Nuestro “botón” de autodestrucción: ¿cuál es el tuyo?
Empezaremos este artículo con una mala noticia: todos nosotros practicamos el autosabotaje. Tenemos una sutil habilidad para boicotearnos, para frustrar nuestras metas y poner zancadillas al bienestar. Nos costaría bastante encontrar a alguien que no haya caído nunca en la molesta práctica de la procrastinación, en retrasar tareas que deberían cumplirse.
También sería complicado conocer a una persona que jamás haya puesto en duda su valía. El mundo está lleno de hombres y mujeres que arrastran el síndrome del impostor. ¿Y qué podemos decir de ese diálogo interno que critica, que maltrata y minimiza cada uno de nuestros logros? Lo cierto es que el ser humano tiene su propio “botón” de autodestrucción y es inevitable no oprimirlo de vez en cuando.
Ahora bien, el problema no es tener ese mecanismo que activa el boicoteo y el daño a uno mismo, el auténtico desafío es no hacer un uso excesivo de él. Porque el gran problema de muchos comportamientos autodestructivos es que no son fáciles de controlar. A menudo, le damos a ese interruptor una y otra vez pensando que al hacerlo sentiremos alivio, pero en realidad nos está convirtiendo en alguien que no nos agrada en absoluto… ¿Qué hacer en estos casos?
Las personas autosaboteamos cuando no nos gustamos a nosotros mismos.
Y tú, ¿cómo te haces daño?
La autodestrucción es una poderosa alquimia a la que damos forma de manera inconsciente. Hay quien la practica como mecanismo de escape y necesitada catarsis. Ejemplo de ello es hacer de la comida un recurso con el que silenciar el peso de las emociones incómodas. Por su parte, el alcohol se alza también como esa sustancia socialmente aceptada con la que uno maquilla la ansiedad y la tristeza.
Luego están esas conductas incómodas y desapacibles que nos dominan con frecuencia: perder los nervios, tomar decisiones sin pensar, eludir responsabilidades, etc. La voz de nuestra conciencia nos pregunta por qué lo hacemos, por qué derivamos en actos contraproducentes que siempre engrosan la culpa.
La Facultad de Medicina de Harvard explicó en un estudio que la razón por la que algunos oprimen con exceso su “botón” de autodestrucción estaría en la infancia. Los problemas de apego con nuestros cuidadores y los traumas tempranos abocan al ser humano hacia dichas conductas desreguladas.
El no sentirnos seguros, validados emocionalmente y arrastrar a su vez ciertas dosis de ira por lo vivido en esos primeros años, gesta dicho artefacto psicológico. El del autosabotaje, el del interruptor que uno no activa y desactiva cada cierto tiempo…
Las personas nos autodestruimos diariamente con nuestras creencias limitantes.
Formas en que nos castigamos a nosotros mismos
Padres negligentes, familia que desalienta las valías, sueños y necesidades de sus hijos, experiencias de bullying escolar, tener una autoestima baja, ser muy autoexigente… Hay múltiples variables que edifican y activan la conducta autodestructiva. Como bien hemos señalado, todos en algún momento las hemos practicado. Aunque sea de manera puntual.
Ahora bien, más allá del origen, nos preocupa la forma en que nos hacemos daño. Hay prácticas más sutiles y otras más graves, pero todas ellas socavan el bienestar psicológico en caso de que sean dinámicas continuadas. Estos serían algunos ejemplos:
- La autocrítica.
- Las creencias limitantes, como decirnos que nunca llegaremos a nada, que somos desagradables, imperfectos, falibles, etc.
- Procrastinar, es decir, postergar tareas, logrando con ello sentirnos peor y reforzar el sentimiento de culpa.
- Gestionar de manera deficiente nuestras emociones. No olvidemos que algo tan común como no atender las emociones incómodas o de valencia negativa tiene serias consecuencias. En ocasiones, nos conduce hasta conductas como las adicciones o los trastornos de la alimentación.
- El perfeccionismo excesivo y la autoexigencia son también dos maneras de sabotearnos.
- Actuar de manera impulsiva.
- La evitación en cualquiera de sus formas.
También nuestra cultura es culpable de la tendencia al autosabotaje tan frecuente en el ser humano. Nos hacen creer que no somos suficientes, que no somos lo bastante perfectos para ser admirados o tenidos en cuenta.
Cómo dejar de tocar nuestro “botón” de autodestrucción
El problema de oprimir en exceso ese “botón” de autodestrucción es que terminamos despreciándonos más aún. Es como un círculo vicioso del que no sabemos cómo salir. El malestar provoca que nos saboteemos y uno acaba odiándose a sí mismo por actuar de ese modo. Esta realidad sería hasta irónica si no nos condujera hacia un claro desgaste de la salud psicológica.
¿Qué podemos hacer en estas circunstancias? Lo analizamos.
Te autosaboteas porque no te gustas a ti mismo
Si una persona se aprecia, se respeta y se valora a sí misma, no va en su contra, no busca hacerse daño. Medita lo que hace, piensa en las consecuencias y reconduce sus pensamientos para que sus conductas sean ajustadas y vayan en su propio beneficio. Por tanto, la primera estrategia que debemos poner en práctica para dejar de tocar nuestro “botón” de autodestrucción es activar el amor propio.
Quererse es respetarse, es desarrollar una mejor autoestima, una autoeficacia más válida y visión más positiva del propio ser. Tal artesanía requiere tiempo, pero es el antídoto para no destruirnos.
La autoconciencia, la llave hacia tu interior
La autoconciencia nos permite entender cómo somos, qué necesitamos y qué sucede en nuestro interior. Dicha competencia conecta de manera directa con nuestras emociones. Solo quien tiene la capacidad de discernir el origen de lo que siente y de manejar lo que le atenaza de forma adecuada logra apagar esa voz dañina que tanto poder nos resta.
No a la comparación social
Vivimos en una sociedad en la que es común competir entre nosotros. Nada es tan recurrente como envidiar lo que tienen unos y hacer juicios de valor sobre lo que no tenemos y disfrutan otros. La comparación social aniquila la autoestima, nos hace sentir en desventaja y distorsiona el autoconcepto. Evitémoslo, viviremos mucho mejor.
Sí a buscar tus propios significados vitales
Cuando uno se autodestruye lo hace porque, muchas veces, carece de un amarre vital. No hay nada que le ofrezca un propósito claro, una ilusión firme, un horizonte de esperanza y de proyección. Debemos clarificar qué nos confiere sentido y qué es relevante para nosotros.
En el momento en que visualicemos esa dimensión que nos define, que nos motiva y reformula nuestras metas, dejaremos de hacerlo. Pondremos fin a la necesidad de oprimir el botón de la autodestrucción.
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