Cuando no dejamos de darle vueltas a todo (la preocupación en bucle)
Hay épocas en las que no dejamos de darle vueltas a todo y donde ese «todo» indefinido, complejo y amenazante, nos asfixia y nos agota. Queda claro, no obstante, que tenemos derecho a preocuparnos cuando algo en concreto va mal; sin embargo, hay veces en las que se entremezclan demasiadas cosas logrando que, al poco, surja la sensación de que cualquier cosa escapa ya de nuestro control.
Admitámoslo, no hay una sensación peor que esa. La indefensión aflora en esos momentos y casi sin saber cómo, el estrés y la ansiedad toman el mando logrando que todo se desbarate. En esas situaciones donde la preocupación entra en bucle, aparece el agotamiento psicológico y, entonces, es casi imposible hallar una solución para cada problema.
Decía Marco Aurelio con acierto que la vida queda determinada por nuestra forma de pensar. Sin embargo, hay algo que está bastante claro: a veces los pensamientos actúan en nuestra contra. Así, y a pesar de que muchos nos digan aquello de que «si cambias tus pensamientos, cambiarás tu realidad», hacerlo no es tan fácil. No basta con dar un chasquido con nuestros dedos, ni es suficiente solo con quererlo.
En realidad, detrás de cada pensamiento hay una emoción, una serie de creencias que damos por válidas, unas experiencias previas que dan fuerza a determinadas afirmaciones y a muchos mecanismos de defensa. Por lo tanto, controlar y gestionar nuestros pensamientos requiere de un profundo trabajo personal, pero todos podemos lograrlo. Porque, al fin y al cabo, no se trata de dejar de preocuparnos, sino de preocuparnos un poco mejor.
Cuando no dejamos de darle vueltas a todo, ¿qué podemos hacer?
Hay quien tiene más tendencia a preocuparse por cualquier cosa; otros, en cambio, pasan por la vida sin darle importancia a nada. Los extremos nunca son buenos, lo tenemos claro, pero es evidente que la mayoría hemos pasado por esas épocas en que no dejamos de darle vueltas a todo. Es como abonarse a una película de terror y vivir inmerso en una atmósfera donde solo percibimos amenazas, la niebla de la preocupación satura cualquier rincón y nada se ve con claridad.
Los seres humanos somos expertos en montarnos nuestras propias películas. Es decir, divagamos de forma constante con lo que podrá pasar, hacemos interpretaciones de la realidad un tanto negativas y anticipamos cosas para que no hay detonante ninguno. Tal y como nos señala el neurocientífico Joseph LeDoux de la Universidad de Nueva York, las personas no sabemos preocuparnos de manera saludable. Además de ello, desconocemos los efectos de ese estado psicológico para nuestro cerebro.
Por ejemplo, cuando no dejamos de darle vueltas a todo hay una mayor activación en la corteza cingulada anterior. Lo que hace esta región es activar una señal de dolor como respuesta a una alarma. Lo hace así porque interpreta que hay un estímulo amenazante, algo de lo que es necesario protegerse.
En ese estado mental, quien tiene las riendas de nuestra realidad es la amígdala cerebral, logrando que las emociones asuman el control. Ello explica por qué nos cuesta tanto pensar de manera más reflexiva, objetiva y racional cuando estamos preocupados e invadidos por la ansiedad.
Veamos por tanto qué podríamos hacer en esas circunstancias.
“Amo a aquellos que pueden sonreír en problemas”.
-Leonardo da Vinci-
Un espacio seguro, un instante donde detenernos
Hay lugares que nos hacen sentirnos a salvo. Cuando atravesamos por momentos complicados donde la preocupación es constante, nuestro cuerpo y nuestra mente están alerta y a la defensiva. Es momento por tanto de encontrar calma y relajarnos. Un modo de lograrlo es simplemente, descansando físicamente de la manera que más nos guste.
A veces basta con un baño caliente, con unas horas de soledad en casa, una tarde en la playa. La clave es darnos espacio, lograr que el cuerpo se relaje, que la mente corra libre en medio de las sensaciones, los paisajes y la serenidad.
Poner en orden mi mente: higienizar, clarificar y concretar
Cuando no dejamos de darle vueltas a todo, la mente no solo está cautiva de la ansiedad. Lo que hay en su interior es desorden y es caos. De ahí que el segundo paso que debemos hacer una vez nos hayamos dado un descanso, es higienizar esa habitación mental, poner orden y quitar lo que no sirve, lo que intensifica el malestar.
- Para ello, debemos concretar de manera objetiva y clara qué nos preocupa. Podemos escribirlo si eso nos ayuda.
- Una vez hemos escrito ese listado, pasaremos a analizarlo. Nos preguntaremos cuáles de esos problemas son reales, separándolos de aquellos que son meras ideas negativas, meros miedos limitando nuestro día a día.
- Seguidamente, analizaremos esos problemas reales y factibles. Lo haremos planteándonos estas cuestiones: ¿qué los ha originado? ¿Cómo los puedo solucionar? ¿Cuándo puedo empezar a aplicar esas estrategias para solucionarlos? ¿Hoy o mañana? ¿Cómo voy a hacerlo?
Cuando no dejamos de darle vueltas a todo hay que controlar a nuestro peor enemigo: el diálogo interno
Cuando no dejamos de darle vueltas a todo hay alguien que aviva ese bucle sin fin: el diálogo interno. Es él quien hace los problemas más grandes al introducir el miedo, al susurrarnos que no vamos a poder con eso, al situarnos en el inmovilismo y no en la acción. Es necesario por tanto educarlo y tomar control sobre esa voz interna.
¿De qué manera? Siendo conscientes del modo en que nos hablamos a nosotros mismos. Es esencial que comprendamos un detalle muy simple: preocuparse no es malo, hacerlo en exceso sí. La finalidad de una preocupación no está en avivarla más aún, en quedarnos quietos lamentándonos y dándole vueltas a eso que hay en nuestra mente. La clave está en buscar soluciones, en crear cambios.
Tengámoslo en cuenta y recordemos esa famosa frase de Leonardo Da Vinci que nos invitaba a afrontar los problemas con entusiasmo. En muchos casos, esos retos pueden ser valiosas oportunidades de aprendizaje.
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