Detrás de cada niño que cree en sí mismo, hay unos padres que creyeron en él primero
Las alas de nuestros pequeños comienzan a tejerse cuando creemos en ellos, cuando confiamos en su verdad, en sus ilusiones y en sus capacidades. Por eso es esencial que juguemos el papel de mentores, de costureros de sueños, de elegantes padrinos de utopías infantiles. Los padres deben entender que un día sus hijos seguirán su ejemplo y no sus consejos.
Hay una razón por la que las consultas de psicólogos infantiles y pediatras están llenas de imágenes de personas notables y famosas que por una u otra razón todos admiramos, incluso ellos. La razón es simple: los niños necesitan saber que, a pesar de todas las dificultades que entrañe la vida, pueden llegar a lograr lo que quieran.
Por eso, si tu pequeño tiene dudas, si las dificultades le están haciendo mella en su autoestima y no sabes cómo hacer que se sienta bien, es hora de ayudarle a abrir su cofre, de que él pueda ver que de verdad el mejor tesoro está muy cerca de él.
El aprendizaje autorregulado y la inteligencia emocional
Podría decirse que la piedra angular de la inteligencia emocional es el aprendizaje autorregulado. Esto significa que las estrategias que un niño logra desarrollar en la evolución de su aprendizaje generarán un mayor bienestar interno y, por ende, una mejor comprensión de las emociones propias y ajenas.
Las competencias emocionales predicen el éxito vital de nuestros niños de manera más fiable que el rendimiento académico pero, sin embargo, ese razonamiento no debe servirnos para plantear que es más importante un buen desempeño socioemocional que académico.
Si nos paramos a pensar con cierto detenimiento, nos daremos cuenta de que nuestros niños y jóvenes, al igual que nosotros lo hicimos, están inmersos en la educación reglada durante prácticamente los primeros 18 años de su vida.
Esto, sin duda, no puede obviarse. Desde lo escolar o lo académico se articula su crecimiento emocional. Habitualmente pasan más tiempo en la escuela o realizando tareas relacionadas con ella que en el parque. Al margen de que apostemos porque esta realidad cambie en ciertas etapas de la infancia, no deja de ser la realidad a la que hemos ajustado nuestro estilo de vida.
Por eso un niño debe aprender a identificar y reflexionar sobre sus pensamientos, sus fortalezas y sus debilidades. Por eso es indispensable ayudarles a lidiar con los sentimientos que genera no entender algo, no ser capaz de estar concentrado, no saber solucionar los problemas, etc.
Si los niños saben cómo regular de la mejor manera su aprendizaje, este constituirá un proceso activo y constructivo. No es una utopía que nuestros pequeños sepan monitorizar, regular y controlar sus pensamientos para lograr una motivación y un comportamiento acorde con los objetivos que se plantean.
Si un niño cree que podrá aprenderse las tablas de multiplicar, logrará hacerlo. Pero para ello tiene que recibir mensajes alentadores desde el exterior y, sobre todo, de sus padres, hermanos, abuelos y profesores.
Esto es, en esencia, lo que en psicología se conoce como “Efecto Pigmalion”. Es decir que las expectativas que transmitimos determinarán la consecución de los logros, más aún cuando padres y profesores son la referencia adulta más importante de los pequeños.
No estamos hablando de un “querer es poder” mágico y en exceso optimista. Estamos hablando de no cortar las alas, de enseñarles a volar y de que aprendan que todas las estrategias que elaboren son válidas, porque no hay una sola manera de hacer las cosas bien. Así, aunque el sistema educativo les “obligue” a llegar a un resultado por determinada vía, lo que tienen que comprender es que la experimentación es un requisito indispensable para el aprendizaje.
Se trata de que, día a día, niños y niñas, padres y madres, profesoras y profesores, comprendan que aunque tengamos que enseñar a los pequeños a seguir unas normas académicas, fuera de estas también se puede pintar, escribir, actuar, observar, hablar… Todo camino autónomo genera confianza y, ésta, siempre es acompañada por la perserverancia.
¿Qué podemos hacer para fomentar la autoestima infantil?
Estamos tan obsesionados por crear la burbuja del bienestar adulto que se nos ha olvidado la importancia de sembrar la autoestima infantil. Es muy importante que nuestros pequeños crezcan en un mundo de adultos equilibrados, pues será lo mejor que les podamos transmitir.
- Hablarles bonito: hablar bonito a nuestros pequeños significa hablarles con cariño, paciencia y de manera positiva. Si lo hacemos, les ofreceremos a nuestros pequeños el mejor modelo y lograremos que equilibren sus afectos.
- Contarles historias que fortalezcan sus habilidades introspectivas. Los niños deben entender que es de importancia capital no dejar en el olvido lo que pensamos, lo que sentimos y cómo nos comportamos. A través de la comunicación llegamos al conocimiento de las personas (del yo y de los demás) y de las cosas. Esto nos facilita la comprensión del mundo en el que habitamos.
- Mejorar su diálogo interno: esto lo conseguiremos diciéndoles cosas agradables sobre sí mismos así como corrigiendo los comentarios negativos que se haga a sí mismo.
- Elogiar y no ridiculizar: se trata de resaltar, reforzar y reconocer sus comportamientos positivos. En este sentido hay una regla de oro: los elogios en público, las críticas en privado.
- Ayudarles a tolerar las frustraciones y enseñarles a sentirse orgullosos de sus logros.
- Garantizar que se sientan importantes e indispensables en la familia.
- Evitar la sobreprotección y favorecer una correcta socialización con sus iguales.
- Educar en el ejemplo: los padres deben ser un buen modelo de autoestima.
- Fomentar la flexibilidad mental para garantizar la creatividad: hay cientos de maneras de hacer las cosas, dejemos que los niños descubran la suya.
- Ayudarles a marcar metas y a ser más autónomos.
- Valorar sus opiniones; los niños no pueden pensar que su opinión no cuenta. Debemos tener en cuenta sus indicaciones y apetencias de acuerdo a su edad. Esto lo conseguimos dialogando y debatiendo con ellos, es decir, haciéndoles sentir escuchados.
No queremos niños que tengan que ser perfectos porque no queremos cultivar la soberbia; queremos niños que se quieran y confíen en sí mismos y en su potencial; que sepan, en definitiva, que a ser ellos mismos nadie les ganará.