Thomas Buergenthal, de prisionero de Auschwitz a juez de la Corte Internacional
Siempre es muy alentador encontrar historias de personas que han sido víctimas de grandes injusticias y que, en lugar de de incubar rencores o repetir con otros los abusos a que fueron sometidos, se dedican a construir un mundo en el que, ojalá, no se vuelvan a cometer dichas vejaciones. Ese es el caso de Thomas Buergenthal.
Thomas Buergenthal no permitió que el pasado tomara el control sobre su vida. La vida quiso que se encontrara en los peores campos de concentración que organizaba el nazismo cuando todavía era muy joven, pero logró sobrevivir y salir de ellos para siempre. Su espíritu no se quedó encarcelado en los recuerdos de un pasado ominoso, sino que decidió mirar el presente y pensar en el futuro, sin dejar que el pasado terminara por atraparlo.
“Si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo”.
-Albert Camus-
Buergenthal decidió aportar su granito de arena para construir un mundo mejor, lo hizo como abogado y como maestro y, posteriormente, como miembro de los más importantes tribunales internacionales.
Fue juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos durante más de 10 años y también de la Comisión de la Verdad en El Salvador para, más tarde, convertirse en juez de la Corte Internacional. Ante la injusticia, no se rindió y atacó con el valor de la ley.
La impresionante infancia de Thomas Buergenthal
Thomas Buergenthal nació el 11 de mayo de 1934 en Lubochna, que antiguamente formaba parte de Checoslovaquia y, en la actualidad, es parte de Eslovaquia.
Sus padres habían llegado a esa localidad apenas un año antes, justo después de que Hitler llegara al poder y comenzara a implementar sus políticas persecutorias contra los judíos.
El padre de Thomas había sido banquero en Alemania. En la Checoslovaquia de entonces, abrió un hotel al cual fueron a parar muchos de los perseguidos por Hitler. En aquel entonces, comenzó a aumentar el número de partidarios del nazismo en esa nación y, como consecuencia, en 1938, el hotel terminó siendo cerrado y confiscado.
La familia se vio obligada a trasladarse a una población llamada Zilina. Allí, permanecieron más o menos un año, viviendo en medio de limitaciones y temor. Hubo un hecho anecdótico que más adelante cobró gran importancia, y es que la madre de Thomas Buergenthal fue a ver a una adivina.
La adivina vio que ella tenía un hijo y le dijo que el mismo era “un niño con suerte”, que lograría salir adelante en todas las tragedias que estaban por venir. Como si de una paradoja se tratase, la afirmación terminó por cumplirse.
El gueto y los campos de concentración
En un primer momento, todo parecía apuntar a que lo vaticinado por la adivina no era más que una farsa, pues Thomas Buergenthal no era, en absoluto, un joven afortunado.
Su padre decidió, quién sabe sobre la base de qué cálculo, cruzar la frontera hacia Polonia. Allí logró obtener los billetes para abordar un barco que los llevaría a Inglaterra. El 1 de septiembre de 1939 tomaron un tren para ir al puerto, pero justo ese día se produjo la invasión a Polonia .
El tren en el que iba la familia Buergenthal fue bombardeado y se salvaron de milagro. Posteriormente, todos se unieron a los refugiados y allí fueron tomados por los alemanes, quienes los confinaron en el gueto de de Kielce, en el que vivieron durante cuatro años atravesando unas condiciones muy precarias. Tan solo comían una vez al día y, con frecuencia, eran objeto de humillaciones. El miedo dominaba los días, pues los alemanes iban, de vez en cuando, a matar gente al azar.
En 1944, la familia fue deportada hacia el campo de concentración de Treblinka y luego a Auschwitz. De aquellos años quedaron recuerdos muy amargos, pero también sublimes. Como cuando un oficial quiso arrancarlo de la mano de su padre y este gritó: “¡Capitán, yo puedo trabajar!”, con lo cual lo disuadió de separarlos.
Un superviviente ejemplar
Finalmente, como solía ocurrir en los campos de concentración, la familia fue separada. Los rusos estaban cerca y, en enero de 1945, comenzó lo que se llamaría “la gran marcha de la muerte”. Los prisioneros fueron obligados a evacuar y a hacer largas caminatas. Los que se rezagaban eran asesinados allí mismo.
Thomas Buergenthal, junto con otros dos niños, fueron los únicos supervivientes menores de edad de aquel fatídico acontecimiento.
Al final de la guerra, su madre, animada por la predicción de la adivina, lo buscó y lo encontró. Al fin, la predicción se hacía realidad y Buergenthal era “un niño con suerte”; su madre estaba convencida de que había sobrevivido y que lo encontraría.
Thomas Buergenthal, junto a su madre, se trasladó a Estados Unidos tras comprobar que su padre no había corrido con la misma fortuna y había fallecido. Cuando Thomas vio las luces de Nueva York, pensó que eran crematorios en plena actividad.
En Estados Unidos, se convirtió en abogado y comenzó una brillante carrera en pro de los derechos humanos. Gracias a las ejemplares enseñanzas de sus padres durante aquellos terribles años, tenía en su corazón la convicción de que los seres humanos somos algo más que víctimas o victimarios.
Pese a sus enormes logros y al equilibrio de su carácter, aún no puede ver la esvástica sin estremecerse. Se han escrito varios libros sobre su extraordinaria experiencia y, sin duda, es todo un ejemplo de superación ante la adversidad más dura.
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- Hoyos, M. N. (2010). "Un niño afortunado. De prisionero en Auschwitz a juez de la Corte Internacional" de Thomas Buergenthal. Revista Universidad de Antioquia, (301).