Conductas de dolor: ¿qué son y cómo afectan al bienestar?

Cuando sentimos dolor emitimos una serie de conductas que, sin darnos cuenta, puede perjudicarnos a largo plazo. Descubre cómo nos afectan y qué hacer al respecto.
Conductas de dolor: ¿qué son y cómo afectan al bienestar?
Elena Sanz

Escrito y verificado por la psicóloga Elena Sanz.

Última actualización: 28 octubre, 2022

El dolor es un evento físico. Por supuesto, cuando hay una lesión o cualquier tipo de daño orgánico es necesario intervenir para tratarlo. Pero, ¿sabías que tu mente también juega un importante papel a la hora de incrementar o reducir tu sufrimiento? Uno de los fenómenos más curiosos son las denominadas conductas de dolor o conductas de enfermedad.

Son esas reacciones, actos o comportamientos que realizamos a consecuencia de un dolor o malestar. Por ejemplo, presionar con la mano la zona dolorida, adoptar ciertas posturas para mitigar la sensación o evitar ciertas actividades mientras nos sentimos mal. Esta clase de conductas parecen muy lógicas; y, de hecho, en un inicio pueden resultarnos de ayuda. Sin embargo, a la larga, pueden hacer que el malestar se prolongue.

Mujer preocupada
Las conductas de dolor pueden mantener el malestar a largo plazo.

¿Qué son las conductas de dolor?

Normalmente, tendemos a pensar en el dolor como algo puramente fisiológico: punzadas, sensación de ardor o comezón, presión o tensión en la zona… Sin embargo, la realidad es que tiene varios componentes más:

Aspecto cognitivo

Hace referencia a los pensamientos, ideas y creencias que se generan y se mantienen en torno al dolor y a la enfermedad. Y estos no son iguales en todas las personas.

Hay quienes adoptan una actitud catastrofista que acentúa la visión negativa que ya de por sí tenemos casi todos del dolor, a rumiar constantemente al respecto y no poder sacarlo de su mente. Le prestan mucha atención y esto genera una mayor sensibilidad al dolor así como una percepción más intensa del mismo.

Aspecto emocional o afectivo

Se relaciona con las emociones que genera el dolor. Evidentemente, para nadie resulta agradable, pero hay quienes desarrollan afectos excesivamente negativos. Por ejemplo, se sienten indefensos e incapaces de controlar la dolencia, exageran las propiedades amenazantes del estímulo doloroso y sienten que no pueden hacer nada para influir en su situación.

Estas emociones asociadas amplifican el dolor y le añaden, además, un componente de sufrimiento psicológico.

Aspecto conductual

Por último, todo dolor tiene un componente relacionado con la conducta, los actos y el comportamiento. Se refleja en las acciones que tomamos al respecto.

Como decíamos, esto puede abarcar desde tocarnos la zona que nos duele, verbalizar cuán enfermos o doloridos nos sentimos, visitar al médico, tomar medicamentos o limitar nuestros movimientos o actividades cotidianas. Todas estas son las denominadas conductas de dolor.

¿Qué papel juegan las conductas de dolor?

Todas estas acciones ocurren de forma natural cuando tenemos un dolor. Es normal que las realicemos y puedan ayudarnos a sentirnos mejor, a obtener consuelo o a hallar soluciones. Sin embargo, si nos comprometemos en exceso con ellas, pueden convertirse en un problema.

Quienes más emiten este tipo de conductas de enfermedad son más propensos a adoptar el “rol de enfermo”, a instalarse en esa concepción de sí mismos y, por tanto, a sufrir las consecuencias de verse de este modo. Pese a que, ante un dolor puntual, pueden no tener gran relevancia, si hablamos de un padecimiento crónico, estas conductas pueden agravar la situación y la incapacidad.

Quienes más se involucran con estas conductas y se instalan en el “rol de enfermo” suelen sufrir más dolor, experimentan más síntomas de ansiedad y depresión, mayores grados de discapacidad e inactividad y peor estatus laboral. Estos resultados se han encontrado al analizar pacientes con patologías tales como lumbalgia, artritis reumatoide, fibromialgia o migraña.

A la vista de estos hallazgos, se han diseñado estrategias psicoterapéuticas encaminadas a reducir o eliminar estas conductas de dolor para, así, reducir el malestar y mejorar la calidad de vida de los pacientes.

Mujer sufriendo por dolor
Quienes emiten más conductas de dolor suelen adoptar más el rol de enfermo.

Intervenciones psicoterapéuticas

Este abordaje conductual del dolor se centra en modificar estos comportamientos asociados al malestar. Así, se insta a la persona a deshacerse progresivamente de esas reacciones que ha desarrollado.

Estos procedimientos se conocen como técnicas operantes, ya que se basan en los principios del condicionamiento instrumental (es decir, todo comportamiento que se repite y se mantiene, lo hace porque es reforzado de algún modo).

Desde este punto de vista, tengamos en cuenta que, al realizar conductas de dolor, muchas veces recibimos algún tipo de beneficio secundario. Por ejemplo, obtenemos atención, cariño y consuelo de nuestros seres queridos. O podemos librarnos de actividades desagradables (como trabajar o hacer tareas domésticas). Aunque sea de forma inconsciente, entendemos que este “rol de enfermo” nos proporciona ventajas, y continuamos encarnándolo.

De este modo, se busca un compromiso consciente y un trabajo para revertir esta situación. Por ejemplo:

  • Dejando de emitir verbalizaciones de malestar
  • Eliminando los gestos faciales y corporales de dolor
  • Dejando de evitar situaciones “acogiéndonos” a la enfermedad. Retomando y restaurando todas esas actividades diarias que se limitan (siempre en la medida de lo posible).
  • Instaurando el ejercicio físico

Mediante programas graduales, cada avance es reforzado y se logra así el objetivo. Aunque siempre es necesario un abordaje integral que no desatienda los aspectos físicos y fisiológicos del dolor, trabajar en el resto de ámbitos (y, concretamente, en el conductual) puede favorecer una mejor calidad de vida.


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