Cuidar del nervio vago para reducir la ansiedad y mejorar nuestra calidad de vida
El nervio vago inerva gran parte de nuestro organismo. Tanto es así que muchos lo definen como una fuerza impulsora, un canal interno que regula el descanso y que además desactiva las respuestas ansiosas de nuestro cuerpo. Saber estimularlo a través de ejercicios como la respiración diafragmática nos ayudaría sin duda a reducir muchas de esas emociones negativas que nos atenazan a diario.
Pensemos por un momento en todas esas situaciones que nos generan ansiedad, en todo aquello que nos produce miedo, incomodidad, repulsión… Visualicemos esos instantes vitales y notemos cómo en un momento dado nuestro estómago o intestinos empiezan a sufrir espasmos, retortijones, a agitarse como un centenar de nerviosas mariposas enfadadas. Esa sensación la recoge al instante el nervio vago y le envía al cerebro un rotundo mensaje: “tenemos una amenaza”.
“Allí donde el agua alcanza su mayor profundidad, se mantiene más en calma”
-William Shakespeare-
El profesor Wolfgang Langhans del ETH Zurich y su equipo descubrieron hace unos años que esta estructura fascinante de nuestro cuerpo está íntimamente relacionada con nuestras emociones, en concreto con la sensación de miedo o la necesidad de huida. Demostraron, por ejemplo, que las personas que padecen ansiedad crónica sufren una hipersensibilidad en este nervio. Además, y esto es importante recordarlo, el nervio vago parte desde el cerebelo y enerva el aparato digestivo-intestinal, el respiratorio, el corazón y el hígado.
Así, gran parte de nuestro organismo pierde su equilibrio cuando es víctima de la ansiedad: el corazón se acelera, las digestiones se vuelven pesadas, sufrimos diarreas… Ahora bien, un modo de regular el impacto de gran parte de nuestras emociones negativas es “activando” de forma adecuada el nervio vago. A pesar de esta estructura responde a diferentes parámetros preconfigurados por el propio organismo, cabe la posibilidad de estimularlo o potenciarlo para favorecer justo el efecto contrario: la relajación.
El nervio vago: una parte de nuestro cuerpo que debemos conocer
En 1921, un fisiólogo alemán ganador del Premio Nobel, Otto Loewi, descubrió que al estimular el nervio vago ocurría algo muy interesante: se reducía la frecuencia cardíaca y se activaba a su vez la liberación de una sustancia muy especial a la que llamó “Vagusstoff” (en alemán “sustancia vaga”). Esta “sustancia vaga” era en realidad un neurotransmisor muy concreto: hablamos de la acetilcolina, el primer neurotransmisor identificado por los científicos.
La acetilcolina es una de las sustancias químicas más importantes de nuestro organismo porque gracias a ella, se puede transmitir el impulso nervioso. El nervio vago, por su parte, cumple un papel igual de esencial, igual de relevante: actúa como una fuerza impulsora del sistema nervioso parasimpático, encargándose de regular nuestras respuestas de descanso, digestión, necesidad de huida o de relajación.
Es, por así decirlo, como un juego de fuerzas donde el bienestar está en el propio equilibrio homeostático.
Es como el “yin-yang” de nuestro organismo, ahí donde el punto óptimo reside en poder disfrutar de un nivel de activación justo y adecuado, donde no experimentar ninguna sensación de alarma, ni un estado de relajación que roce con la debilidad, la apatía o la inmovilidad.
Psicólogos clínicos como Kyle Bourassa de la Universidad de Arizona nos explican que algo tan básico como favorecer una sana conexión del nervio vago entre los intestinos y el cerebro nos ayudaría por ejemplo a regular mucho mejor producción de neurotransmisores como la acetilcolina y el GABA (ácido gamma-aminobutírico). De este modo, y gracias a estos neurotransmisores podríamos reducir el ritmo cardíaco, la presión arterial y ralentizar la actividad de órganos sobreactivados por efecto de la ansiedad (podríamos dormir mejor, hacer mejor las digestiones…)
A continuación, ahondamos en esas estrategias con las cuales lograr este fin.
¿Cómo estimular el nervio vago?
Cabe decir que hay quien logra estimular el nervio vago gracias a un buen fisioterapeuta especializado en el tema. Mediante una serie de determinados masajes en zona de la boca del estómago puede activarse la acción del nervio vago para experimentar una grata sensación de calma y aliviar así, los espasmos intestinales asociados a los estados de ansiedad.
“Una mente en calma trae fuerza interior y confianza en uno mismo, por eso es muy importante para la buena salud”
-Dalai Lama-
Por otro lado, un buen modo de lograrlo es mediante la respiración diafragmática. Actúa como una buena herramienta de relajación cotidiana, y en caso de practicarla a diario, percibiremos también menos sensaciones de amenaza, mejores digestiones, un mejor equilibrio interno y un descanso más reparador. Asimismo, también existen muchas más estrategias que combinadas con la respiración profunda o diafragmática, nos pueden servir de ayuda.
- Ejercicio aeróbico moderado y practicado a diario.
- Conexión sociales positivas y enriquecedoras.
- Practicar la meditación.
- Llevar un diario para favorecer el diálogo con uno mismo.
- El consumo de probióticos, ya que se ha descubierto que disponer de una flora intestinal sana y fuerte revierte también en la salud cerebral.
- Las duchas frías de pocos segundos.
- Practicar yoga.
- Dormir del lado izquierdo.
- Reír con frecuencia.
- Aumentar los niveles de serotonina y oxitocina…
Para concluir, tal y como hemos podido ver en este último listado, hay un aspecto que sin duda debe llamarnos la atención: el simple hecho de cultivar emociones positivas, como disfrutar de las buenas relaciones sociales, tener instantes de ocio, carcajadas y distensión, ofrece también un estímulo muy beneficioso en nuestro nervio vago.
No podemos olvidar que es en el propio intestino donde se fabrica entre el 80 y el 90% de la serotonina, la hormona del bienestar. Tampoco podemos pasar por alto que el mero hecho de dibujar una sonrisa en el rostro, de bailar, de caminar, de nadar, etc., genera cambios metabólicos muy positivos. Cambios que este inmenso nervio, que “vaga” erráticamente por nuestro cuerpo, capta al instante para enviarle un mensaje muy concreto a nuestro cerebro: “todo está en calma, estamos bien”.