El arquetipo del niño: cómo nos afecta y claves para integrarlo
Al pensar en la infancia vienen a nuestra mente conceptos como la alegría, la energía, la despreocupación o la inmadurez. Estas características son propias de los niños, y nos acompañan durante los primeros años de vida. Sin embargo, si llegados a la edad adulta, estas siguen constituyendo el núcleo de nuestra personalidad, es posible que tengamos problemas en diversos ámbitos. Cuando esto ocurre, conviene revisar si hemos logrado integrar el arquetipo del niño.
En caso de no haberlo hecho, nuestra vida puede estar marcada por la irresponsabilidad o la falta de compromiso, pero también por la apatía, la insatisfacción o el miedo. Por ello, si atraviesas una crisis vital, si no te sientes cómodo con tus circunstancias o tu forma de ser, revisar este aspecto puede resultar de gran ayuda.
¿Qué es el arquetipo del niño?
Un arquetipo es un “modelo original”, un patrón universal de pensamientos, emociones o valores asociados a un símbolo. El arquetipo incluye así una serie de características que son universalmente reconocidas y consideradas. Según el afamado psiquiatra Carl Gustav Jung, estos arquetipos residen en el inconsciente colectivo (compartido por todos los seres humanos) y preceden a la experiencia personal.
El arquetipo del niño no se basa únicamente en las vivencias que cada persona tuvo en sus primeros años, sino que abarca todas las características asociadas a la infancia desde la psique colectiva.
Bien es cierto que este arquetipo es el más heterogéneo y variado de todos, y puede incluir numerosos conceptos. Entre sus variantes más reseñables se encuentran el niño amado, el niño herido, el niño abandonado o el niño eterno. Cada uno de ellos recoge simbólicamente unos atributos con los que cualquier persona puede verse identificada en cierto momento. Y, en función de si se han integrado correctamente o no, su impacto será positivo o negativo.
Tengamos en cuenta que este arquetipo es el primero que toma forma en nuestro inconsciente. Por ello, nos es difícil de detectar y puede condicionarnos en gran medida. Ya de adultos, muchas de nuestras actitudes, creencias, reacciones o limitaciones pueden deberse a esta causa; sin embargo, para nosotros están tan normalizadas que no reconocemos lo que ocurre.
Claves para detectarlo
En nuestra psique existe todo un sistema de arquetipos organizados de diferente forma, siendo unos más predominantes que otros. Como decíamos, “el niño” representa ideas como el júbilo, el juego, la inocencia o la ociosidad. Ahora bien, un adulto que no lo ha integrado correctamente puede presentar las siguientes actitudes:
- Tendencia a retrotraerse al pasado y deseo de regresar a una etapa vital más sencilla y menos exigente.
- Victimismo. Deseos constantes de modificar el pasado e inclinación a culpar a otros por el propio malestar y por la trayectoria individual. Incapacidad para asumir los propios errores.
- Fuerte tendencia a la diversión y la búsqueda de sensaciones.
- Irresponsabilidad e incapacidad de comprometerse en proyectos a futuro. Tendencia a evadirse de las obligaciones.
- Miedo, sensación de indefensión e incapacidad para hacerse cargo de uno mismo. Sumisión.
- Pueden producirse ataques de ira o arrebatos emocionales ante situaciones que no ocurren según los deseos.
- En las relaciones afectivas puede aparecer dependencia emocional o necesidad de buscar una pareja que ejerza el rol de “padre o madre”.
Integrar el arquetipo del niño para seguir adelante
Cuando el arquetipo del niño no se integra correctamente, muchas áreas de la vida se ven afectadas. Es común el malestar interior, la insatisfacción o el vacío existencial. Puede haber dificultades laborales y económicas, así como deterioro de las relaciones personales. Y es que, de algún modo, estamos siendo guiados o condicionados por un niño que se niega a crecer o es incapaz de hacerlo.
Para superar esta situación hemos de tomar conciencia de que hoy somos adultos y esas actitudes ya no son funcionales y apropiadas. Madurar implica hacerse cargo de uno mismo, renunciar a ese niño que fuimos y saber recolocarlo adecuadamente en quien ahora somos.
Para esto, posiblemente debamos realizar cambios y encontrar un saludable equilibrio entre ese impulso infantil y la asunción del rol adulto que nos corresponde. Algunas ideas al respecto son las siguientes:
- Buscar y crear proyectos personales, laborales o familiares que nos llenen y comprometernos con ellos.
- Compaginar las responsabilidades con el ocio y la diversión. Compatibilizar la serenidad y la madurez con la inocencia y la creatividad.
- Tomar las riendas de nuestra vida y trabajar en cultivar y desarrollar nuestra personalidad, dejando de culpar a otros.
- Aprender a poner límites al tiempo que nos permitimos ser amorosos y vulnerables.
En suma, integrar el arquetipo del niño no implica reprimir todo lo que representa, sino adecuarlo a las necesidades actuales. Podemos seguir teniendo una mentalidad joven, innovadora, curiosa e inocente y al mismo tiempo ser serenos, responsables, comprometidos y maduros.
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- Jung, C. G. (2014). The archetypes and the collective unconscious. Routledge.
- Von Franz, M. L., Mlekuž, M., Kušar, M., Zupančič, B. M., & Podbevšek, K. (1981). Puer aeternus. Boston: Sigo Press.