Miedo al paso del tiempo

Miedo al paso del tiempo
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Valeria Sabater

Última actualización: 06 agosto, 2023

El tiempo es relativo, contradictorio y juguetón. Pocas dimensiones pueden llegar a ser tan subjetivas y a la vez tan implacables. En esas ocasiones en que estamos disfrutando de una grata compañía o atravesando un momento dulce en nuestra vida, el paso del tiempo es tan rápido que apenas somos conscientes de las horas, de los días… o incluso de los años.

Sin embargo, cuando atravesamos estados de tristeza, desánimo o incluso depresiones, el tiempo se arrastra con especial lentitud. Resulta curioso también como a medida que crecemos tenemos la extraña y aterradora sensación de que pasa demasiado deprisa, es más, se nos escapa de las manos y de nuestra mente de un modo casi aterrador. Empujando las varillas de ese reloj existencial de cada uno de nosotros hacia una madurez cada vez más patente. Hacia un estado en que de pronto, a nuestras espaldas, se extiende ya la parte de un camino ya extensamente recorrido.

Es entonces cuando aparece el miedo. La ansiedad ante el paso del tiempo.

“Nos envejece más la cobardía que el tiempo, los años sólo arrugan la piel, pero el miedo arruga el alma.”

-Facundo Cabral-

El tiempo, ese ladrón implacable

El tiempo es esa dimensión invisible, solo patente en un anillo más en los troncos de los árboles. En esos centímetros en la altura de los niños. En esas velas de aniversario que cada año nos empeñamos en soplar mientras pedimos un deseo… En una cana en el pelo, en gente que despedimos y nuevas personas que llegan a nuestro mundo.

Mujer colgando de un reloj que lleva un pájaro

Por extraño que te parezca, hay personas que temen esa sensación, la de no poder controlar el paso de los días. Y es que resulta contradictorio el gran poder que ha llegado a ejercer el ser humano: ciencia, tecnología, biología, medicina… hemos avanzado en multitud de disciplinas, sin embargo, seguimos siendo incapaces de frenar el paso del tiempo. De impedir la llegada de la vejez, y en consecuencia, la muerte.

Este temor puede llegar a provocar en ciertas personalidades una alta sensación de ansiedad. No se trata únicamente del  miedo la ancianidad o la enfermedad. Es un miedo patente a esa dimensión incontrolable donde se tiene la sensación de que el tiempo pasa demasiado deprisa escapando a todo dominio. Impidiéndonos hacer aquello que deseamos. Es lo que en psicología se llama cronofobia.

Quizá en la base de esta realidad esté no solo el miedo al paso incesable de los años, sino la sensación de que lo vivido, lo experimentado hasta el momento, no es satisfactorio o lo bastante significativo. La madurez llega sin avisar, como un ladrón en la noche, mientras nosotros aún no hemos alcanzado nuestros sueños de juventud. En ocasiones, el tiempo cercena nuestra vida sin preguntarnos si hemos alcanzado lo que toca en cada etapa vital. O lo que nosotros valoramos como verdaderamente significativo, de acuerdo a nuestros proyectos personales.

El paso del tiempo y la necesidad de llevar una vida plena

Toda vida merece ser vivida con la mayor intensidad. Pero cuando hablamos de intensidad, no nos referimos por ejemplo a escalar dos montañas, dar la vuelta al mundo y tener un amante cada pocos meses. La vida se vive en las cosas grandes pero también en las cosas sencillas. Porque no hay tiempo bueno ni tiempo malo, el tiempo está sencillamente en nosotros mismos.

Y hemos de ser conscientes de que sí, de que va a pasar, de que creceremos y nos haremos mayores, que un día nos miraremos al espejo y nuestro rostro será un poco diferente, y si antes subíamos la escalera de casa en diez segundos, tal vez ahora la subas en veinte. Y no por ello nos debemos sentir abatidos. Solo somos pasajeros en este mundo que hay que vivir día a día y minuto a minuto.

Es normal sentir miedo e incluso rabia. El verano discurre en un suspiro y, sin que nos demos cuenta, estaremos celebrando la Navidad y la llegada de un nuevo año. Es un ciclo que nunca terminará. Pero lo imprescindible, lo fundamental, es que durante ese tiempo te esfuerces al máximo en encontrar la felicidad, tu propia felicidad, en hacer que tu vida merezca ser vivida.

Tal vez muchas de las cosas que hagamos ahora sean errores el día de mañana, pero si merece la pena, todos tenemos derecho a equivocarnos y a almacenar una experiencia más. La vida consiste en ello. En experimentar, equivocarnos, aprender y buscar siempre caminos mejores. Una carrera a contrarreloj donde cada paso, cada aliento y cada lágrima, merece la pena. Y si no, recordemos aquella acertada frase de Françoise Sagan:

“Mi pasatiempo favorito es dejar pasar el tiempo, tener tiempo, tomarme mi tiempo, perder el tiempo, vivir a contratiempo.”

Todo llega a su fin

El paso del tiempo asusta. Repasar nuestra vida y ver que quizá no hemos obtenido nuestros objetivos puede ser frustrante. Sin embargo, si viviéramos eternamente esta sensación no ocurriría, por lo que el trasfondo de esta desolación es la cercanía de la muerte. La muerte como pérdida de oportunidad y como extinción del yo.

La muerte sigue siendo un misterio para el ser humano. A nivel físico sabemos que desaparecemos, pero a nivel mental, ¿qué ocurre? O también dicho de otro modo, ¿existe algún aspecto espiritual tras la muerte? El hecho de pensar en la desintegración del “Yo”, de nuestra identidad, a mucha gente le asusta. “¿Cómo voy a dejar “Yo” de existir?”, se preguntan muchos. Nos aferramos a una identidad fija y permanente y desechamos la idea de que somos finitos.

“La paz y tranquilidad que se alcanza con la práctica de la meditación crea un entorno mental en el que podemos mirar claramente a la muerte como algo positivo”.

-Sogyal Rimpoché-

Por esta razón damos la espalda a la muerte, cuando en realidad, es un proceso más de la vida. Algunas religiones apuntan a la vida eterna tras el fallecimiento.. Por ejemplo, el budismo cree en el renacimiento de la consciencia. ¿En qué consiste este renacimiento? En pocas palabras, el budismo afirma que tras la muerte, la conciencia encarna de un cuerpo a otro hasta alcanzar la iluminación. Una vez alcanzada podemos volver a este plano para ayudar a los demás o permanecer en la iluminación.

Sin duda, todavía nos queda mucho trabajo con respecto a la aceptación del paso del tiempo y de la muerte. Pero si trabajamos este aspecto, aprenderemos a vivir con más armonía y sacándole mucho más partido a la vida. Como aparece en la obra medieval Ars morendi (El arte de morir): Aprende a morir y aprenderás a vivir. No hay nadie que aprendiendo a vivir no haya aprendido a morir”.


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