Hay personas que dan su opinión como si fueran "verdades universales"
Hay personas así, de las que nos regalan su indiscutible opinión sin que se la pidamos, de las que proclaman su sinceridad porque con ella dicen ayudar a los demás diciéndoles aquello que supuestamente necesitan. Son perfiles con el ego encumbrado que nos venden sus opiniones como si fueran verdades absolutas, haciendo siempre uso de la crítica más mordaz o del lado más negativo.
“Está claro que siempre buscas las parejas menos acertadas, ya te digo yo que esa persona te va engañar en cuanto le sea posible”. “Te lo digo por tu bien. Será mejor que te quites ese objetivo de la cabeza porque esa idea te viene grande”. “Estas cosas te pasan porque no tienes carácter y porque está claro que nunca vas a aprender de tus errores”…
“No se puede confundir la verdad con la opinión de la mayoría”
-Jean Cocteau-
Este tipo de frases, más que opiniones son rotundas sentencias. Puesto que muchos de nosotros hemos sufrido en más de una ocasión los efectos de dichas situaciones, es importante recordar que aunque todos tengamos pleno derecho a dar nuestra opinión, lo que no es concebible es que se use para hacer daño, para humillar o despreciar. Aún más, es necesario saber que las opiniones son meras expresiones personales, simples reflejos del mundo emocional y cognitivo de las personas que la emiten.
Sin embargo, tal y como decía Leonardo Da Vinci, el peor de los errores del ser humano es llegar a creerse el engaño de sus propias opiniones, porque no hay peor ignorancia que la de quien llega a pensar que sus valoraciones personales son verdades universales.
Nuestra opinión puede actuar como un grillete
Nuestras opiniones pueden ser en muchas ocasiones nuestros propios grilletes. Pensemos en ello por un momento: cuando alguien opina sobre nosotros lo hace desde su propia realidad, su experiencia y sus valores. Hasta aquí todo normal, es lo esperable y lo comprendemos. Sin embargo, también se aplica en este proceso lo que en psicología se llama “sesgo de atención”/”sesgo de confirmación”.
Es decir, hay quien percibe solo lo que desea ver, quien se limita a observar solo ciertos aspectos y no otros para emitir juicios inexactos y tremendamente sesgados. Así, la llamada teoría de la elección racional nos dice también que muchos de esos heurísticos que aplicamos a nuestros pensamientos y opiniones responden a meras “intuiciones“, a valoraciones simplistas que nos hacen caer en más de un error.
Todo ello nos lleva sin duda a entender por qué ciertas personas se aplican sus propios grilletes mentales al concluir en hechos tan cuestionables como que “las mujeres son débiles por naturaleza”, “los niños necesitan mano dura para aprender” o “todos los que practiquen una religión diferente a la mía son terroristas“.
Debemos ir con mucho cuidado por tanto ante quienes hacen uso de sus opiniones como si fueran verdades únicas, excluyentes y universales, porque no hay nada que defina tanto a una persona como sus propios comentarios.
Por otro lado, y esto también lo habremos notado en más de una ocasión, quien suele hacer uso de estas opiniones tan determinantes y dañinas suele reaccionar de forma muy negativa, incluso llevan dolo al terreno personal, cuando intentamos rebatir sus argumentos aportando principios lógicos y razonables. No las aceptarán ni las escucharán, porque esos grilletes mentales dan forma a un pensamiento muy rígido. De hecho, no falta quien define a este tipo de personas como nuestros “trolls” de la vida real.
Si vas a darme tu opinión, que sea útil por favor
Todos podemos y debemos dar nuestra opinión sobre aquello que deseemos. Sin embargo, es necesario hacerlo desde el escalafón respeto, no desde el trono de la ofensa. No importa que sea una verdad y que esta duela, si nos es útil y decisiva, bienvenida sea.
Intetnaremos por tanto controlar esas valoraciones que, aunque no nos demos cuenta, nos llegan directamente desde la amígdala cerebral, ahí donde prima en exclusiva emociones como el miedo, el odio o la furia, ahí donde uno opina con el fin de hacer daño, de etiquetar o menospreciar a los demás con el deseo expreso de estar por encima del resto.
“No lastimes a los demás con lo que te causa dolor a ti mismo”
-Buda-
Por otro lado, en esta sociedad donde abundan en exceso esas opiniones fuertes pero débilmente sostenidas traducidas en frases como “votadme o el mundo será un caos”, “comprad este producto y seréis felices” o “adelgaza, vístete así, haz esto y tendrás éxito social”, es necesario que aprendamos a practicar otro tipo de pensamiento, de enfoque personal.
Aprendamos a desapegarnos un poco de nuestras opiniones para permitirnos ver qué hay más allá. Antes de decirle a nuestra amiga, por ejemplo, que ese vestido que lleva es horrible, preguntémonos primero si lo lleva porque le gusta y porque su estilo de vestir es simplemente, diferente al nuestro. Asimismo, nunca está de más recordar también el siempre útil filtro de las tres verdades de Aristóteles:
- ¿Estás completamente seguro de que lo que vas a decir es cierto?
- ¿Lo que vas a decir es bueno?
- ¿Esa opinión que vas emitir puede ser útil para esa persona en concreto?
Si la respuesta a esas tres preguntas es positiva, hagámoslo, demos el paso de dar nuestra opinión para mejorar así la convivencia, garantizar el respeto entre nosotros, creando así relaciones más válidas y significativas.