La evitación: el mecanismo de defensa más común

La evitación como estrategia de afrontamiento, o mejor dicho de distanciamiento, rara vez nos ayuda. Ahora, ¿por qué la empleamos con tanta frecuencia?
La evitación: el mecanismo de defensa más común
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 26 octubre, 2021

Dar la espalda a los problemas rara vez los soluciona; el tiempo, por sí solo, a la hora de deshacer nudos suele liarse. Sin embargo, la evitación sigue siendo un mecanismo de defensa común. Huimos de lo que preocupa, aplazamos lo que nos estresa y asumimos que no dar importancia a lo que duele hará que, tarde o temprano, deje de doler por completo.

No obstante, la mayoría hemos comprobado que la estrategia falla, y mucho. Porque escapar de lo que hace daño, de lo que preocupa o inquieta, además de no resolver nada, incrementa la emoción sentida y por supuesto, intensifica la ansiedad. A veces, incluso el simple hecho de “no hacer nada” también supone un mecanismo de escape.

¿Qué podemos hacer ante estas realidades psicológicas tan comunes? Lo analizamos.

“La huida no ha llevado a nadie a ningún sitio”.

-Antoine de Saint-Exupéry-

Mujer sentada delante de dos caminos pensando en la evitación:

La evitación, una respuesta conductual desadaptativa: ¿por qué la aplicamos?

La evitación es una respuesta conductual desadaptativa al miedo y la ansiedad. La aplicamos de infinitas maneras y este es además un comportamiento que puede cronificarse en muchos casos. Lo hacemos cuando, por ejemplo, nos decimos que es mejor dejar de pensar en eso que nos preocupa y enfocarnos en otras cosas. También cuando procrastinamos, cuando dejamos pasar los días antes de ocuparnos de esa responsabilidad, tarea u objetivo.

Es importante saber que estamos ante uno de los mecanismos de defensa más comunes. Estos constructos psicológicos, enunciados por Sigmund Freud en su día, nos siguen siendo interesantes. En primer lugar, porque nos ayudan a comprender esas estrategias inconscientes a las que suele recurrir el ser humano para rehuir de emociones o pensamientos que le generan angustia.

En segundo, porque es algo que todos hacemos y, en ocasiones, pueden ser el sustrato de diversos trastornos psicológicos. Un ejemplo, estudios como los realizados en la Universidad de Boston en el 2018 nos recuerdan que, en la actualidad, condiciones como los trastornos de ansiedad o de pánico tienen, en muchos casos, la evitación como desencadenante.

Tipos de evitación que desarrollamos con mayor frecuencia

Como siempre sucede cuando hablamos de mecanismos de defensa, parece que son esos constructos psicológicos que aplican los demás y nunca uno mismo. Sin embargo, debemos tomar conciencia de algo.

Todos nosotros hemos hecho uso de la evitación alguna vez. Es más, puede incluso que la estemos desarrollando ahora mismo, pero… ¿de qué manera? Estas son las tipologías en las que suele aparecer:

  • El pensamiento evitativo. Define esa costumbre tan nuestra en rehuir y no pensar en aquello que enturbia el bienestar.
  • Conducta evitativa. Este es otro comportamiento limitante y a menudo, hasta problemático. Son esas situaciones que uno prefiere evitar porque le generan ansiedad o estrés. Por ejemplo, si tengo angustia de hablar en público, evitaré todos aquellos trabajos que me exijan esto último. Si me incomoda hablar con las personas, evitaré cualquier situación social.
  • Procrastinar. Dejar para mañana lo que tengo que hacer hoy, aplazar lo que debería estar resolviendo ahora, dejar para el último momento aquello que me produce ansiedad… ¿A quién lo le suenan estos comportamientos? Cuando hablamos de la evitación, la procrastinación es el ejemplo más común.

¿Qué efectos tiene la conducta de evitación?

Las conductas de la evitación no solucionan nada ni nos salvan de esos estímulos que nos preocupan. A veces, el simple hecho de esforzarnos en no pensar en aquello que angustia, eleva aún más el malestar subyacente. Es decir, evitar lo que nos genera miedo o inquietud magnifica aún más la propia ansiedad.

  • La evitación, además, nos supedita al inmovilismo. La mente se estanca y pierde esa flexibilidad con la cual, poder desarrollar conductas más proactivas que nos permitirían minimizar el estrés.
  • Por otro lado, hay un aspecto interesante, la conducta de evitación también puede ser molesta para nuestro entorno. Cuando empezamos a rehuir los problemas es común que empecemos a experimentar algún conflicto con las personas cercanas.
  • La evitación hace que los problemas se incrementen.
  • Por último y no menos importante, esta conducta es la mecha para los trastornos de ansiedad, las fobias, los ataques de pánico, etc.
chica pensando en la evitación

La necesidad de desactivar la conducta de evitación ante los problemas de la vida

La evitación no es una conducta que debamos desactivar siempre y en todos los casos. A veces, nos es útil y necesaria. Evidentemente, es necesario evitar aquello que supone un riesgo evidente. Sin embargo, cuando empezamos a rehuir de situaciones cotidianas que deberíamos afrontar, solucionar o manejar, nuestra vida cotidiana se ve limitada. Es entonces cuando surge el malestar se eleva.

¿Qué deberíamos hacer en estos casos?

Comprender el mecanismo de evitación

El primer paso es evidente: tomar conciencia de que estamos evitando aquello que deberíamos resolver. Para ello, es necesario comprender cómo funciona el mecanismo de evitación.

A saber, cuando hay algo que nos preocupa o que nos inquieta, evitamos pensar en ello y desplegamos otros comportamientos alternativos que nos alejan del estímulo original (y angustiante).

Pequeños pasos para manejar las emociones

Puede que dentro de un mes tengamos que exponer nuestra tesis o hacer esa conferencia. Esto nos genera ansiedad y puede que en algún momento, nos digamos aquello de que “mejor no me presento”. En lugar de evitarlo, hagamos pequeñas simulaciones, hagamos un role-playing para entrenar esa exposición e ir manejando los nervios.

Siempre hay estrategias que nos permiten acercarnos, poco a poco, al foco estresante.

El afrontamiento activo

El afrontamiento evitativo no resuelve; en su lugar, nos condena a un malestar mayor, aunque sea en diferido. La mejor alternativa es desplegar un afrontamiento activo. ¿De qué manera?

  • Tracemos un plan, un mecanismo de actuación para resolver lo que preocupa.
  • Busquemos apoyo. Hablemos con amigo o un profesional especializado y compartamos esos miedos, esas angustias. El objetivo es racionalizarlas y encontrar seguridad y alivio.
  • Practiquemos ejercicios de relajación respiración profunda.
  • Hagamos algo cada día que nos permita adoptar un enfoque proactivo y no pasivo.

Por norma, pocas respuestas son más problemáticas que la evitación. Nada crece en ese espacio, nada se resuelve si optamos por rehuir, por poner distancia o cerrar los ojos ante lo que preocupa o inquieta. Tarde o temprano estaremos obligados a afrontar ese estímulo. Si es hoy, mucho mejor.


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