El porqué de la maldad: el experimento de la prisión de Stanford

El porqué de la maldad: el experimento de la prisión de Stanford
Alejandro Sanfeliciano

Escrito y verificado por el psicólogo Alejandro Sanfeliciano.

Última actualización: 16 junio, 2019

“El efecto Lucifer: el porqué de la maldad” es el título del libro donde Philip Zimbardo nos presenta su experimento de la prisión de Stanford, unos de los experimentos más relevantes de la historia de la psicología. Sus resultados cambiaron la visión que teníamos del ser humano y de lo mucho que puede influir el entorno en el que nos encontramos y el rol que despeñemos en nuestros comportamientos y actitudes.

En este libro Zimbardo nos plantea las siguientes preguntas: ¿qué hace que una buena persona actúe con maldad? ¿Cómo se puede seducir a una persona moral para que actúe de manera inmoral? ¿Dónde está la línea que separa el bien del mal y quién corre el peligro de cruzarla? Antes de intentar encontrarla, conozcamos en qué consistió el experimento de la prisión de Stanford.

Los orígenes del experimento de la prisión de Stanford

El profesor de la universidad de Stanford, Philip Zimbardo, quería investigar al ser un humano en un contexto de ausencia de libertad. Para lograr esto, Zimbardo se propuso simular una prisión en unas instalaciones de la universidad. Después de acondicionar dichas instalaciones para que simulara una cárcel, Zimbardo tenía que llenarla de “presos” y “guardias”. Así, para su experimento, Zimbardo reclutó a estudiantes que a cambio de una pequeña cantidad de dinero estuvieran dispuestos a desarrollar esos roles.

El experimento contó con 24 estudiantes, que se asignaron a dos grupos (presos y guardias) de manera aleatoria. Para aumentar el realismo y conseguir una mayor inmersión en estos roles, a los presos se les hizo pasar por un proceso de detención sorpresa (contaron con la colaboración de la policia) y después en la prisión simulada de Stanford les vistieron a todos como presos y les cambiaron el nombre por un numero de identificación. A los guardias les dieron un uniforme y unas gafas de sol para fomentar su rol de autoridad.

La maldad en la prisión de Stanford

En los primeros momentos del experimento de la prisión de Stanford, la mayoría de prisioneros se tomaron la situación como si fuera un juego y la inmersión en su rol era mínima. Sin embargo, los guardias para reafirmar su autoridad y que los presos se comportaran como presos, empezaron a realizar recuentos rutinarios y controles injustificados.

Los guardias empezaron a obligar a los presos a cumplir con ciertas normas mientras los recuentos, como cantar su número de identificación; además, en caso de desobedecer esta orden, tenían que hacer flexiones. Estos “juegos” o órdenes, en principio inofensivas, al segundo día dieron paso a humillaciones reales y violentas a los presos por parte de los guardias.

Los guardias castigaban a los presos sin comer y sin dormir, los metían en un armario durante horas, les hacían mantenerse de pie desnudos, incluso llegaron al punto de obligarles a fingir que se practicaban sexo oral unos a otros. Debido a estas vejaciones, los presos olvidaron que eran estudiantes en un experimento y empezaron a pensar que eran prisioneros de verdad.

El experimento de la prisión de Stanford se tuvo que cancelar al sexto día debido a la violencia que había supuesto la inmersión completa de los estudiantes en sus roles. La pregunta que nos viene ahora a la cabeza es “¿por qué los guardias llegaron a ese nivel de maldad hacia los presos?”.

Conclusiones: el poder de la situación

Tras observar la conducta de los guardias, Zimbardo intentó identificar las variables que llevo a un grupo normal -sin sintomatología patológia- de estudiantes a actuar de la forma en la que lo hicieron. No podemos achacar la maldad de su conducta a que los estudiantes que hicieron de guardias eran malvados, ya que la configuración de cada uno de los dos grupos fue aleatoria e incluso antes del experimento se les paso un test sobre violencia y los resultados fueron claros: la apoyaban en poca o en ninguna medida.

Así que el factor debía ser algo intrínseco al experimento, Zimbardo empezó a creer que la fuerza de la situación creada en su cárcel había empujado a esos estudiantes pacíficos a actuar con maldad.

Curioso, porque lo cierto es que tendemos a pensar que la maldad es un factor disposicional, es decir que existen personas malas y personas buenas con independencia del rol o las circunstancias en las que actúen. Es decir, tendemos a pensar que la fuerza de la disposición o de la personalidad es más fuerte que la fuerza que puedan tener las circunstancias o los roles. En este sentido, el experimento de Zimbardo vino a decirnos lo contrario, de ahí la revolución que supusieron sus resultados y las conclusiones inmediatas.

La situación, junto a  la conciencia que tiene la persona del contexto, es lo que provoca que la persona se comporte de una manera o otra. Así, cuando la situación nos empuje a realizar un acto violento o malvado, si no somos conscientes de ello, no podremos hacer nada para evitarlo.

En el experimento de la prisión de Stanford, Zimbardo creo un contexto perfecto para que los presos sufrieran un proceso de despersonalización a ojos de los guardias. Esta despersonalización se da gracias a múltiples factores, como la asimetría de poder entre los guardias y los presos, la homogeneización del grupo de presos a ojos de los guardias, la sustitución de los nombres por números de identificación, etc. Todo esto provocó que los guardias pasaran a ver a los prisioneros como tales antes que como personas con las que podían que empatizar y con las que en la realidad -fuera del contexto simulado del experimento- también compartían un rol importante: todos eran estudiantes.

La banalidad de la bondad y de la maldad

La última conclusión que nos deja Zimbardo en su libro es que no existen ni demonios ni héroes -o al menos existen menos de los que pensamos-, con esto el mal y la bondad serían en gran parte producto de las circunstancias más que de una determinada personalidad o de unos valores adquiridos en la infancia. Este, en el fondo, es un mensaje optimista: prácticamente cualquier persona puede hacer un acto malvado, pero al mismo tiempo cualquier persona también puede hacer un acto heroico.

Lo único que tenemos que hacer para evitar lo primero es identificar aquellas características de la situación o de nuestro rol que puede hacer que nos comportemos de manera malvada o cruel. Zimbardo nos deja en su libro un decálogo “antimaldad” para actuar contra las presiones de la situación, os lo dejo en este enlace.

Una pregunta que puede quedar para reflexión tiene que ver con la siguiente situación a la que todos nos hemos enfrentado: cuando apreciamos que una persona actúa con maldad, ¿valoramos la situación en la que se encuentra y las presiones que tiene o simplemente la categorizamos como malvada?


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