¿Por qué nos cuesta adquirir hábitos saludables?
¿Por qué no comemos frutas y verduras a diario si sabemos que nos hacen bien? ¿Por qué no realizamos actividad física con frecuencia si los beneficios son conocidos? ¿Por qué nos resulta un desafío beber un mínimo de dos litros de agua al día? Es que adquirir un nuevo hábito saludable no es una tarea sencilla, sino que lleva tiempo, dedicación y esfuerzo.
Lo cierto es que a la mente humana no le gustan los cambios porque implican un gasto de energía grande. Prefiere mantenerse en lo conocido, lo predecible. Busca que todo se mantenga estable, que no surjan imprevistos ni novedades.
Imagina -o recuerda la vez que te sucedió- que llegas al aeropuerto para tomar tu vuelo y escuchas por altoparlantes que el mismo ha sido cancelado por tiempo indefinido. ¿Cómo te sentirías? Probablemente, estresado, porque esta nueva información le exigiría a tu cerebro hacer un trabajo extra que no esperaba realizar. Entonces, las personas tendemos a escapar de los cambios.
Veamos por qué adquirir y mantener un hábito no es moco de pavo y qué hacer para lograrlo.
¿Qué es un hábito?
Un hábito es una conducta que se repite de forma sistemática. Muchas de las acciones que realizamos al cabo del día se ven reforzadas, hasta tal punto que se interioriza y se asume como forma de vida.
Una vez que la acción se transforma en hábito, la mente ya no necesita esforzarse. Siempre va a trabajar para automatizar todo aquello que siente que es una recompensa, como obtener placer, por ejemplo.
¿Por qué casi siempre terminamos abandonando un hábito saludable?
Existen varias razones por las que no llegamos a consolidar e integrar en nuestra rutina algunos hábitos saludables. Las más comunes son las siguientes.
1. Porque nos enfocamos en los resultados
En la mayor parte de objetivos que nos proponemos, nos centramos en sus resultados, es decir, en las metas: perder peso, ganar músculo, conseguir un cutis perfecto, etcétera.
Comenzar el proceso de incorporar un hábito saludable haciendo énfasis en aquello que queremos alcanzar suele generar el efecto contrario, porque si bien es posible conseguirlo a través de diferentes estrategias que tienden a ser restrictivas -como las dietas de descenso rápido- o excesivas, -como la sobreexigencia de actividad física- resulta verdaderamente complejo sostenerlo a largo plazo.
Cuando nos enfocamos en los resultados, somos más proclives a generar un efecto rebote, retomando el sedentarismo y recuperando los kilos que habíamos perdido.
En su libro Hábitos atómicos, James Clear plantea lo siguiente:
“La alternativa apropiada es construir hábitos basados en cambios de identidad. Con este planteamiento, empezamos por enfocarnos en quién queremos llegar a ser”.
2. Porque nuestras creencias nos dicen que no podemos hacerlo
Todas las personas llevamos dentro un sistema de creencias que en la mayoría de nuestros procesamientos cognitivos asumimos como verdad. Son aquellos supuestos que guían nuestra conducta, pueden potenciarnos para alcanzar objetivos o pueden limitarnos y funcionar como obstáculos. Lo que hacemos refleja quienes creemos ser.
“El ser humano actúa, siente y se desenvuelve siempre de acuerdo con lo que él imagina que es verdad acerca de sí mismo y acerca del medio ambiente que le rodea. Actuamos y sentimos no de acuerdo a la realidad, si no a la imagen que nos hemos formado de ella. Los hábitos, sean buenos o malos, se forman de éste mismo modo”.
-Maxwell Maltz-
Si una persona ha pensado toda su vida que es buena para el deporte, le resultará mucho más sencillo practicarlo que a alguien que piensa que el deporte no es lo suyo. En ambos casos, la acción de ir a correr es egosintónica con quienes creen ser: hay armonía entre el comportamiento y su identidad, pero mientras que a uno lo beneficia, al otro lo limita.
Hacer un trabajo interno profundo para cuestionar nuestras creencias y reconstruir el autodiálogo es un camino valioso a la hora de incorporar nuevas conductas saludables y dejar atrás las dañinas.
3. Porque perdemos la motivación
A nuestra mente le gusta lo sencillo; mide mucho el equilibrio coste-beneficio. En este sentido, no conseguir resultados inmediatos, incluso haciendo un gran esfuerzo, suele resultar significativamente desmotivador y una de las principales excusas que encontramos para abandonar. Lo que motiva a las personas es conseguir objetivos haciendo el menor esfuerzo posible.
Para automatizar un comportamiento, necesitamos repetición y tiempo. ¿Qué mejor que hacerlo fácil y atractivo? Cuando diseñamos un plan de acción sencillo, especificando el cómo, cuándo y dónde, es menos probable perder la motivación ante una situación adversa.
Es más probable consumir frutas si tenemos algunas de ellas en una canasta sobre la mesa, o tomar más líquido si cada vez que salimos a la calle llevamos una botella de agua en la mochila. En el momento de construir un nuevo hábito saludable, facilitemos las cosas para hacerlas más llevaderas.
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- Cenarruzabeitia, J. J. V., Hernández, J. A. M., & Martínez-González, M. Á. (2003). Beneficios de la actividad física y riesgos del sedentarismo.
- Medicina clínica
- 121
- (17), 665-672.