenidos ocultos detrás de nuestros principales problemas. Generalmente son miedos, culpas o deseos que conscientemente no aceptaríamos.
Eso nos lleva a oponer resistencia, si de curarnos se trata. No queremos enfrentarnos con esas realidades dolorosas o desconcertantes, porque pensamos que no seremos capaces de abordarlas.
Los beneficios secundarios
A pesar de todas las complicaciones que trae consigo, sufrir también tiene sus beneficios. En realidad, es más fácil repetir el libreto cotidiano de nuestros problemas que invertir un gran esfuerzo en analizarlos y solucionarlos. Así que mantenernos en el sufrimiento nos permite ahorrar energías.
A partir de nuestros sufrimientos también construimos cierta posición frente a la vida, que justifica nuestros problemas. Por ejemplo, “No puedo conseguir un trabajo mejor porque la economía está en crisis y debo conformarme con lo que hay”.
Dicho esto, la responsabilidad ya no es nuestra y, por lo tanto, somos víctimas de las circunstancias. Hasta logramos que nos digan “pobre hombre” o “pobre mujer” y llegamos a sentirnos confortados con ello.
Finalmente, y aunque te parezca extraño, las personas terminamos apegándonos a nuestros problemas y hasta sintiendo aprecio por ellos. De hecho, al resolver un problema aparecen algunos síntomas de duelo.
La culpa y el castigo
Aunque conscientemente nunca lo admiten, algunas personas están convencidas de que merecen el sufrimiento que viven. No es que se propongan sufrir como tal, sino que evitan al máximo salir de ese sufrimiento, aunque tengan la oportunidad de hacerlo.
No les funciona ninguna terapia, ningún psicólogo, ningún psicoanalista. No les funciona ninguna fórmula de cambio. Lo único que funciona es su propio sufrimiento.
En realidad se trata de personas que inconscientemente sienten que deben ser castigadas ¿Por qué? La mayoría de las veces por conflictos sexuales de infancia, padres o madres que inculcaron una demanda imposible o situaciones por el estilo.
Lo cierto es que adoptan ideas y actitudes que les impiden recibir la ayuda que necesitan. Así pueden cumplir ese castigo del que, en el fondo y sin razones valederas, se sienten merecedores.
Todos tenemos, en mayor o menor medida, un conjunto de resistencias que nos impiden sanar nuestras emociones. Estas se hacen más visibles en la consulta psicológica o psicoanalítica, pero también están presentes en nuestra vida cotidiana.
Superar esas resistencias es un trabajo arduo, pero al mismo tiempo representa el comienzo del fin para nuestros grandes sufrimientos.