Descubre los 44 mejores poemas del Romanticismo

Los poetas del Romanticismo abordaron una amplia variedad de temas relegados por el racionalismo de la época. Si quieres conocer las poesías más representativas de este movimiento, ¡sigue leyendo!
Descubre los 44 mejores poemas del Romanticismo
José Padilla

Escrito y verificado por el psicólogo José Padilla.

Última actualización: 11 diciembre, 2023

Los poemas durante el Romanticismo se centraron en la expresión sentimental. Los autores tomaron distancia de las convenciones literarias del momento y del racionalismo para poner énfasis en el yo, la subjetividad y las pasiones. Con esta inclinación pretendían representar lo que la razón no podía explicar.

Este movimiento literario y artístico surgió a finales del siglo XVIII y tuvo su mayor auge durante el siglo XIX. Se caracterizó por realzar la imaginación, la emoción y la naturaleza; dio gran importancia a lo místico y lo sobrenatural. Fue una respuesta contra la Ilustración y la Revolución Industrial.

Muchas poesías de este tiempo exploraron el misterio y lo desconocido de la vida y la muerte; varios de sus autores ahondaron en las profundidades del alma humana. Y aquí, en este artículo, presentaremos una selección de poemas representativos de esta época.

Colección de poemas del Romanticismo

Los poemas del Romanticismo que compartiremos abordan temas muy diversos como el amor, la muerte, la relación del hombre con el mundo que lo rodea… Esperamos que incluyas alguno a tu botiquín de poesía.



1. Acuérdate de mí, de Lord Byron

Byron ilustra un alma solitaria marcada por la ausencia del ser amado. En este contexto, el hablante ruega que no lo olviden, incluso, cuando esté a punto de morir. Como última petición, en medio del dolor, solicita que lo escuchen y lloren en su tumba.

Llora en silencio mi alma solitaria,
excepto cuando esté mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.

 

Es la llama de mi alma cual aurora,
brillando en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna…
ni la muerte la puede mancillar.

 

¡Acuérdate de mí!… Cerca de mi tumba
no pases, no, sin regalarme tu plegaria;
para mi alma no habrá mayor tortura
que el saber que has olvidado mi dolor.

 

Oye mi última voz. No es un delito
rogar por los que fueron. Yo jamás
te pedí nada: al expirar te exijo
que sobre mi tumba derrames tus lágrimas.

2. ¿Por qué estás silenciosa?, de William Wordsworth

Motivado por el silencio de su amada, el poeta se dirige hacia ella con miedo a que se haya terminado el afecto que le profesaba. Entonces, le pide tan solo unas palabras para terminar con la insoportable duda que lo atormenta.

¿Por qué estás silenciosa? ¿Es una planta
tu amor, tan deleznable y pequeñita,
que el aire de la ausencia lo marchita?
Oye gemir la voz en mi garganta:

 

Yo te he servido como a regia Infanta.
Mendigo soy que amores solicita…
¡Oh limosna de amor! Piensa y medita
que sin tu amor mi vida se quebranta.

 

¡Háblame! No hay tormento cual la duda:
Si mi amoroso pecho te ha perdido
¿su desolada imagen no te mueve?

 

¡No permanezcas a mis ruegos muda!
que estoy más desolado que, en su nido,
el ave a la que cubre blanca nieve.

3. A sí mismo, de Giacomo Leopardi

A sí mismo es uno de los poemas del Romanticismo que expresa muy bien el desencanto y desesperanza de quien ha visto morir las ilusiones. No hay motivos para que los latidos del corazón sigan su curso.

Reposarás por siempre,
¡cansado corazón! Murió el engaño
que eterno imaginé. Murió. Y advierto
que en mí, de lisonjeras ilusiones
con la esperanza, aun el anhelo ha muerto.
Para siempre reposa;
basta de palpitar. No existe cosa
digna de tus latidos; ni la tierra
un suspiro merece: afán y tedio
es la vida, no más, y fango el mundo.
Cálmate, y desespera
la última vez: a nuestra raza el Hado
solo otorgó el morir. Por tanto, altivo,
desdeña tu existencia y la Natura
y la potencia dura
que con oculto modo
sobre la ruina universal impera,
y la infinita vanidad del todo.

4. Era apacible el día, de Rosalía de Castro (fragmento)

Aunque el poema es triste, las palabras se expresan con una sensibilidad y belleza increíble. En este texto, se observa el dolor de perder a un hijo. La muerte ocupa su lugar, pero en medio de ella y de la tierra renace la vida en forma de hierba.

Era apacible el día
Y templado el ambiente,
Y llovía, llovía
Callada y mansamente;
Y mientras silenciosa
Lloraba y yo gemía,
Mi niño, tierna rosa
Durmiendo se moría.
Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!

 

Tierra sobre el cadáver insepulto
Antes que empiece a corromperse… ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
Bien pronto en los terrones removidos
Verde y pujante crecerá la hierba (…)

5. Pobre flor, de Manuel Acuña

El poema es de dolor y refleja el diálogo entre el poeta y una flor marchita. La flor le revela que muere por causa de un amor no correspondido que la acabó poco a poco.

—«¿Por qué te miro así tan abatida,
pobre flor?
¿En dónde están las galas de tu vida
y el color?

 

Dime, ¿por qué tan triste te consumes,
dulce bien?»
—«¿Quién?, ¡el delirio devorante y loco
de un amor,
que me fue consumiendo poco a poco
de dolor!
Porque amando con toda la ternura
de la fe,
a mí no quiso amarme la criatura
que yo amé.

 

Y por eso sin galas me marchito
triste aquí,
siempre llorando en mi dolor maldito,
¡Siempre así!»—
¡Habló la flor!…
Yo gemí… era igual a la memoria
de mi amor.

6. Canción de la muerte, de José de Espronceda (fragmento)

La muerte le ofrece al hombre un descanso eterno donde olvidar sus penas y estar en paz. José de Espronceda la presenta como una isla de reposo en medio de los tormentos de la vida. En ella el ser humano encuentra agua pura y brisa fresca.

Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz (…)

 

Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor (…)

7. La juventud, de José Mármol

Este poema es una invitación a gozar de los deleites del mundo y de la juventud pasajera. Disfrutar de la belleza de la vida, sin detenerse a pensar sobre la fugacidad de la existencia. 

¿No miráis? ¿No miráis? Se semeja
A la faja de chispas luciente
Que en la linfa de un río refleja
Cuando asoma la luna en oriente.

 

Y que a par de la luna en la Esfera
Todas van tremulantes y bellas
Sin temor ni recuerdo siquiera
De la sombra que viene tras ellas.

 

¿No miráis? Es el hombre que tiene
En el pecho la vida encerrada,
Y la tierra sagaz lo entretiene
Con su bella corteza dorada.

 

Ah, sí, sí, juventud, que cautiven
Vuestro pecho los goces del mundo:
Vuestros labios a tragos que libren
De la vida el deleite fecundo.

 

Y que riendo, y cantando, y bebiendo,
Y de lujo y placeres hastiada:
Con deleites soñando y viviendo
Os paséis a otra edad embriagada.

 

Mas las rápidas alas que agitas
No suspendas, por Dios, un instante
Empujad cuanto esté por delante
De la senda de flores que habitas.

 

Carcajadas, y burlas resuenen
Si un mendigo su pan os pidiere:
Carcajadas y burlas retruenen
Por la estancia del hombre que muere.

 

No por Dios meditéis un momento
Si la tierra, la vida y lo ideal
No queréis que se os cambie violento
En sarcasmo irrisorio del mal.

8. Amor eterno, de Gustavo Adolfo Bécquer

Bécquer muestra en palabras poéticas la fuerza inextinguible del amor de su amada. Aunque la muerte llegue a arrebatarlo de la tierra, los sentimientos, la llama ardiente de su amor, perdurará por la eternidad.

Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡Todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.

9. Conócete a ti mismo, de Novalis

La búsqueda de sí mismo ha sido una constante en el ser humano. Muchas veces este anhelo aparece oculto y se manifiesta como el deseo de encontrar algo más que no se sabe qué es.

Una cosa solo ha buscado el hombre en todo tiempo,
y lo ha hecho en todas partes, en las cimas y en las simas
del mundo.
Bajo nombres distintos –en vano– se ocultaba siempre,
y siempre, aun creyéndola cerca, se le iba de las manos.
Hubo hace tiempo un hombre que en amables mitos
infantiles
revelaba a sus hijos las llaves y el camino de un castillo
escondido.
Pocos lograban conocer la sencilla clave del enigma,
pero esos pocos se convertían entonces en maestros
del destino.
Discurrió largo tiempo –el error nos aguzó el ingenio–
y el mito dejó ya de ocultarnos la verdad.
Feliz quien se ha hecho sabio y ha dejado su obsesión
por el mundo,
quien por sí mismo anhela la piedra de la sabiduría
eterna.
El hombre razonable se convierte entonces en discípulo
auténtico,
todo lo transforma en vida y en oro, no necesita ya los
elixires.
Bulle dentro de él el sagrado alambique, está el rey en él,
y también Delfos, y al final comprende lo que significa
conócete a ti mismo.

10. Don Juan en los infiernos, de Charles Baudelaire

En este poema se describe el descenso de Don Juan. Aparecen distintos personajes que buscan algo en particular. Es una forma de expresar el castigo de alguien tan seductor tras su muerte.

Cuando Don Juan descendió hacia la onda subterránea
Y su óbolo hubo dado a Caronte,
Un sombrío mendigo, la mirada fiera como Antístenes,
Con brazo vengativo y fuerte empuñó cada remo.

 

Mostrando sus senos fláccidos y sus ropas abiertas,
Las mujeres se retorcían bajo el negro firmamento,
Y, como un gran rebaño de víctimas ofrendadas,
En pos de él arrastraban un prolongado mugido.

 

Sganarelle riendo le reclama su paga,
Mientras que Don Luis, con un dedo tembloroso
Mostraba a todos los muertos, errante en las riberas,
El hijo audaz que se burló de su frente nevada.

 

Estremeciéndose bajo sus lutos, la casta y magra Elvira,
Cerca del esposo pérfido y que fue su amante,
Parecía reclamarle una suprema sonrisa
En la que brillara la dulzura de su primer juramento.

 

Erguido en su armadura, un gigante de piedra
Permanecía en la barra y cortaba la onda negra;
Pero el sereno héroe, apoyado en su espadón,
Contemplaba la estela y sin dignarse ver nada.

11. Cuando nosotros nos separamos, de Lord Byron

De esta compilación de poemas del Romanticismo, este evoca el sufrimiento ante la pérdida de un amor que estuvo atravesado por la traición y el secreto. Es un texto melancólico sobre el impacto de una relación quebrada.

Cuando nosotros nos separamos
con silencio y lágrimas,
con el corazón medio roto
para desunirnos por años,
pálidas se volvieron tus mejillas y frías,
y aún más frío tu beso;
en verdad esa hora predijo
aflicción a esta.
El rocío de la mañana
se hundió frío en mi frente:
lo sentía como el aviso
de lo que ahora siento.

 

Todas las promesas están rotas
e inconstante es tu reputación:
oigo pronunciar tu nombre
y comparto su vergüenza.
Ante mí te nombran,
tañido de muerte que escucho;
un temblor me recorre:
¿por qué te quise tanto?
No saben que te conocía,
que te conocía muy bien:
mucho, mucho tiempo te lamentaré,
muy hondamente para expresarlo.

 

En secreto nos encontramos.
En silencio me duelo,
que tu corazón pueda olvidar,
y engañar tu espíritu.
Si te volviese a encontrar,
después de muchos años,
¿cómo debería acogerte?
Con silencio y lágrimas.

12. Las hadas, de William Blake

Mediante la interacción entre un ser y un hada, el poeta representa que el amor puede ser un encanto mágico capaz de eliminar las fuentes del dolor («he quitado el veneno…»).

Acudid, gorriones míos,
flechas mías.
Si una lágrima o una sonrisa
al hombre seducen;
si una amorosa dilatoria
cubre el día soleado;
si el golpe de un paso
conmueve de raíz al corazón,
he aquí el anillo de bodas,
transforma en rey a cualquier hada.

 

Así cantó un hada.
De las ramas salté
y ella me eludió,
intentando huir.
Pero, atrapada en mi sombrero,
no tardará en aprender
que puede reír, que puede llorar,
porque es mi mariposa:
he quitado el veneno
del anillo de bodas.

13. El argumento del suicidio, de Samuel Taylor Coleridge

Con esta bella expresión poética, Taylor interroga de modo filosófico a la naturaleza (a la vida) sobre el sentido de la existencia y la muerte. Esta le recuerda todos los dones que le ha dado y lo invita a examinar su vida antes de morir.

Sobre el comienzo de mi vida, si lo deseaba o no,
nadie jamás me lo preguntó —de otro modo no podía ser—
Si la vida era la pregunta, una cosa enviada para intentar
y si vivir es decir SÍ, ¿qué puede ser el NO sino morir?

 

Respuesta de la naturaleza:

 

¿Se retorna igual que al ser enviado? ¿No es peor el desgaste?
¡Piensa primero en lo que ERES! ¡Sé consciente de lo que tú ERAS!
Te he dado inocencia, te he dado esperanza,
Te he dado salud, y genio, y un amplio porvenir,
¿Retornarás culpable, aletargado, desesperado?
Haz un inventario, examina, compara.
Entonces muere —si es que a morir te atreves—.

14. Rima XI, de Gustavo Adolfo Bécquer

El poema retrata la aceptación y búsqueda de un amor inalcanzable, en lugar de desear un amor tierno o pasional. Lo imposible es lo que despierta el interés del poeta, esos amores prohibidos que se escapan de su alcance.

—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión;
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
—No es a ti, no.

 

—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
puedo brindarte dichas sin fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
—No, no es a ti.

 

—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte.
—¡Oh ven; ven tú!

15. Caed, hojas, caed, de Emily Brontë

La poeta exalta la capacidad de vivir al ritmo de los sucesos y de disfrutar de ellos. Florecer cuando crezcan las flores es la representación perfecta de la sincronía con la vida.

Caed, hojas, caed; morid, flores, marchaos;
que se alargue la noche y se acorte el día;
cada hoja es felicidad para mí
mientras se agita en su árbol otoñal.

 

Sonreiré cuando estemos rodeados de nieve;
floreceré donde las rosas deberían crecer;
cantará cuando la putrefacción de la noche
se acomode en un día sombrío.

16. Elegía nº 8, de Johann Wolfgang von Goethe

Este poema cuestiona la fragilidad de la amada y la compara con la vid que sin color y forma permanece hasta dar sus frutos.

Cuando dícesme, amada, que nunca te miraron
con grado los hombres, ni hizo caso la madre
de ti, hasta que en silencio una mujer te hiciste,
lo dudo y me complace imaginarte rara,
que asimismo a la vid faltan color y forma,
cuando ya la frambuesa a dioses y hombres seduce.

17. Amor inquieto, de Johann Wolfgang von Goethe

Goethe exalta el amor y sus pasiones, las cuales permiten afrontar las adversidades y tormentas de la vida mediante el deseo y los lazos entre dos corazones que se aman.

A través de la lluvia, de la nieve,
A través de la tempestad voy!
Entre las cuevas centelleantes,
Sobre las brumosas olas voy,
¡Siempre adelante, siempre!
La paz, el descanso, han volado.

 

Rápido entre la tristeza
Deseo ser masacrado,
Que toda la simpleza
Sostenida en la vida
Sea la adicción de un anhelo,
Donde el corazón siente por el corazón,
Pareciendo que ambos arden,
Pareciendo que ambos sienten.

 

¿Cómo voy a volar?
¡Vanos fueron todos los enfrentamientos!
Brillante corona de la vida,
Turbulenta dicha,
¡Amor, tú eres esto!

18. Eternidad, de William Blake

La verdadera apreciación de la alegría está en vivirla sin intentar poseerla. El poema sugiere que abrazar la fugacidad de la felicidad es la clave para tener una existencia plena.

Quien a sí encadenare una alegría
malogrará la vida alada.
Pero quien la alegría besare en su aleteo
vive en el alba de la eternidad.

19. La mariposa, de Alphonse de Lamartine

Mediante la metáfora de la mariposa, Lamartine explora la transitoriedad de la existencia y contempla la belleza en las cosas ligeras y efímeras de la vida.

Nacer en primavera
Y efímera morir como la rosa;
Cual céfiro ligera
Empaparse en esencia deliciosa
Y en el diáfano azul que la embriaga
Nadar tímida y vaga;
Mecerse en una flor abierta apenas,
Del ala sacudir el oro fino,
Y luego alzando el vuelo
Perderse en las serenas
Regiones de la luz; tal tu destino,
¡Oh alada mariposa!
Tal de los hombres el inquieto anhelo;
Volando acá y allá, nunca reposa,
Y remóntase al cielo.

20. Necedad de la guerra, de Víctor Hugo

Víctor Hugo arremete contra la naturaleza destructiva de la guerra. El poema cuestiona el sentido de esta y resalta su inutilidad.

Estúpida Penélope, de sangre bebedora,
que arrastras a los hombres con rabia embriagadora
a la matanza loca, terrífica, fatal,
¿de qué sirves? ¡oh guerra! Si tras desdicha tanta
destruyes un tirano y un nuevo se levanta,
¿y a lo bestial, por siempre, reemplaza lo bestial?

21. Oda a la alegría, de Friedrich Schiller

La alegría es una emoción que une a los hombres. En medio de la naturaleza es donde se la halla en realidad («Todos beben de alegría en el seno de la Naturaleza»).

¡Alegría, hermoso destello de los dioses,
hija del Elíseo!
Ebrios de entusiasmo entramos,
diosa celestial, en tu santuario.
Tu hechizo une de nuevo
lo que la acerba costumbre había separado;
todos los hombres vuelven a ser hermanos
allí donde tu suave ala se posa.

 

Aquel a que la suerte ha concedido
una amistad verdadera,
quien haya conquistado a una hermosa mujer,
¡una su júbilo al nuestro!
Aun aquel que pueda llamar suya
siquiera a un alma sobre la tierra.
Mas quien ni siquiera esto haya logrado,
¡que se aleje llorando de esta hermandad!

 

Todos beben de alegría
en el seno de la Naturaleza.
Los buenos, los malos,
siguen su camino de rosas.
Nos dio besos y vino,
y un amigo fiel hasta la muerte;
lujuria por la vida le fue concedida al gusano
y al querubín la contemplación de Dios.
¡Ante Dios!

 

Gozosos como vuelan sus soles
a través del formidable espacio celeste,
corred así, hermanos, por vuestro camino alegres
como el héroe hacia la victoria.

 

¡Abrazaos millones de criaturas!
¡Que un beso una al mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada
debe habitar un Padre amoroso.
¿Os postráis, millones de criaturas?
¿No presientes, oh mundo, a tu Creador?
Búscalo más arriba de la bóveda celeste
¡Sobre las estrellas ha de habitar!

22. Dios, de Gabriel García Tassara

Este poema es un reflejo del poder y la omnipotencia de Dios. Él es naturaleza y universo. El poeta confronta la incredibilidad humana que niega la existencia divina.

Mírale, Albano, y niégale. Es Dios, el Dios del mundo.
Es Dios, el Dios del hombre. Del cielo hasta el profundo
por medio de los cielos deslízase veloz.

 

Mírale en ese carro de arrebatadas nubes;
mírale entre esos grupos de espléndidos querubes;
oye en el son del trueno su omnipotente voz.

 

¿Adónde va? ¿Qué dice? Como le ves ahora,
de la creación atónita en la suprema hora
precipitando mundos bajo sus pies vendrá.

 

Al aquilón postrero que aguarda en el abismo
tal vez le está diciendo en este instante mismo:
«Levántate», y mañana la tierra no será.

 

¡Ah, miserable el hombre que dice que no existe!
¡Desventurada el alma que a esta visión resiste
y no levanta al cielo los ojos y la voz!

 

¡Señor, Señor!, te escucho. ¡Señor, Señor!, te veo.
¡Oh tú, Dios del creyente! ¡Oh tú, Dios del ateo!
Aquí tienes mi alma… ¡Tómala!… Tú eres Dios.

23. A mi patria, de Jorge Isaacs

Isaacs emplea el recurso metafórico para representar los conflictos internos de su patria. Este poema es un mensaje de tristeza debido a la guerra y la división que solo ha dejado muerte y desolación.

Dos leones del desierto en las arenas,
de poderosos celos impelidos,
luchan lanzando de dolor bramidos
y roja espuma de sus fauces llenas.

 

Rizan, al estrecharse, las melenas
y tras nube de polvo confundidos,
vellones dejan, al rodar, caídos,
tintos en sangre de sus rotas venas.

 

La noche allí los cubrirá lidiando…
Rugen aún… Cadáveres la aurora
solo hallará sobre la pampa fría.

 

Delirante, sin fruto batallando,
el pueblo dividido se devora;
¡Y son leones tus bandos, patria mía!

24. Dicen que no hablan las plantas…, de Rosalía de Castro

Rosalía de Castro nos deja uno de los poemas del Romanticismo más bellos. En él, la autora devela la conexión entre la naturaleza y el ser humano. El mundo de la vida responde a las emociones y esperanzas del yo.

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros;
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre, cuando yo paso,
de mí murmuran y exclaman: «Ahí va la loca, soñando

 

con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado».
Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha;

 

mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,

 

aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños;
sin ellos, ¿cómo admiraros, ni cómo vivir sin ellos?

25. A España artística, de José Zorrilla

El poema es una crítica acérrima a la España de la época en que vivió su autor. En él se denuncia la decadencia moral y cultural, y se exponen los intereses mezquinos de la patria.

¡Torpe, mezquina y miserable España,
cuyo suelo, alfombrado de memorias,
se va sorbiendo de sus propias glorias
lo poco que ha de cada ilustre hazaña:

 

Traidor y amigo sin pudor te engaña,
se compran tus tesoros con escorias,
Tus monumentos, ¡ay!, y tus historias,
vendidos llevan a la tierra extraña.

 

¡Maldita seas, patria de valientes,
que por premio te das a quien más pueda
por no mover los brazos indolentes!

 

¡Sí, venid ¡voto a Dios! por lo que queda,
extranjeros rapaces, que insolentes
habéis hecho de España una almoneda!

26. Cólmame, Juana, el cincelado vaso, de José Zorrilla

Este soneto resalta la búsqueda de consuelo en el licor. Hay un deseo de obtener placer frente a la adversidad, un anhelo de encontrar refugio en los goces pasajeros.

Cólmame, Juana, el cincelado vaso
Hasta que por los bordes se derrame,
Y un vaso inmenso y corpulento dame
Que el supremo licor no encierre escaso.

 

Deja que afuera, por siniestro caso,
En son medroso la tormenta brame,
el peregrino a nuestra puerta llame,
Treguas cediendo al fatigado paso.

 

Deja que espere, o desespere, o pase;
Deja que el recio vendaval, sin tino,
Con rauda inundación tale o arrase;

 

Que si viaja con agua el peregrino,
A mí, con tu perdón, cambiando frase,
No me acomoda caminar sin vino.

27. ¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!, de John Keats

El poema refleja una pasión rebosante que limita con la obsesión y la dependencia afectiva. El poeta presenta esa línea que algunas veces se diluye y hace que las personas confundan la posesividad con el verdadero amor.

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!
Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,
amor de un solo pensamiento, que no divagas,
que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.
Permíteme tenerte entero… ¡Sé todo, todo mío!
Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer
del amor que es tu beso… esas manos, esos ojos divinos
ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,
incluso tú misma, tu alma por piedad dámelo todo,
no retengas un átomo de un átomo o me muero,
o si sigo viviendo, solo tu esclavo despreciable,
¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,
los propósitos de la vida, el gusto de mi mente
perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!

28. Ozymandias, de Percy Bysshe Shelley

Percy Bysshe Shelley ilustra en este poema que todo poder termina deshecho, aunque se intente preservarlo por la eternidad. El ser humano es frágil y fugaz, y toda su gloria termina en un suspiro.

A un viajero vi, de tierras remotas.
Me dijo: hay dos piernas en el desierto,
De piedra y sin tronco. A su lado cierto
Rostro en la arena yace: la faz rota,

 

Sus labios, su frío gesto tirano,
Nos dicen que el escultor ha podido
Salvar la pasión, que ha sobrevivido
Al que pudo tallarlo con su mano.

 

Algo ha sido escrito en el pedestal:
«Soy Ozymandias, el gran rey. ¡Mirad
Mi obra, poderosos! ¡Desesperad!:

 

La ruina es de un naufragio colosal.
A su lado, infinita y legendaria
Sólo queda la arena solitaria».

29. Amar en soledad y misterio, de Mary Wollstonecraft Shelley

Tan solo se puede cosechar dolor de la indiferencia de un amor no correspondido. El amor crea ilusiones con su dulce sonrisa y hace que los amantes idolatren al ser amado, aunque este no los ame en la misma proporción.

Amar en Soledad y Misterio;
Idolatrar a quien nunca querrá mi amor;
Entre mí misma y mi elegido santuario
Un oscuro abismo bosteza con temor,
Y pródigo para uno, yo misma una esclava,
¿Qué cosecharé de la semilla que cultivaba?

 

El amor responde con una preciada y sutil mentira;
Porque él encarna tan dulce aspecto,
Que, usando solo el arma de su sonrisa,
Y contemplándome con ojos que encienden afecto,
Ya no puedo resistir más el intenso poder,
De venerarlo con todo mi ser.

30. Canto del reír, de William Blake

Este poema es una forma de celebrar la alegría y la sencillez de la vida mediante la risa contagiosa. Representa un instante de felicidad, donde la naturaleza se une entre risas de gozo.

Cuando los verdes bosques ríen con la voz del júbilo,
y el arroyo encrespado se desplaza riendo;
cuando ríe el aire con nuestras divertidas ocurrencias,
y la verde colina ríe del estrépito que hacemos;
cuando los prados ríen con vívidos verdes,
y ríe la langosta ante la escena gozosa;
cuando Mary y Susan y Emily
cantan «¡ja, ja, ji!» con sus dulces bocas redondas.
Cuando los pájaros pintados ríen en la sombra
donde nuestra mesa desborda de cerezas y nueces,
acercaos y alegraos, y uníos a mí,
para cantar en dulce coro el «¡ja, ja, ji!»

31. El consenso público, de Friedrich Hölderlin

Hölderlin reflexiona sobre cómo las personas tienden a valorar y apreciar solo lo que les es familiar o propio. Solo lo conocían arrogante porque otros eran arrogantes; ahora que ama, como nadie ama, ninguno lo reconoce.

¿No es más bella la vida de mi corazón
desde que amo? ¿Por qué me distinguíais más
cuando yo era más arrogante y arisco,
más locuaz y más vacío?

 

¡Ah! La muchedumbre prefiere lo que se cotiza,
las almas serviles solo respetan lo violento.
Únicamente creen en lo divino
aquellos que también lo son.

32. Cuando cifras y figuras, de Novalis

Novalis expresa con este poema un futuro ideal donde la unidad, la armonía y la libertad derrotarán a las discordancias. Todo estará en perfecto equilibrio.

Cuando cifras y figuras dejen de ser
las claves de toda criatura,
cuando aquellos que al cantar o besarse
sepan más que los sabios más profundos,
cuando vuelva al mundo la libertad de nuevo,
vuelva el mundo a ser mundo otra vez,
cuando al fin las luces y las sombras se fundan
y juntas se conviertan en claridad perfecta,
cuando en versos y en cuentos
estén los verdaderos relatos del mundo,
entonces una sola palabra secreta
desterrará las discordancias de la tierra entera.

33. Tres palabras de fortaleza, de Friedrich Schiller

Hay tres grandes enseñanzas para la vida: la esperanza, la fe en Dios en medio de la adversidad y el amor hacia todos los seres. Con estas tres virtudes se podrá enfrentar cualquier infortunio.

Hay tres lecciones que yo trazara
con pluma ardiente que hondo quemara,
dejando un rastro de luz bendita
doquiera un pecho mortal palpita.

 

Ten Esperanza. Si hay nubarrones,
si hay desengaños y no ilusiones,
descoge el ceño, su sombra es vana,
que a toda noche sigue un mañana.

 

Ten Fe. Doquiera tu barca empujen
brisas que braman u ondas que rugen,
Dios (no lo olvides) gobierna el cielo,
y tierra, y brisas, y barquichuelo.

 

Ten Amor, y ama no a un ser tan sólo,
que hermanos somos de polo a polo,
y en bien de todos tu amor prodiga,
como el sol vierte su lumbre amiga.

 

¡Crece, ama, espera! Graba en tu seno
las tres, y aguarda firme y sereno
fuerzas, donde otros tal vez naufraguen,
luz, cuando muchos a oscuras vaguen.

34. El viejo estoico, de Emily Brontë

Al viejo estoico no le interesa la fama, la riqueza ni el amor. Solo desea su libertad de vivir y de morir sin esclavitudes. Quiere un alma libre y sin cadenas con mucho valor para resistir.

Las riquezas tengo en poca estima;
y del amor me río con desprecio;
y el deseo de la fama no fue más que un sueño
que desapareció con la mañana.

 

Y si rezo, la única oración
que mueve mis labios es:
«¡Deja que se vaya el corazón que ahora soporto
y dame libertad!».

 

Sí, cuando mis días veloces se acercan a su meta,
eso es todo lo que imploro:
en la vida y en la muerte, un alma sin cadenas,
con valor para resistir.

35. El cantor, de Aleksandr Pushkin

El poeta describe a un cantor lleno de pena. Pregunta con insistencia si lo han escuchado o encontrado con sus cantos melancólicos, su sonrisa triste y su mirada nostálgica.

¿Echasteis la voz nocturna junto al soto
del cantor del amor, del cantor de su pena?
En la hora matutina, cuando callan los campos
y el son triste y sencillo de la zampoña suena,
¿no la habéis escuchado?

 

¿Hallasteis en la yerma oscuridad boscosa
al cantor del amor, al cantor de su pena?
¿Notasteis su sonrisa, la huella de su llanto,
su apacible mirada, de melancolía llena?
¿No lo habéis encontrado?

 

¿Suspirasteis atentos a la voz apacible
del cantor del amor, del cantor de su pena?
Cuando visteis al joven en medio de los bosques,
al cruzar su mirada sin brillo con la vuestra,
¿no habéis suspirado?

36. Tristeza, de Alfred de Musset

Con estas palabras poéticas, Alfred de Musset manifiesta su desencanto y la pérdida de sus fuerzas vitales, sus relaciones de amistad y sus alegrías. No le queda más nada que la tristeza.

He perdido mi fuerza y mi vida,
Y mis amigos y mi alegría;
He perdido hasta el orgullo
Que hacía creer en mi genio.
Cuando conocí la Verdad,
Creí que era una amiga;
Cuando la he comprendido y sentido,
Ya estaba asqueado de ella.
Y sin embargo ella es eterna,
Y aquellos que se han despreocupado de ella
En este bajo mundo lo han ignorado todo.
Dios habla, es necesario que se le responda.
El único bien que me queda en el mundo
Es haber llorado algunas veces.

37. El recuerdo inoportuno, de Gertrudis Gómez de Avellaneda

Aunque las cosas buenas y los placeres hayan pasado, las memorias de ellos perduran. El poeta pide al olvido que elimine su pasado y los placeres que están por venir.

¿Serás del alma eterna compañera,
tenaz memoria de veloz ventura?…
¿Por qué el recuerdo interminable dura,
si el bien pasó cual ráfaga ligera?

 

¡Tú, negro olvido, que con hambre fiera
abres, ay, sin cesar tu boca oscura,
de glorias mil inmensa sepultura
y del dolor consolación postrera!

 

Si a tu vasto poder ninguno asombra,
y al orbe riges con tu cetro frío,
¡ven!, que su dios mi corazón te nombra.

 

¡Ven y devora este fantasma impío,
de pasado placer pálida sombra,
de placer por venir nublo sombrío!



38. A la ciencia, de Edgar Allan Poe

Edgar Allan Poe critica la actitud escrutadora de la ciencia que con su incesante racionalización le quita la magia a las cosas. El poeta le reprocha que no es capaz de encontrar la belleza en los cielos ni elevarse con su imaginación.

¡Ciencia! ¡verdadera hija del tiempo tú eres!
que alteras todas las cosas con tus escrutadores ojos.
¿Por qué devoras así el corazón del poeta,
buitre, cuyas alas son obtusas realidades?

 

¿Cómo debería él amarte?, o ¿cómo puede juzgarte sabia
aquel a quien no dejas en su vagar
buscar un tesoro en los enjoyados cielos,
aunque se elevara con intrépida ala?

 

¿No has arrebatado a Diana de su carro?
¿Ni expulsado a las Hamadríades del bosque
para buscar abrigo en alguna feliz estrella?

 

¿No has arrancado a las Náyades de la inundación,
al Elfo de la verde hierba, y a mí
del sueño de verano bajo el tamarindo?

39. Sintiéndose acabar con el estío, de Rosalía de Castro

Este poema son las palabras de una mujer que creía que moriría en el otoño. No obstante, la muerte tampoco quiso complacerla y la dejó vivir durante el invierno para que muriera en medio de la bella primavera.

Sintiéndose acabar con el estío
la desahuciada enferma,
«¡Moriré en el otoño!
—pensó entre melancólica y contenta—,
y sentiré rodar sobre mi tumba
las hojas también muertas».
Mas… ni aun la muerte complacerla quiso,
cruel también con ella;
perdonole la vida en el invierno
y, cuando todo renacía en la tierra,
la mató lentamente, entre los himnos
alegres de la hermosa primavera.

40. Nada resta de ti, de Carolina Coronado

Una mujer perdió a su amado, quien se ahogó en el mar. Ella desea comprender cómo ha podido vivir sin él y se queja de la injusticia del destino.

Nada resta de ti… Te hundió el abismo…
Te tragaron los monstruos de los mares.
No quedan en los fúnebres lugares
ni los huesos siquiera de ti mismo.

 

Fácil de comprender, amante Alberto,
es que perdieras en el mar la vida;
mas no comprende el alma dolorida
cómo yo vivo cuando tú ya has muerto.

 

Darnos la vida a mí y a ti la muerte,
darnos a ti la paz y a mí la guerra,
dejarte a ti en el mar y a mí en la tierra…
¡es la maldad más grande de la suerte!

41. Poema a una joven italiana, de Théophile Gautier

Este poema describe un día de lluvia en Francia. El poeta ilustra la añoranza que debe sentir la italiana por su tierra natal y el posible lamento de no poder ver el violeta y los tesoros que adornan la hierba en Florencia.

Aquel mes de febrero tiritaba en su albura
de la escarcha y la nieve; azotaba la lluvia
con sus rachas el ángulo de los negros tejados;
tú decías: ¡Dios mío! ¿Cuándo voy a poder
encontrar en los bosques las violetas que quiero?
Nuestro cielo es llorón, en las tierras de Francia
la estación es friolera como si aún fuera invierno,
y se sienta a la lumbre; París vive entre fango
cuando en tan bellos meses ya Florencia desgrana
sus tesoros que adorna un esmalte de hierba.

 

Mira, el árbol negruzco su esqueleto perfila;
se engañó tu alma cálida con su dulce calor;
no hay violetas excepto en tus ojos azules,
y no hay más primavera que tu rostro encendido.

42. La ausencia, de Esteban Echevarría

La soledad embarga al protagonista de este poema. Todo parece haber perdido su asombro, su encanto y maravilla. El personaje anhela la presencia de su amado para que disipe la noche negra.

Fuese el hechizo
del alma mía,
y mi alegría
se fue también:
en un instante
todo he perdido,
¿dónde te has ido
mi amado bien?

 

Cubriose todo
de oscuro velo,
el bello cielo,
que me alumbró;
y el astro hermoso
de mi destino,
en su camino
se oscureció.

 

Perdió su hechizo
la melodía,
que apetecía
mi corazón.
Fúnebre canto
solo serena
la esquiva pena
de mi pasión.

 

Do quiera llevo
mis tristes ojos,
hallo despojos
del dulce amor;
do quier vestigios
de fugaz gloria,
cuya memoria
me da dolor.

 

Vuelve a mis brazos
querido dueño,
sol halagüeño
me alumbrará;
vuelve; tu vista,
que todo alegra,
mi noche negra
disipará.

43. A un tirano, de Juan Antonio Pérez Bonalde

Se trata de un poema que critica la tiranía de un dictador que oprime a su patria. Por eso, el pueblo se ha revelado y lo escupe con desprecio.

¡Tienen razón! Se equivocó mi mano
cuando guiada por noble patriotismo,
tu infamia tituló de despotismo,
verdugo del honor venezolano!

 

Tienen razón! Tú no eres Diocleciano,
ni Sila, ni Nerón, ni Rosas mismo!
Tú llevas la vileza al fanatismo…
Tú eres muy bajo para ser tirano!

 

«Oprimir a mi patria»: esa es tu gloria,
«Egoísmo y codicia»: ese es tu lema
«Vergüenza y deshonor»: esa es tu historia;

 

Por eso, aun en su infortunio recio,
ya el pueblo no te lanza su anatema…
Él te escupe a la cara su desprecio!

44. La tumba del soldado, de Jorge Isaacs

Jorge Isaacs describe el destino de un soldado muerto. Su fiel perro lo llora sobre su tumba. Con el paso del tiempo, el animal también muere y deja sus huesos esparcidos sobre la soledad eterna del guerrero.

El vencedor ejército la cumbre
salvó de la montaña,
y en el ya solitario campamento
que de lívida luz la tarde baña,
del negro terranova,
compañero jovial del regimiento,
resuenan los aullidos
por los ecos del valle repetidos.
Llora sobre la tumba del soldado,
y bajo aquella cruz de tosco leño
lame el césped aún ensangrentado
y aguarda el fin de tan profundo sueño.
Meses después, los buitres de la sierra
rondaban todavía
el valle, campo de batalla un día;
las cruces de las tumbas ya por tierra…
Ni un recuerdo, ni un nombre…
¡Oh!, no: sobre la tumba del soldado,
del negro terranova
cesaron los aullidos,
mas del noble animal allí han quedado
los huesos sobre el césped esparcidos.

Los poemas del Romanticismo y la complejidad de la vida

Mediante estos poemas del Romanticismo, examinamos la enorme capacidad de los autores para expresar y representar las complejidades del ser humano: emociones, deseos, pasiones, pensamientos, esperanzas, etc.

Desde poesías de amor hasta reflexiones sobre la muerte y el sentido de la vida, estos textos nos adentran en un mundo donde la razón parece cederle el puesto al sentimiento y a la naturaleza. Sin lugar a dudas, el Romanticismo dejó un legado invaluable en la historia de la literatura y la humanidad.


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